No se atrevió Rufina a poner objeciones al relato que su marido le había hecho, ni a preguntar por la carga de leña seca que este le iba a traer. Le preguntó por Adela, por su marido y por sus hijas, por cómo llevaban allí la vida, cómo gastaban allí las horas, si añoraban la vida del pueblo, o si se habían adaptado bien a la soledad, qué les había supuesto vivir en el monte. De todas esas cosas no hemos hablado le dijo el marido, ellos se ven bien allí, se ven contentos, hemos pasado un día agradable y al menos yo no he visto nada que no sea paz y felicidad. Allí se vive bien, cuando necesitan bajar al pueblo, bien sea a comprar comida, a ver a la familia o a solucionar cualquier otro asunto que les surja y lo resuelven sin ningún problema. Tienen una buena burra que puede con las dos, y tanto si van al pueblo de una o al pueblo de la otra siempre salen juntas.
Todas las cosas que tenían que hacer la tenían resueltas, al día siguiente había quedado Cipriano con Salome, el marido de Adela, en que iba a ir a las Berenjenas a por la leña seca que tenía que llevarle a Rufina y cuando pasara la feria, iba a empezar a llevar leña a Almagro. Así se lo había dicho a Salomé y así pensaban hacerlo. Era el día seis de setiembre. Cipriano era hermano de la Virgen del Valle, patrona del pueblo, y el día siete por la tarde tenía que ir a los oficios, que eran por la tarde. Su suegra le había dicho a su mujer que lo convenciera, para que fuera a los oficios y a la procesión, que era al día siguiente, no sea que si falta, lo vaya a castigar la Virgen, bien matándole al borrico de un dolor, con un accidente, o mandándole cualquier cosa que le pueda ocurrir, con los santos tenemos que estar a bien siempre, no sea que ahora que estáis empezando, os vayan a mandar algún castigo. Los pobres tenemos que estar a bien con todos, y con los santos también.
Aceptó Cipriano la recomendación que su suegra le había hecho a través de su mujer, más por no indisponerse con su suegra que por el disgusto que pudiera él darle a la Virgen si se le ocurría no ir a los oficios o a la procesión, y mucho menos por la venganza que la Virgen pudiera tomar de él, si se le ocurría faltar a los oficios, a la procesión, o a las dos cosas a la vez. No era Cipriano hombre de creencias, ni su mujer tampoco, pero no querían ninguno de los dos indisponerse con ella. Sabían que era una mujer muy de la iglesia y al mismo tiempo también sabían que si los dos querían trabajar y tener hijos, que era lo que los dos pensaban, a su suegra la iban a estar necesitando, durante toda su vida.
El diez de setiembre del año mil ochocientos treinta y dos hizo Cipriano su primera carga de leña para venderla en Almagro. Así empezaba lo que él esperaba que fuera el oficio con el que tendría que sacar su casa adelante, durante toda su vida. Tenía veintiséis años y su mujer veinticuatro, cuando empezaron a llevar leña él y a lavar ropa ella, pensaban estar toda su vida desempeñando estos oficios, crear una familia y ser felices trayendo leña y lavando ropa. Su mayor ilusión era no pasar hambre. Tendrían que pasar calor y frío, vendrían días buenos y días malos. Llevaban un año casados y habían logrado ya comprarle Rucio a la viuda del Pirata, confiaban en la suerte, se encontraban esperanzados y contentos, tenían toda la vida por delante. Sus ilusiones estaban puestas en el porvenir que la vida les pudiera dar.
Trajo Cipriano su primera carga de leña, la descargó en su puerta, entró a Rucio en la cuadra, le dio agua y le echó de comer. Salió con la intención de meter los lazos de leña dentro del patio, y al comprobar lo que estos pesaban, optó por dejarlos pegados a la pared, dentro de la acera, y que allí esperaran hasta la mañana siguiente que los volvería a cargar sobre los lomos de Rucio y los llevaría a Almagro. Eran más de las tres cuando Rufina volvió de casa de su madre, vio la leña descargada en la puerta de su casa y pensó que ya estaba allí su marido, entró dentro y encontró a su marido lavándose en una palangana que había puesto sobre una silla en el patio.
Preguntó Rufina a su marido si pensaba que metieran la leña en el patio, o si la iban a dejar a dormir en la calle, a lo que este, contestó diciéndole que era leña recia y pesaba mucho, que había intentado meterla solo, pero ante el temor de desconcharle el portal, lo había dejado, pensando que podía dormir en la calle, no creo que se la lleven, dijo Rufino, el único problema que le veo es que alguien tropiece y se caiga. Meter la leña en el patio cuando la traiga, va a tener sus dificultades y sacarla por la mañana cuando la tenga que cargar también. Hay muchos que la dejan en la puerta como la he dejado yo ahora y nunca pasa nada, esperemos que a nosotros tampoco nos pase. Tengo que ir mañana a los oficios y pasado a la procesión como quería tu madre, de algo nos tiene que valer, pienso yo. Rió esta la ocurrencia de su marido y dieron los dos por resuelto el problema.
