Romancero Primera Parte

La Guerra, el Honor, el Amor y la Muerte a través del Romancero Castellano

 vvGuadaleteEjercito

PRIMERA PARTE

HISTORIA DEL  ULTIMO GODO.

Romance de la Cava Florinda.amor4

 De una torre de palacio

se salio por un postigo

la Cava con sus doncellas

con gran fiesta y regocijo.

Metiéronse en un jardín

cerca de un espeso umbrío

de jardines y arrayanes

de pámpanos y jacintos.

Junto a una fuente que vierte

por seis caños de oro fino

cristal y perlas sonoras

entre espadañas y lirios.

Reposaron las doncellas

buscando solaz y alivio

al fuego de mocedad

y a los ardores de estío.

Daban al agua sus brazos

y tentada de su frío

fue la Cava la primera

en desnudar sus vestidos.

En la sombra de la alberca

su cuerpo brilla tan lindo

que al de todas las demás

como sol ha oscurecido.

Pensó la Cava estar sola,

pero la ventura quiso

que entre unas espesas yedras

la minara el rey Rodrigo.

Puso la ocasión el fuego

en el corazón altivo

y amor batiendo sus alas

abrásale de improviso.

De la perdida de España

fue aquí funesto castigo,

una mujer sin ventura

y un hombre de amor rendido

Florinda perdió su flor

el rey padeció el castigo,

ella dice que hubo fuerza,

el que gusto consentido.

Si dicen quien de los dos

la mayor culpa ha tenido,

digan los hombres la Cava

y las mujeres Rodrigo

ROMANCE  DOS

 Plática de don Rodrigo y la Cava

Amores trata Rodrigo,

descubierto ha su cuidado;

a la Cava se lo dice,

de quien anda enamorado.

Miraba su lindo cuerpo,

miraba su rostro alindado,

sus lindas y blancas manos

él se las está loando.

  —Sepas, mi querida Cava,

de ti estoy apasionado;

pido que me des remedio,

yo estaría a tu mandado;

mira que lo que el rey pide

ha de ser por fuerza o grado.

  La Cava, como discreta,

en risa lo había echado:

—Pienso que burla tu alteza

o quiere probar el vado;

no me lo mandéis, señor,

que perderé gran ditado.

  El rey le hace juramento

que de veras se lo ha hablado;

ella aún lo disimula

y burlando se ha excusado.

Fuese el rey a dormir la siesta;

por la Cava ha enviado,

la Cava muy descuidada
fuese do el rey la ha llamado.

ROMANCE TRES

 Agravio y quejas de Florinda.

Bañado en sudor y llanto

el esparcido cabello,

el blanco rostro encendido

de dolor, vergüenza y miedo,

deteniendo con sus brazos

los de un loco rey mancebo,

una débil mujer sola,

ausente del padre y deudos,

así le dice a Rodrigo,

ya con voces, ya con ruegos,

como si ruegos y voces

valiesen en tal extremo:

—No queráis, rey poderoso,

sol del español imperio,

que oscurezcan vuestros rayos

la nube de mi deseo.

La cava soy de tu fuerza,

y aunque al muro de mi pecho

le falta la barbacana,

de todos es padre el cielo;

sirviéndoos, la tiene el mío;

desde el primer bozo negro

le disteis honras y cargos,

no le afrentéis cuando viejo.

  Con la sangre de mi honra

no se tiña el honor vuestro,

mirad que eclipse de sangre

en reyes es mal agüero;

mientras él vierte su sangre

defendiendo vuestros reinos,

en otro combate infame

la suya estáis ofendiendo.

  Temed, temed ofenderle;

que podrá vengarse un tiempo,

pues los nobles y soldados

vos sabéis si son soberbios.

Rodrigo, que sólo escucha

las voces de sus deseos,

forzola y aborreciola,

del amor propios efectos.

  La Cava escribió a su padre

cartas de vergüenza y duelo,

y sellándola con lágrimas,

a Ceuta envíalas presto.

ROMANCE CUATRO

La traición del conde don Julián.

En Ceuta está don Julián,

en Ceuta la bien nombrada;

para las partes de allende

quiera mandar su embajada.

Moro viejo la escribía

y al conde se le notaba,

después que la hubo escrito

al moro luego matara.

Embajada es de dolor,

dolor para toda España.

Las cartas van al rey moro,

en las cuales le juraba

que si del recibe ayuda

le dará por suya a España

Madre España ¡ay de ti!,

en el mundo tan nombrada,

en el mundo la mejor,

la más apuesta y ufana.

Donde nace el fino oro,

donde hay veneros de plata,

abundosa de venados,

y de caballos lozana,

briosa de lino y seda,

de óleo rico alumbrada.

Deleitosa de frutales,

en azafrán alegrada,

guarnecida de castillos,

y en proezas extremada:

por un perverso traidor

toda serás abrasada.

