Librepensadores 4

Las noticias en los pueblos se extienden enseguida y mucho más una noticia como esta, que a todo el pueblo le afectaba. Todos lamentaban su marcha, y al mismo tiempo todos entendían las razones que le habían movido a tomar esta decisión. Vieron todos que la mayor preocupación para los padres son los hijos, y al mismo tiempo pensaban que en iguales circunstancias hubieran actuado ellos de la misma forma. Nadie podía reprocharle nada, pero todos lamentaban su marcha.

Cuando llegaron al pueblo, los habitantes de Alameda de la Mancha los veían con cierto reparo, al enterarse que no eran creyentes. Sin embargo, como decían quienes los conocían, eran gente inteligente, agradable y amena en el trato, brillante en sus exposiciones, y con sentido del humor. A medida que iba pasando el tiempo fueron ganando adeptos, y tanto en la escuela como en la consulta, fueron ganando amigos muy deprisa. Tenían la costumbre de decirle adiós a las personas con quien se encontraban en la calle y pararse a saludar a todos los conocidos con los que antes  habían tenido ocasión de hablar. Por esta razón de cercanía hacia todos, pronto perdieron el descrédito, estigma o sambenito que desde ciertos sectores cercanos a la iglesia les achacaban.

Esta cercanía era fruto de las enseñanzas recibidas en los centros donde estudiaron, y al mismo tiempo fruto del ambiente familiar en que se criaron. Era fruto de la educación recibida en los centros de la Institución Libre  de Enseñanza, donde el krausismo formaba la parte más importante del pensamiento filosófico de la institución en la que sus padres se habían formado, y al mismo tiempo donde Ángel y Josefina habían recibido su formación. Tenían la costumbre bien arraigada de levantarse temprano, no ser perezosos, y como consecuencia de esto, no dejar las cosas sin hacer de un día para otro. Eran laicos, ateos, libre pensadores. Gracias a esta forma de entender la vida, podían disponer de unas horas más al día, que les permitían cumplir con su trabajo como profesionales de la educación y la medicina, controlar su casa, y dedicar parte del tiempo que le sobraba a hablar con amigos y conocidos.

Habían encontrado en Alameda a amigos con los que poder hablar, discutir sus ideas. eran capaces de defender lo que pensaban, y de aceptar otras ideas, si encontraban en ellas mejores razones para defenderlas que las que hasta ahora habían mantenido, aceptando de buen grado ideas diferentes a las suyas, si estas veían que estaban más cerca de la razón y de la verdad

La tertulia en la que limaban sus diferencias, la solían establecer en cualquier sitio donde se juntaran, bien en el bar donde habitualmente tomaran sus cervezas, en la mesa del casino donde se juntaban a tomar café o en una finca de don Alonso. Allí se juntaban ocasionalmente para cazar un rato por la mañana, y cobraban piezas suficientes para hacer la comida que solía ser la misma o muy parecida, ya que sus principales ingredientes siempre eran los mismos, conejos y perdices. Tenían desechadas de antemano, la caza mayor, tórtolas, y otras piezas menores, a no ser que en los primeros días de agosto y al levantarse la veda de la codorniz madrugaran una mañana, y la dedicaran durante un par de horas a matar codornices y con ellas hacer una paella en la huerta del bachiller, donde había agua fresca y sombra. Allí, después de comer a la sombra de los árboles, tomaban café alrededor de la mesa de la cocina para después hablar largo y tendido del tema que los ocupara. Otro sitio donde solían reunirse era en la rebotica, donde Antonio el boticario recibía las visitas  de los amigos, que normalmente se prolongaban hasta la hora de la cena.

