El Grito II

II

Entre sueños oía Ramón hablar a las mujeres sobre lo que se debía hacer en la casa para adaptarla a las nuevas necesidades, y muy pronto se dieron cuenta todas que Ramón dormía a pierna suelta. Poco le preocupa a este lo que estamos hablando, dijo Amparo, espero que cuando despierte o cuando se acuerde no diga que lo que hemos estado hablando aquí no tiene sentido, y sería mejor que lo pensáramos, una vez hechas las cosas, ya no se pueden modificar.

 Salieron del comedor, y dejaron a Ramón para que durmiera la siesta más tranquilo y sosegado, mientras ellas daban una vuelta por la casa y veían cómo iban a quedar los cambios que pensaban hacer antes de traer los muebles que necesitaban. Sin hacer ruido salieron del comedor, no sin antes haber advertido a los chicos para que no hiciera ruido y no despertaran a su padre, se había levantado temprano, estaba cansado, y necesitaba descasar. Al salir del comedor dejaron a los chicos entretenidos con unos juegos que allí había, cerraron la puerta con sumo cuidado para no despertar a Ramón, y se acercaron a la cocina para que Joaquina fuera con ellas, y les ayudara a decidir.

Permaneció Ramón un buen rato dormido, mientras las mujeres andaban por la casa pensando de qué forma le podía quedar mejor. Era una casa antigua y grande de la calle del Granado, con puertas falsas a la calle de la Virgen. Tenía la casa dos plantas y vivienda en cada una de ellas vistas a la calle del Granado, y al primer patio, que era el patio principal de la casa. Estaba entoldado, con geranios en el centro rodeando al silo, y con macetas colgadas en las paredes. A este patio daban las ventanas de las habitaciones interiores de la casa, y una puerta con cristales de dos hojas por donde se entraba desde el zaguán. Había también otra cancela igual que la anterior, que lo comunicaba con el segundo patio. Eran las dos cancelas de hierro forjado con las ventanas de cristales esmerilados.

Este segundo patio era donde estaban las cocinas, los baños y las habitaciones para la servidumbre, un dormitorio con dos camas, una cocina y un baño para las criadas y otra alcoba para el ama de llaves que a la vez hacía de cocinera. El baño lo compartía con las criadas. En el lado derecho entrando estaba una cocina grande para las matanzas, debajo de la cual había un sótano tan grande como las cocinas, y otra cocina más pequeña, con una placa de carbón de piedra, que era la que utilizaban para hacer la comida, y a la vez había una hornilla de carbón vegetal, que se utilizaba para guisar durante el verano. El segundo patio igual que el primero estaba embaldosado. Tenían sembrados en él, una higuera grande y un sauce en sendos arriates que allí había hacia el centro del patio, y bordeando el patio había arriates con adelfas, albaca, hierbabuena, madreselvas y otros tipos de enredaderas. Era un patio más grande que el anterior, al tener dos sirvientas para el cuerpo de casa y una más que hacía de ama de llaves y de cocinera, la casa estaba atendida y limpia.

Tenía también la casa tres pozos, uno en el segundo patio, que se utilizaba para sacar agua para la limpieza de la casa, fregar suelos, para los servicios, para regar las plantas y para llevar agua donde la necesitaran. Había otro pozo en el corral donde estaban las cuadras de las mulas y la de los burros de los pastores, que era donde estos los dejaban cuando les tocaba bajar al pueblo, bien a cambiarse de ropa, o cuando bajaban a por cebada molida para hacerle la pella a los perros, que era su comida, o si se tenían que llevar pienso para el ganado, o simplemente cuando bajaban un día a la semana para dormir con su familia. Había también en la casa una especie de jardinillo con rosales, matas de albaca y pericones, dos acacias de flores blancas y rosas, un árbol de membrillos, un almendro y un granado. Tenía también esta estancia un pozo y una pila que cabía ochenta cubos de agua, donde se bañaban los chicos de la casa cuando los había y los mayores se refrescaban en el verano. El agua de este baño primitivo, se utilizaba para regar las plantas después de que hubiera servido para refrescarse o bañarse los dueños. De este pozo, igual que en los anteriores se sacaba el agua con dos cubos hechos con duelas de los bocoyes de roble desechados, puestos en contraposición el uno del otro, y atados en los extremos del maromillo que los unía. El encargado de sacar el agua para llenar esta rudimentaria piscina, era el morillero, muchacho de entre doce y dieciocho años, que aparte del cuidado del Corralillo, tenía otras muchas cosas que hacer. Tenía que traer el agua para la casa, ir a la fragua o a la carretería cuando bien el ama de llaves, o el mayoral se lo encargaran, barrer el corral y sacar las cuadras, cortar la leña para la lumbre, y encargarse de todos los trabajos de la casa que le encomendaran.

Los gañanes que allí trabajaban entraban por las puertas falsas por la mañana y salían por la puerta principal ya anochecido que era cuando terminaba la jornada, después de darles agua y echarles de comer a los animales. Sólo el gañán, que una vez terminada su jornada de trabajo, tenía que apiensar a los animales durante la noche, volvía después de cenar a la casa, y entraba por la puerta principal. Una vez dentro una de las criadas, que previamente había pasado al corral, para ponerle un candado al cerrojo de las puertas falsas y que estas no se pudieran abrir, cerraba la puerta que unía el patio con el corral, y el cuadrero ya no podía salir de la casa hasta que por la mañana llegaban los otros gañanes, llamaban por la puerta principal, abría una de las criadas, la puerta de la calle, la cancela que comunicaba los dos patios, y la puerta que comunicaba el segundo patio con el corral. Una vez dentro el gañán al que le tocaba echarle el pienso a los animales durante la noche, pasaba con la criada que le había abierto las puerta de la calle, se dirigían a las puertas falsas, retiraba el candado de la fallefa de las puertas y ya podían entrar o salir los gañanes con la llave que de estas puertas tenían, para salir al campo por las mañanas y poder pasar dentro de la casa, cuando volvían con los animales al atardecer.

