XXI. Trabajadores, labradores y ricos

La situación de la República era preocupante, las noticias que llegaban del frente eran pesimistas, y eran más pesimistas para los que más se habían destacado en su defensa. Luisa sí que había defendido la República. La había defendido con el mosquetón al hombro, en los alrededores del pueblo, en las salidas de las carreteras, patrullando durante la noche por las calles, y sobre todo la había defendido con la palabra. Intervino en todos los mítines que se dieron desde su llegada al pueblo. Sus palabras fueron siempre brillantes, persuasivas y convincentes, seguidas siempre con extrema atención por las gentes, que la escuchaban en un silencio absoluto, que solo se rompía cuando los oyentes enfervorecidos rompían a aplaudir.

Defendió siempre a la República, y dentro de la República, al partido socialista y a la clase trabajadora, que era la clase a la que ella pertenecía. Atacó siempre a los militares sublevados, a la iglesia, a las organizaciones fascistas y a los que colaboraban con los sublevados. La defensa que hizo de sus ideas fue siempre apasionada y honesta. Apoyada por la mayoría y denostada por unos pocos, que esperaban el triunfo del golpe de estado. Dispuesta siempre a ayudar a quienes la necesitaban, si reparar en medios, preocupada por los abandonados a su suerte, por los necesitados. Defensora a ultranza de la escuela pública, de la formación de adultos, de la igualdad del hombre y la mujer, de la formación, de la cultura y la sanidad para todos. Temía el hundimiento de la República y temía también al triunfo de los militares, de las organizaciones fascistas, del capital y de la iglesia. Temía también a la gran represión que se esperaba si la República perdía la guerra, y temía a las ejecuciones, a las torturas y a las violaciones, si como todo hacía pensar Franco ganaba la guerra.

Durante los primeros meses de guerra, en la zona de España fiel a la República, hubo ejecuciones incontroladas, que la República no logró evitar. Esto duró hasta noviembre del año treinta y seis, fecha en que la República pudo controlar a las juntas de defensa y así evitar las ejecuciones y saqueos que se dieron en muchos pueblos de España, antes de que la República lograra controlarlos. Al invadir el ejército de África el Sur de España y varias capitanías generales se unieran a los sublevados, la República se vio en la necesidad de armar al pueblo y evitar que España entera cayera en manos de los sublevados. Madrid evitó caer en sus manos, gracias a que el pueblo armado, atacó el Cuartel de la Montaña y evitó el triunfo de los amotinados.

En la zona ocupada por los militares las ejecuciones, las torturas y las violaciones en las cárceles duraron durante los tres años de guerra, no necesitaban ni jueces, ni abogados, y al menos diez años más tarde seguían haciendo lo mismo. A la República le costó controlar las armas a quien se las había dado para defenderla. Mientras, los sublevados seguían haciendo su guerra de exterminio en los frentes y en la retaguardia, sin importarle en sus ejecuciones, las causas que las motivaban, el sexo, ni la edad de los justiciables, solo necesitaban el testimonio de un denunciante para dictar sentencia y cumplirla de inmediato. Por otro lado, los falangistas, los curas y los paramilitares al servicio de cualquier organización fascista seguían aplicando su justicia por su propia cuenta y con sus propias reglas.

En Alameda de la Mancha, no hubo ejecuciones, aquí no hubo enfrentamientos importantes, no había grandes diferencias entre la clase trabajadora y los propietarios, preocupaba a todos la Ley de la Reforma Agraria, y aunque esta ley no estaba hecha para los habitantes de Alameda, unos la esperaban y otros la temían. Los trabajadores ganaban un buen sueldo con su trabajo en las canteras, y vivían bien, y los propietarios de la tierra pensaban, si los trabajadores viven mejor que nosotros, y además nos quitan las tierras y se las dan a ellos, ¿de qué vamos a vivir? Los labriegos de Alameda se preocupaban de la reforma agraria, porque pensaban que los iban a dejar sin tierra, y los trabajadores de las canteras, estaban preocupados, porque si la tierra debe ser para los que la trabajan, ¿qué hacen los políticos, que no lo solucionan de una vez? Pero en Alameda, los labradores araban sus campos.

En el ayuntamiento de Alameda, el Frente Popular había ganado las elecciones por mayoría absoluta, y a él se acercaban con relativa frecuencia los trabajadores o sus familias, a preguntar por la reforma agraria. Si ya había salido, o cuando se iba a promulgar la ley. La respuesta que recibían siempre era la misma, está pendiente de tramitación, todavía no la ha aprobado el gobierno, y cuando la apruebe el gobierno, tiene que pasar al Congreso de los Diputados, para que este la apruebe, y si la aprueba el Congreso de los Diputados pasará al Boletín Oficial del Estado para que se publique. Y una vez publicada, entrará en vigor en los términos establecidos en ella. La persona que había ido a preguntar por la Ley de la Reforma Agraria, cuando salía de las puertas del ayuntamiento, iba ya pensando: cuando llegue a mi casa y me pregunten por la dichosa ley, no me voy a acordar de nada de lo que me han dicho.

Los labradores no preguntaban en el ayuntamiento desde que el Frente Popular ganara las elecciones del dieciséis de febrero del año treinta y seis, pensaban que los del Frente Popular no solo habían ganado las elecciones, sino que además los iba a dejar sin tierra, se las iban a quitar. Como ellos mandaban, pensaban que los iban a dejar en cueros. Tal vez razonando por su cuenta, llegaron a la conclusión, ante la intranquilidad que les proporcionaba el ver que los trabajadores, que no habían mandado nunca, que en el ayuntamiento nunca le habían hecho caso y ahora les hacían, llegaran a pensar que en otras ocasiones debía haber pasado lo mismo.