Ángel y Josefina repasaban una y otra vez la forma en que su vida había trascurrido en aquel pueblo manchego donde llevaban ya viviendo ocho años, y que se estaba pasando como si fuera un sueño, del que muy pronto tenían que despertar. A diario evocaban la vida en este olvidado pueblo de la Mancha, donde por un capricho del destino, vinieron a parar hace ya tanto tiempo. Para ellos iba a resultar un cambio brusco el que les aguardaba, sus compañeros y compañeras se habrían diseminado por toda España como ellos mismos. Tendrían que rehacer amistades y poco a poco el pueblo iba a ser un recuerdo que se iría diluyendo lentamente en el tiempo. La vida sigue y las sombras pasan dice el poeta. No  puede uno anclarse en el pasado, tenemos que seguir adelante, la vida es senda a seguir, camino a recorrer. No podemos quedarnos varados en el camino, como las nueras de Lot, el sobrino de Abraham, convertidas en estatuas de sal para toda la eternidad.

A veces, mientras hablaban de las despedidas, recordaban el pueblo de los Montes de Toledo donde habían estado viviendo durante cinco años, y ya de él solo recordaban hechos aislados, que muy de tarde en tarde evocaban. Lo mismo pasaría con este, todo lo borra el tiempo decían. Las despedidas, los adioses siempre son tristes, cuesta decir adiós y cuesta mucho más, cuando sabes que si pasado el tiempo, vuelves a encontrarte con alguna de  las personas de las que ahora te vas a despedir, tú no serás la misma persona y la persona con quien te encuentres, también será otra. Todo lo cambia el tiempo, no podemos bañarnos dos veces en el mismo río, decía Parménides de Elea, filósofo griego, porque cuando vuelvas, será otro el río donde te bañes. El tiempo nos cambia a todos, seremos otros cuando nos encontremos, no seremos los mismos.

Lo perdido, perdido está, pero nos preocupa más aquello que esperamos perder. Por esa razón, y a medida que pasaban los días, Ángel y Josefina se iban encontrando más inquietos. Tenían que cesar ambos el treinta y uno de agosto en Alameda, y tomar posesión en Madrid el uno de setiembre. Ya había quedado Ángel con don Gustavo en que este le atendería a sus clientes en su consulta, y al mismo tiempo le atendería las visitas que tuviera que hacer durante los días treinta y treinta y uno de agosto. De esta forma ellos tendrían libre estos días para que la agencia que les tenía que mudar los muebles los recogiera en Alameda el día treinta, y el  treinta y uno por la mañana, los dejara colocados en su nuevo hogar, para otra vez volver a empezar. El día uno de setiembre a primera hora, tenían que tomar posesión en el ayuntamiento de Madrid de la plaza a la que habían sido destinados.

Quedaban quince días para el treinta de agosto y todavía no habían decidido ni cuándo ni cómo iban a empezar las despedidas, ni de cuántas casas pensaban despedirse. Ya llevaban una semana tratando de hacer una lista con los nombres de las casas que tenían que visitar, y no encontraban la forma de ponerse de acuerdo para juntarse y decidir a qué casas debían ir para despedirse. El caso era que los dos querían hacerlo, pero no sabían cómo ni cuándo empezar. El tiempo se le echaba encima y ninguno se atrevía a decir ahora. Costaba trabajo empezar con las despedidas, mucho trabajo y a esto era a lo que le daban vueltas los dos.

Aquella misma noche había cine. Mientras cenaban las niñas les dijeron que iba a haber cine en el Huerto de Calatrava, que echaban la película La Isla del Tesoro y querían verla. Pensaban ir a verla con Jacinta, si le daban permiso, y las iba a acompañar Anselmo, si es que las dejaban. Yo sí os dejo, dijo Ángel, tratar de convencer a vuestra madre que es más estricta. Quedose Josefina mirando a su marido y a sus hijas, y contestó: Verdad será cuando tú lo dices, hasta ahora no me había dado cuenta, ni siquiera se me había ocurrido pensarlo, y dirigiéndose a Jacinta le dijo: Dile a Anselmo que pase para que lo conozcamos, queremos conocerlo antes de que nos vayamos, para que cuando volvamos a vuestra boda, Anselmo no sea un desconocido para nosotros. Coge dinero para las entradas de todos, y para si queréis comprar algo en el descanso y dirigiéndose a Jacinta dijo, ‘el monedero está en la mesita de noche mía, cuando volváis estaremos levantados, a no ser que la película, sea una película muy larga… muy larga.

