XVI
A Ramón Santillana le pasaba lo mismo con su mujer, había tenido ocasión de conocerla en la boda de unos parientes de ambos, en Puente de los Desamparados, y esto le hizo volver al pueblo, esperarla en la explanada de la iglesia y en muy pocas sesiones quedar comprometidos para siempre, sin que ninguno de los dos se hubiera arrepentido de la decisión que tomaron hacía ya tantos años. Habían ido pasando los años y seguían estando tan unidos como lo habían estado siempre, nada había cambiado desde que se conocieron en la boda de aquellos lejanos parientes, de los que ninguno de los dos tomó la decisión de asistir a la boda hasta la misma mañana del enlace.
A la familia de Amparo le había parecido bien el compromiso contraído por su hija con Ramón Santillana, aunque con el paso del tiempo y una vez que se enteraron por su hija Sofía que Ramón era liberal, progresista, librepensador, agnóstico, republicano y anticlerical, pensaron que esta forma de pensar les podía traer problemas a su hija y a los hijos que tuviera este matrimonio. Mientras tanto Sofía seguía obsesionada con la boda que había hecho su hermana, pensaba que mejor hubiera sido que hubiera permanecido soltera, como ella estaba, que las ideas progresistas de su cuñado iban a afectar a toda la familia y sobre todo a los hijos de su hermana, que además de ser los hijos de su hermana, iban a ser los hijos de Ramón Santillana, y que probablemente dada la influencia que ejercen los padres sobre los hijos fueran a ser liberales, progresistas, librepensadores, agnósticos, republicanos y anticlericales, y si me apuráis un poco, otras cosas peores. Entre agnósticos y ateos, es muy poca la diferencia, entre lo que no saben si hay o no hay Dios, y los que piensan que no lo hay, yo diría que no hay diferencia alguna, decía Sofía a sus padres. Esto hacía que sus padres se sintieran atemorizados ante las especulaciones de su hija mayor que era creyente a maza y martillo, persona temerosa de Dios, de comunión diaria, y no quería que en su familia, nadie se condenara. Ramón es buena persona, yo pienso que dice lo que siente, que habla con franqueza, por eso no lo condeno, quien dice lo que siente, dice su verdad y eso no es condenable, aunque lo que diga no esté de acuerdo con lo que nosotros pensamos, es mejor pensar que creer, le decía su padre a Sofía. Vamos a tratar de dejar de ser inquisidores, mira el daño que ha hecho la Santa Inquisición a los españoles y a los países donde ha actuado, y la Inquisición ha sido una institución fundada por la Iglesia, y apoyada por ella. Cuando Ramón habla de esto dice lo que piensa y siente, nosotros no lo podemos condenar por esto, no podemos ser la misma inquisición, ni debemos actuar como inquisidores, no juzgues, y no serás juzgado, dice la Iglesia a los fieles. Sin embargo, establece los confesonarios para juzgarnos, para decirnos la sanción que tenemos que pagar por haber pecado, aunque la sanción que tengamos que pagar solo sean rezos. Cuando Sofía oía hablar así a su padre, callaba para ir después a su madre y avisarle del peligro que todos corrían cuando hablaban con Ramón que trataba de defender lo indefendible en esta familia. Cuando trata de defender lo indefendible, estamos corriendo un riesgo que no tenemos por qué correrlo, y esto es muy peligroso para nuestras almas, puede que con sus perversas ideas acabe con todos nosotros en el infierno, decía. Trataba su madre de calmarla, diciéndole que eso no pasaría nunca, su fe estaba muy bien arraigada y al menos ellas nunca pensarían de forma distinta a como pensaban ahora, y puede que igual que las ovejas descarriadas, algún día él vuelva al redil, y entonces nos veremos recompensadas por haber sabido esperar. Esa será nuestra gran recompensa.
Pensaba Sofía que en su casa todos iban a terminar locos, y que esto iba a ser el preludio, no de la salvación de todos, sino de la condena a las penas del infierno por haberle permitido al marido de su hermana expresar sus peregrinas ideas. Dios además de ser bueno era muy justo y no podía tener distintas varas de medir. Si Dios fuera así entonces no sería Dios, sería un impostor y Dios no es ningún impostor. Como dice la Biblia, “Dios es el que es”. Después de llegar a esta conclusión, durante unos días permanecía tranquila pensando que al menos ella tenía el cielo asegurado y que había hecho todo lo humanamente posible para salvar a su familia, cosa esta a la que veía innumerables inconvenientes para poder progresar y llegar a un final feliz.