Los ricos tuvieron que haber sido otros, y en otras fechas más antiguas, ganaron los nuestros las elecciones y gracias a ellas los ricos éramos nosotros. Y ahora han tenido que venir estas marranas elecciones, que las hemos perdido y las vamos a pagar todas juntas. Cuando ganemos otras y las cosas vuelvan a lo suyo, ya veréis cómo no vamos a hacer más elecciones. Como gane Franco la guerra, las elecciones, no se van a poder hacer nunca, ya veréis cómo Franco lo deja todo atado y bien atado, y no celebraremos más elecciones en la vida y así no las perdemos.

La forma de pensar de los labriegos de Alameda de la Mancha, era sencilla y ajustada a derecho, según ellos pensaban. Como todos pensaban lo mismo, y no había ninguno  opuesto a estos razonamientos, todos quedaron de acuerdo y cerraron el caso, dándolo por solucionado. Luego, al llegar a sus casas le contaban a sus mujeres lo que habían estado pensando aquella noche, en un rincón del casino, y en relación con la nueva Ley de la Reforma Agraria, que según ellos, el gobierno iba a promulgar de un momento a otro, para dejar a los labradores sin poder llevarse un trozo de pan a la boca. Estas, que pensaban más y mejor que sus maridos, una vez que ellos les dieron cuenta de lo que pensaban, le derribaron los palos del sombraje con argumentos más modernos y progresistas que las conclusiones a las que habían llegado en la sala de lectura del Casino de los Ricos, que antes había sido, el Casino de los Pobres de Alameda de la Mancha.

A la noche siguiente, cuando después de cenar, fueron juntándose en torno a la mesa, que había sido mesa de lectura, cuando este casino de los ricos era el casino de los pobres, y que desde que había dejado de ser el casino de los pobres, esta mesa había dejado de ser mesa de lectura, porque los ricos de Alameda, aparte de no ser ricos, tampoco leían. Solo se pasaba a esta sala, cuando tenían que juntarse algunos de sus socios, y no querían dar tres cuartos al pregonero de los asuntos que iban a tratar. Como lo que iban a tratar iba a ser la continuación de lo que habían tratado la noche anterior, una vez que lo habían tratado con la almohada y con su mujer al mismo tiempo, y según parecía no habían podido convencer a sus esposas, y a las almohadas de las excelencias, que como terapia para las familias iba a tener el pensamiento expresado por los labradores allí reunidos durante la consulta que habían tenido con estas.

Todas las esperanzas que habían puesto en que Franco les resolviera el problema de seguir siendo ricos ellos y sus descendientes, y que la ley de la Reforma Agraria la borrara Franco de un plumazo, las dieron por perdidas, una vez que sus mujeres les informaran de los peligros que entrañaba hablar de lo que estaban pensando en el casino, donde cualquiera que no fuera de los suyos pudiera oírlo y al mismo tiempo, comentarlo en otras tertulias, bien en las mesas del Casino de los Ricos, o bien en las mesas de la Sociedad Obrera, y estos comentarios se extendieran por el pueblo como la lumbre, lleguen donde tengan que llegar, y desde el ayuntamiento manden a buscaros, o desde el gobierno civil y os manden por ahí a cualquier cárcel, o a las paredes de algún cementerio, como hacen los vuestros. Como alguna de las esposas dijo a su marido.

Aquella noche, los tertulianos que estuvieron allí reunidos la noche anterior, iban entrando de uno en uno, y al mismo tiempo que entraban, iban cerrando la puerta para que la gente que cruzara por la escalera no conociera a los que allí estaban reunidos. Entraron serios y preocupados. La noche anterior habían estado comentando con la almohada y con su esposa lo que habían estado hablando en la sala de lectura del casino, apoyados en la mesa que había sido mesa de lectura y que ya no lo era, y que sus mujeres, apoyadas por sus almohadas se opusieran rotundamente a que estos comentarios se hicieran tan alegremente, sin darse cuenta de que por el solo hecho de estar juntos, ya estaban levantando sospechas ante cualquiera que los pudiera ver.

Todos sabemos en el pueblo quién es quién, y estamos en una guerra civil, y en estas circunstancias no nos podemos fiar de nadie. En las circunstancias en que nos encontramos, puede pasar cualquier cosa. La guerra no ha terminado, le decía otra esposa a su marido, si estalla la guerra en Europa, los aliados van a ayudar a la República, y si los aliados ayudan a la República, Franco y sus generales, en pocos días van a tener la horca preparada, y todas esas ejecuciones arbitrarias, esas palizas, y esas violaciones que sus seguidores han ido ejecutando sobre las tierras conquistadas, van a ser juzgadas por tribunales populares. Aquí no ha habido muertos nada más que los que han muerto en el frente, ni tampoco ha habido palizas, ni violaciones. Por ningún concepto se debe aquí juzgar a nadie. Las palabras de las mujeres, se escucharon atentamente aquella noche, se oyeron con emoción, sobre la que había sido mesa del casino de los pobres, llevadas allí por la voz entrecortada de sus maridos. Luego hubo actitudes impresentables llevadas a cabo por personas impresentables, que con su actitud, llenaron de luto y de vergüenza a la inmensa mayoría de los habitantes de Alameda de la Mancha.