El que estaba de cuadra les echaba pienso cuando llegaba, y se acostaba en el poyo de la cuadra y allí permanecía hasta que dos horas antes de amanecer, tenía que levantarse para volver a echarle de comer a los animales dos piensos antes de la hora de salir a trabajar, para que los animales fueran comidos al campo.

El trabajo de los gañanes y sirvientas en las casas de los ricos, tenía un ritual que se seguía con todo rigor, cada uno cumplía una función, dependiendo del trabajo que cada uno tuviera que realizar. Estaba el mayoral que era el gañán encargado de distribuir el trabajo diario, a él le correspondía domar las mulas que se engancharan por primera vez al trabajo, hasta que se amansaban y este se las daba a otro de los gañanes en quien más confianza tuviera, para que este siguiera trabajando con ellas y completara la doma.
Informar al dueño o dueña de la casa de la marcha de la hacienda y acordar con los dueños cuándo se iba a empezar a segar, cuándo se iban a empezar los trabajos en la era, buscar los trilladores, llevar el control de las barbecheras. El era el responsable del trabajo del campo. El ayudador era el segundo de abordo. Si por enfermedad o por cualquier otra causa no estaba el mayoral, él asumía el timón. Era el responsable mientras no estuviera el mayoral. Luego estaban los zagales, que eran los que hacían lo que les mandaban, solían ser los más jóvenes, los últimos que habían entrado a trabajar en la casa.

En las casas grandes, en las más ricas, había una ama de llaves, que solía hacer de cocinera y dos mozas de servicio para el cuerpo de casa, que eran las encargadas de barrer y fregar suelos, barrer la calle, abrir la puerta de la casa cuando alguien llamaba, hacer los recados, ir a comprar y cualquier otro trabajo que surgiera. Estaba también el morillero, muchacho entre los doce y los dieciocho años, su trabajo estaba relacionado con los gañanes y con las mozas del servicio, a este cualquiera le podía mandar algo que hacer, de todos dependía, lo mismo le podían mandar las mujeres que los hombres, servía de comodín en todos los trabajos donde necesitaran uno más. Con una burra y unas aguaderas era el encargado de traer el agua para beber y guisar en la casa, barrer los corrales, sacar las cuadras de los animales, llevarlos al herradero a los que perdieran sus herraduras, ir a la huerta a por las hortalizas que se necesitaban en la casa, coger la fruta de los árboles cuando maduraban y extenderlas en la cámara, traer el agua de la fuente agria para los señores, llevar los muebles rotos a que los arreglara el carpintero, recoger de la fragua las rejas que los gañanes no las pudieran haber dejado abuzadas la noche anterior, aparte del trabajo que daba el Corralillo sacando cubos de agua para la pila, regando los árboles y las plantas, y quitando las hierbas. El morillero era el más ocupado de todos los sirvientes de la casa, y a la vez era el más buscado de todos, siempre se encontraba alguien en su deambular por la casa al que le tenía algo que hacer y todavía lo tenía pendiente. Todos los morilleros de todas las casas grandes albergaban una esperanza en común, todos esperaban que alguno de los gañanes de la casa se marchara a trabajar a otra casa y pudiera pasar de ser morillero, a ser gañán, hacerse novio con la sirvienta más joven y guapa de la casa y una vez cumplido el servicio militar, poder casarse con ella.

En las casas grandes había siempre muchas cosas que hacer, muchas cosas de qué hablar y mucha gente que lo hiciera, y en la casa que había sido de Marcelo Santillana, que ahora era de Ramón Santillana y de su hermana Pilar y que después iba a ser de sus hijos, era una casa grande y como en todas las casas grandes, había muchas cosas que hacer, muchas cosas de qué hablar y mucha gente que lo hiciera. Al llegar Amparo, la esposa de Ramón que venía del pueblo donde había nacido, donde se había casado con Ramón Santillana y donde habían estado viviendo con su marido en casa de sus padres. La muerte del padre de Ramón, hizo que llegara ahora a Alameda de la Mancha para quedarse, venía a vivir a la casa que había sido de sus suegros, a vivir con su marido y sus hijos, para que este se encargara de gobernar la hacienda de sus padres, que era la hacienda de una casa grande, y que un día sería junto a la que ella recibiera de los suyos, ya que con la edad que tenía su hermana Sofía, con su debilitada salud y su extrema dedicación a la iglesia, no le hacía pensar que pudiera llegar a casarse. La herencia que sus hijos recibieran, si la hermana de Ramón tampoco llegaba a casarse, iba a ser la casa de sus padres, que iba a heredar ella y la casa de sus suegros, que iba a heredar su marido, si su cuñada Pilar no se casaba, junto con la casa de su tía Josefina, tía de Ramón y Pilar, a la que a su muerte tendrían que heredar Pilar y Ramón, únicos sobrinos de esta acaudalada propietaria.