Estos temas en nada inquietaban a Ramón Santillana, pensaba en la escasa o nula capacidad de su cuñada tenía para pensar y esto le había hecho ver que al haber nacido dentro de una familia religiosa, había aprendido lo que en su casa había visto y oído. Ella nunca se había planteado pensar que en su casa podían estar equivocados, seguía a pie juntillas lo que oía en su casa y en la iglesia, nunca se planteó que tanto en un sitio como en otro pudieran equivocarse. Ramón Santillana nunca se vio afectado por lo que su cuñada Sofía pudiera pensar de él, tampoco pensaba que se pudiera condenar, que Dios lo pudiera mandar al infierno a perpetuidad, nunca le dijo a su cuñada que ya iba a ser bueno, o que rezara por él para que Dios le diera fe. Las veces que ella había tratado de adoctrinarlo en presencia de su familia, de que se tenía que arrepentir para que Dios lo perdonara, trataba Ramón sus consejos a broma, diciéndole que al menos en el invierno no se debía estar mal en el infierno, y a él que era muy friolero le vendría bien. En verano pensaba Ramón que al menos los días de calor lo dejarían los demonios de salir al fresco, siempre que se comprometiera a volver a la hora de pasar lista. Pensaba Sofía que su cuñado le estaba hablando con el corazón en la mano y que estaba equivocado y esto le iba a valer para que una vez muerto y celebrado el juicio particular, al que tenía derecho, Dios lo iba a condenar al fuego eterno para toda la eternidad. Pedro Gotero lo iba a estar esperando en la puerta del infierno preparado con su horca de hierro con la que aparece en los libros de la Iglesia, y con su horca le iba a estar atormentando hasta la consumación de los siglos.
No le cabía a Sofía en su cabeza que las monjas ursulinas donde se había formado la iban a estar engañando durante tanto tiempo, ni que ellas que eran tan rectas y sabían tanto iban a estar equivocadas. Pensaba que el equivocado era su cuñado, y que a Dios, que además de bueno era infinitamente justo, no le iba a quedar otra opción que mandarlo al infierno para toda la eternidad.
Estaba Ramón Santillana oteando su pasado ante la perspectiva que se le avecinaba, cuando su hijo Marcelo le dijo a su madre que quería ser sacerdote. Amparo preocupada se lo dijo a él, pensó que esta ocurrencia que su hijo había tenido, se debía a los quince días que había pasado con sus abuelos en la casa que estos tenían en su finca el Tomillar de Maqueda de Puente de los Desamparados. Nunca pensó que aquellos quince días de estancia a pleno campo le iban a traer estas consecuencias, su hermana Sofía había aprovechado los quince días de vacaciones a pleno campo, entre los potros y las yeguas, los corderos y las ovejas, para amedrentar a su hermano. Nunca pensó que su hermana pudiera aprovechar tan corta estancia de tiempo para trasformar a su hijo de quince años de ser un muchacho abierto en un aprendiz de cura, con toda la carga que esto iba a aparejar para él. Ramón no pensaba que la vocación que su cuñada le había metido a su hijo, le iba a durar quince días, y que esta vocación que Sofía había descubierto en su sobrino iba a ser, el sueño de una noche de verano. No pensó nunca que su hijo quisiera ser sacerdote de Cristo para siempre.
Cuando Amparo cargada de razonamientos le dijo a su marido, una semana después de volver del Tomillar de Maqueda, que su hijo quería ser sacerdote, observó Ramón que a su mujer le preocupaba más la decisión tomada por su hijo que a él mismo, y aunque no le gustó, trató de quitarle importancia. Ambos culparon de esta decisión que había tomado Marcelo había sido fruto de los consejos que Sofía podía haber ejercido sobre él, pensaban que en pocos días esto iba a ser agua pasada. Y aunque no le había gustado que Sofía aprovechando la ausencia de sus padres hubiera influido para que Marcelo tomara esta decisión, no se dieron por aludidos y confiaron en que el tiempo volviera las aguas a su cauce. Trataron y lograron que Marcelo no ingresara todavía en el seminario y que postergara su decisión hasta que terminara el bachiller, pero de nada le valió. Cuando termino el bachiller tenía Marcelo 16 años y no había cambiado de opinión, cuando este hecho se produjo, quería ser sacerdote a toda costa, de nada le valieron los consejos de su familia, quería dedicarse por entero a Dios, de ninguna manera estaba dispuesto a renunciar a ser sacerdote. Cuando su familia le preguntaba por cuales eran los motivos que lo llevaban a tomar esta decisión, respondía siempre que eran motivos personales los que le habían movido a actuar así y no quería compartirlos con nadie, este iba a ser su secreto durante toda su vida, y pensaba llevarlo consigo hasta la tumba.
Cuando terminó el bachiller, pensaron sus padres que una vez que Marcelo entrase en el seminario por decisión propia, pronto abandonaría la idea de hacerse sacerdote. Todos estaban equivocados, Marcelo seguía pensando lo mismo, y solía decir a quienes le preguntaban que nunca iba a abandonar la decisión que había tomado.
Ni familia, ni amigos le hicieron cambiar la decisión que por consejo de su tía había tomado, y según decía nunca cambiaría esta decisión por otra que le pudiera ser más cómoda de llevar.
Cuando se veía presionado para que dijera a quién le había prometido esto, siempre decía: a mí mismo, nada más os puedo decir. Cortaba el tema del que estaban hablando, y se dirigía a sus habitaciones.