El Grito XVIII

XVIII

Se despidió Amparo de su hijo diciéndole: Voy a hablar con tu padre, le diré lo que me has dicho y que vas a hablar con él, nunca le tengas miedo, él te va a escuchar, pienso que la decisión que vayas a tomar la va a dejar en tus manos, escucha sus palabras y piensa en ellas, luego decide lo que has de hacer, la decisión que has de tomar tendrá que ser tuya, tu padre no va a intentar llevarte donde tú no quieras ir.

Quedó pensativo Marcelo con las palabras que había oído a su madre. Lo que había oído le había hecho ver cómo sus padres crecían ante él. Vio cómo los consejos que le había dado el rector del seminario se le iban haciendo pequeños, y como para él sus padres seguían creciendo.

Salió su madre de la estancia donde estaba, dejando a Marcelo a solas con sus pensamientos, de nada le valían las recomendaciones que le había hecho el rector. Cuánto había bajado para él el concepto que tenía de su tía y cuánto habían subido sus padres, cómo a la hora de valorar su entorno había cambiado tanto en tan poco tiempo, le había bastado escuchar un rato a su madre para cambiar de esa forma el concepto que tenía de ellos. Durante un buen rato quedó solo haciéndose reproches a sí mismo, qué poco había aprendido de la vida en el seminario, se le escapaban tantas cosas a aquella gente, siempre rezando y con el nombre de Dios en la boca, y qué poco sabían del mundo y de la gente que pasa a nuestro lado. Siempre hablando de Dios, y qué concepto tan mezquino tienen de él.

Cuando Marcelo Santillana se levanto del sillón donde había estado sentado no sabía el tiempo que allí llevaba, hacía un rato que estaba allí sentado pero no lo recordaba, había anochecido, pero no era capaz de recordar cuándo había anochecido. Le costaba trabajo salir y encontrarse con su padre, se había quedado sin el discurso que tenía preparado. Tenía que ser otro diferente, el discurso que había hecho ya no le valía. Tendría que empezar de nuevo, y no encontraba palabras, pero ¿Dónde están las palabras? Se decía. Lo envolvía el silencio. Mientras paseaba por el comedor de la casa, oyó abrirse la puerta, volvió la cabeza, y se encontró con la mirada de una de las sirvientas que le pedía permiso para poner la mesa, aceptó Marcelo la solicitud que le había hecho esta y poco a poco fueron llegando todos los miembros de la familia, una vez que estuvieron sentados llegó la cena, se estableció un prolongado silencio que se fue rompiendo con el ruido de los cubiertos y los ocasionales comentarios que se hacían.

Pensaba Marcelo que ya debían haber hablado sus padres de las palabras que había intercambiado con su madre aquella mañana, estaba preocupado por las miradas que ocasionalmente le lanzaba su padre, pensando que muy pronto iba a entrar en conversación con él para hablar del tema que tenían pendiente. Le preocupaba mucho que este tema se tratara delante de todos, prefería tratarlo a solas con su padre, pensaba que sería mucho más constructivo y mejor y al mismo tiempo se iba a sentir más seguro si mientras hablaban, estaban solos. Esto tenía que ser así, por eso estuvo intranquilo durante la cena, esperando de un momento a otro que su padre sacara delante de todos el tema de su permanencia en el seminario a partir del próximo curso, afortunadamente estaban terminando y su padre no había hecho alusión alguna a su permanencia o no permanencia en el seminario.

Aquella noche permaneció la familia reunida durante un buen rato después de la cena, se habló de todo menos de la vocación de Marcelo, y esto le inquietaba bastante, pensaba que en cualquier momento su padre se iba a dirigir a él para hablar del tema que tenían pendiente, y eso le inquietaba. Afortunadamente esto no fue así, su padre también debió pensar que lo que tenía que hablar con Marcelo era un tema para tratarlo a solas con él. Por eso pasaron las dos horas que duró la tertulia hablando de asuntos banales, mientras Marcelo permanecía expectante esperando las palabras de su padre, que no dejaba de hablar de otras cosas, pensando tal vez que no era el lugar adecuado para tratar un tema de tanta trascendencia para la familia.

Había decaído bastante la conversación y fue Amparo la que decidió proponer a todos irse a la cama, ya que los temas que habían estado tratando estaban acabados, y el nuevo día les traería noticias y temas nuevos para poder abrir una nueva tertulia.

Quedó Marcelo más tranquilo con las palabras pronunciadas por su madre, pensando que este tema que tenía que resolver con su padre quedaba aplazado al menos hasta el día siguiente y pensando que no le iba a plantear resolverlo en presencia de nadie.

A la mañana siguiente, Ramón Santillana se levantó a la hora habitual, más de las nueve y menos de las diez, cuando pasó al comedor se encontró con su hijo que ya estaba desayunando, lo saludó con unos escuetos buenos días tocó el timbre que pendía de la lámpara, y muy pronto entró la sirvienta encargada de servir la mesa que le llevaba su desayuno habitual, café con leche con magdalenas. Era Ramón escueto y parco en comidas y bebidas, sentado frente a su hijo le preguntó lo que este esperaba oír desde dos días antes, cuando después de haber hablado con su madre, le dijo esta que su padre iba a hablar con él de lo mismo que había estado hablando con ella. Un poco sorprendido, no por no esperada la pregunta le contestó a su padre. Había pensado dejar la respuesta abierta a posibles decisiones que durante este tiempo de vacaciones pudiera tomar, tratando de no equivocarme en una respuesta de tanta envergadura, donde una decisión equivocada pudiera tener fatales consecuencias para mí, dijo Marcelo. Tampoco quería Ramón de su hijo una respuesta rápida y poco meditada, ni tampoco quería que la respuesta que le fuera a dar estuviera más cerca de lo que él pensaba que de lo que su hijo pudiera pensar y razonar. Por eso prefería que le diera una meditada respuesta, y que esta respuesta no le fuera a traer problemas de conciencia que le tuvieran que estar afectando durante toda su vida.

Notó su padre cierto cambio de actitud en la decisión que esperaba de su hijo y aunque le produjo cierta decepción la respuesta que acababa de recibir, pensó que esta decisión a él le correspondía y él ni quería ni debía intervenir en la decisión que fuera a tomar, y aunque le decepcionó la respuesta, hizo todo lo que estuvo en sus manos para que Marcelo no se diera cuenta que con su respuesta había decepcionado a su padre. Continuó Ramón hablando con su hijo de lo importante que era el no equivocarse en esta decisión que tenía que tomar ahora, pero que si no veía un camino claro a seguir, podía posponer la decisión, continuar en el seminario como hasta ahora, y decidirse cuando estuviera seguro que la decisión tomada no iba a sufrir más cambios. Tienes que tener la certeza que tanto si decides ser sacerdote o no serlo la decisión que en este sentido tienes que tomar la puedes prorrogar hasta el último momento, una vez que la tomes, sea en uno u otro sentido debes mantenerla aunque te cueste, para todo hay un tiempo en que se puede hacer. No se puede jugar con el tiempo, el tiempo no perdona. La sociedad en que vivas siempre suele ser dura al valorar tus decisiones, y de una decisión que tomes equivocada te la va a estar reprochando siempre aunque al pasar a tu lado, no se atreva a hacerte reproche alguno, pero tienes que pensar que las equivocaciones que hagamos a lo largo de la vida siempre las vas a tener apuntadas en la parte de tu vida que prefieras ocultar.