Dedicó Rufina la tarde a arreglar la casa, y a hacer todo lo necesario para que una vez que empezara a lavar la ropa que su marido le tenía que traer de Almagro, no tuviera cosas pendientes que le estorbaran su libre desenvolvimiento y que pudiera hacer las cosas de la casa y el lavado de la ropa.
Cuando Cipriano terminó de lavarse, comió un poco y como se había levantado temprano, sintió sueño y se dejó caer un rato en la cama. Eran ya más de las cuatro cuando este se dejó caer sobre la cama, para dar una cabezadilla como el decía, y eran casi las siete cuando despertó. Al salir de la alcoba encontró a su mujer arreglada, que le dijo, por poco si sales, llevo aquí un buen rato arreglada, he pasado dos o tres veces a la sala por ver si despertabas, y ni por esas. Seguías tan dormidito que he pensado que no te ibas a despertar hasta mañana. Mujer, me levanté temprano, he estado toda la mañana en el monte, y he hecho mi carga de leña. La he cargado sobre las espaldas de Rucio, con la dificultad que esto entrañaba para mí, por ser la primera vez que lo hacía en mi vida y después de hacer todas estas cosas, he tenido que venir andando desde Ollas Borregas al pueblo. Cuando he terminado de cargar la leña era más de mediodía, y he tenido que venir andando detrás de Rucio, que tiene un buen tranco, con toda la siesta encima, hacía calor y lo primero que se me ha ocurrido, ha sido lavarme y comer. Me ha entrado sueño, he entrado en la alcoba, que estaba frescquita y oscura, me ha tentado el sueño y me ha vencido al final. No tenía nada urgente que hacer, todo lo había dejado preparado para mañana, y estaban tan fresquitas las sábanas, que durante un buen rato el sueño me ha arropado con su manto.
Bueno, dijo Rufina, arréglate un poco y vamos a ver qué pasa por la plaza, las ferias se están acabando, por la mañana ya no habrá puestos de navajas y los turroneros desaparecerán con sus carros hasta el año que viene. Salieron de su casa Cipriano y Rufina con su ropa de feria, dieron una vuelta entre los puestos de juguetes y almendrillas, compraron dos pastillas de turrón, una blando y otra duro, y cuarto de kilo de almendras dulces y cuarto de saladas. Volvieron a pasear la feria durante un rato y después de ver que todo seguía igual, decidieron irse a cenar. Todo seguía igual, todo seguía que el año pasado y todo seguiría igual el año que viene, la vida es repetitiva pero distinta. El año que viene cuando aquí volvamos todo estará igual, pero será otra feria, apuntó Rufina.
Volvieron temprano de la feria. Esta feria iba a dar un cambio a sus vidas, iban a pasar de ser trabajadores por cuenta ajena, a ser trabajadores por cuenta propia, eran dos formas distintas de trabajar, pero no iban a dejar de ser trabajadores. Trabajadores iban a seguir siendo toda la vida. Llegaron a su casa, las familias estaban sentadas en sus puertas, les preguntaron por la feria, no sabían qué contestar, al fin se decidieron a hacerlo. La feria está como siempre, como estuvo el año pasado y como estará el año que viene. Se despidieron de los vecinos, pasaron a sus casas, entraron en la cocina y Rufina preguntó ¿Qué quieres cenar? Cosa de poco o nada, contestó su marido. ¿Pico un poco tomate con escabeche? Vale, respondió el marido. Apenas hablaron durante la cena, lo dos pensaban en lo mismo, pero ninguno intentaba trasferir al otro sus pensamientos. El porvenir les inquietaba a los dos. Sin decir palabra recogió Rufina la mesa y preguntó a su marido, ¿saco algo de lo que hemos traído, o lo dejo para otro día? Déjalo para otro día, contesto el marido. Nos sentamos un rato a la puerta, o nos acostamos, vamos a acostarnos, dijo el marido …
Cipriano estaba cansado y preocupado, mañana tenía que ir a vender su mercancía a Almagro, tenía que traerse para acá una cesta de ropa, que su mujer tendría que llevar a lavar el día siguiente a la Higuera, y esto tenía que ser así para siempre, para toda la vida. Hasta que un día cualquier dolencia, cualquier enfermedad, lo apartara de la vida también para siempre, como apartó a su suegro, como apartó a su padre, como a tantos otros había apartado y seguiría apartando. Es ley de la vida pensó, los viejos estorban.