Después de saludar a Anselmo y mantener con el unos minutos de animada conversación, salieron los que iban al cine y se quedaron en casa Ángel y Josefina, dispuestos a resolver el único tema que tenían pendiente, las despedidas. Sacó Josefina papel y lápiz y se dispuso a escribir, diciéndole a su marido, ¿por donde empezamos? Sería mejor, contestó Ángel, que cada uno hiciéramos nuestra lista, y cuando terminemos, confrontamos las listas que saquemos, para después buscar los olvidados que pueda haber en cada una de las lista y hacer una sola lista. Hacemos esta noche esa única lista donde no haya olvidados, y dentro de un par de días, la volvemos a sacar para ver si hemos dejado fuera alguno y esto nos proporcione un disgusto y una enemistad que hasta ahora no hemos tenido.

Cada uno, sentados en la mesa frente a frente, provistos de las herramientas necesarias para desarrollar su tarea, sin intercambiar palabra alguna, empezaron a hacerlo. Con relativa frecuencia dejaban de escribir para recabar datos de su memoria que le permitieran continuar con su obra. Cuando empezaron a escribir, pensaban que aquella misma noche acabarían con sus listas. Las paradas para buscar datos alicuando les jugaban malas pasadas, se dejaban calles cortadas, como si no existieran, tropezaban con familias que no sabían donde vivían, se tenían que intercambiar datos, buscar parentescos y mil cosas más que les llevaran a localizar a las familias de las que se tenían que despedir. Pronto llegaron las que habían ido al cine para ver la película,  que tanto a las que fueron a verla como a los que se quedaron haciendo las listas, se les había hecho muy corta.

Tenían las hijas de Ángel y Josefina unas ganas locas de contarle a sus padres la Isla del Tesoro, y Ángel y Josefina no tuvieron más remedio que escuchar atentamente a sus hijas, mientras estas les contaban la película que acababan de ver. Esta causa fue el principal impedimento que les hizo que no pudieran terminar aquella noche la lista. Tuvieron que contar con la ayuda de Jacinta para poder terminar la confección de la dichosa lista.

Dejaron las visitas para la última semana mientras que en los días anteriores se dedicaron a recoger las cosas que pensaban llevarse a su nueva casa.  Tenían que dejarle a Ramón Lozoya y a su hermano la casa limpia y arreglada para que esto no se pudieran quejar ante su prima Conchita de cómo la habían dejado. Se iban a vivir a un piso de cien metros cuadrados y habían estado viviendo en una vivienda de trescientos, sin contar patios y corrales. Tenían muchas cosas que no se iban a poder llevar. Pensaron dárselas a Jacinta una vez que recogieran los muebles y enseres que pensaban llevarse. Jacinta había sido en su casa un miembro más de la familia, y ni estaban en condiciones de poner una tienda de objetos usados las vísperas de la despedida ni estar regateando el valor de los objetos que no se podían llevar. Dejaron todo lo que se iban a llevar  recogido y preparado en una habitación cercana a la calle, y le dijeron a Jacinta, todo lo que no nos vamos a llevar es para ti, quédate con los muebles y enseres restantes, pensamos que te casarás pronto, si algo no lo necesitas, puedes hacer con ello lo que quieras, regalarlo, dejarlo en casa de tus padres, o dárselo a quien lo necesite, es tuyo, y como tuyo puedes hacer con ello lo que quieras.

Llegó el día de la despedidas, y armados de valor, salieron a la calle dispuestos a decir adiós a quienes habían convivido con ellos durante ocho años, era lo último que les quedaba que hacer en el pueblo, y al mismo tiempo era lo que más trabajo les iba a costar. Fue un día duro y difícil, tenían que seguir adelante, y era un paso más en la vida, a la mañana siguiente tenían que salir para Madrid. El inicio de una nueva vida les estaba esperando. No podían vislumbrar que el nuevo camino que iban a iniciar iba a estar plagado de una gran cosecha de frutos amargos.