ROMANCE CINCO

En el romance quinto se habla de un sueño del rey Don Rodrigo, mientras duerme  en una tienda ricamente guarnecida, con la Cava, rodeado de cien doncellas. Una de estas doncellas llamada Fortuna lo despierta con estos versos:

Si duermes, rey don Rodrigo,

despierta por cortesía

y veras tus malos hados,

tu peor postrimería,

y veras tus gentes muertas

y tu batalla perdida,

y tus villas y ciudades

destrozadas en un día;

fortalezas y castillos

otro señor las regía,

si me pides quien lo ha hecho,

yo muy bien te lo diría;

ese conde don Julián

por amores de su hija,

porque se la deshonraste

y más de ella no tenía;

juramento viene echando

que te ha de quitar la vida.

Despertó muy congojado

por aquella voz que oía.

Su cara muy congojada

con aquella voz que oía,

con cara triste y penosa

de esta suerte respondía:

“Mercedes a ti Fortuna,

de esta tu mensajera”.

Estando en esto, ha llegado

uno que nueva traía.

Como el conde don Julián

la tierra le destruía.

Con prisa pide el caballo

y al encuentro le salía,

los contrarios eran tantos

que esfuerzo no le valía.

Los sueños hunden al rey don Rodrigo, no descansa, su pecado lo atormenta despierto y dormido. El miedo lo atenaza donde quiera que esté, es consciente de su pecado y la sombra de la esperada venganza le sigue a todas partes. Hemos visto en estos versos cómo poco a poco se va hundiendo. Hemos visto al Ultimo Rey Godo dar las gracias a Fortuna por llevarle el mensaje de sus malos hados y de su posterior muerte, teme lo peor, y sin esperanzas, aguarda la venganza que el conde don Julián, dolido por haber forzado a su hija, le tiene preparada.

ROMANCE SEIS

El reino perdido

En el romance número seis don Rodrigo ya no tiene miedo a perder su reino, ya lo  ha perdido. Por eso al final del romance nos dice don Rodrigo mientras  ve a su desmoronado ejercito desde lo alto de un cerro, abandonar el campo de batalla  dejando los campos tintos de sangre y llenos de cadáveres,

Las huestes de don Rodrigo

desmayaban y huían

cuando en la octava batalla

sus enemigos vencían.

Rodrigo deja sus tiendas

y del real se salía,

solo va el desventurado,

sin ninguna compañía;

el caballo de cansado,

ya moverse no podía,

camina por donde quiere,

sin que le estorbe la vía.

El rey va tan desmayado,

que sentido no tenía;

muerto va de sed y hambre,

de verle era gran mancilla;

iba tan tinto de sangre

que una brasa parecía.

Las armas lleva abolladas

que eran de gran pedrería;

la espada lleva hecha sierra

de los golpes que tenía;

el almete de abollado

en la cabeza se hundía;

la cara llevaba hinchada

del trabajo que sufría.

Subiose encima de un cerro,

el más alto que veía;

desde allí mira a su gente

como iba de vencida;

de allí mira a sus banderas

y estandartes que tenía,

como están todos pisados

que la tierra los cubría;

miraba a sus capitanes,

que ninguno parecía;

mira el campo tinto en sangre,

la cual arroyos corría.

Él triste de ver aquello

gran mancilla en si tenía,

llorando, de los sus ojos

de esta manera decía;

“Ayer era rey de España,

hoy no lo soy de una villa,

ayer villas y palacios,

hoy ninguno poseía.

Ayer tenía criados,

y gente que me servía.

Hoy no tengo ni una almena

que pueda decir que es mía.

Desdichada fue la hora,

desdichado fue aquel día

en que nací y herede

la tan grande señoría,

pues la había de perder

todo junto y en un día.

¡OH muerte! ¿ por que no vienes

y llevas esta alma mía

de este cuerpo mezquino,

pues se te agradecería?

ROMANCE SEPTIMO.

La penitencia del rey Rodrigo.

Después que el rey don Rodrigo

 a España perdido había,

 se iba desesperado

huyendo de su desdicha.

Solo va el desventurado,

 no quiere otra compañía

 que la del mal de la Muerte

 que en su seguimiento iba.

Metese por las montañas

 las más altas que veía.

Topado ha con un pastor

 que su ganado traía,

díjole: “Dime , buen hombre,

que preguntarte quería

si hay por aquí monasterio

o gente de clerecía.”

El pastor respondió luego

 que en balde lo buscaría

 por que en todo aquel desierto

 solo una ermita había

 donde estaba un ermitaño

 que hacía muy santa vida.

El rey fue alegre de esto

 por allí acabar sus días,

 pidió al hombre que le diese

 de comer, si algo tenía,

que las fuerzas de su cuerpo

 del todo desfallecían.

El pastor sacó un zurrón

 en donde su pan traía;

diole pan y de un tasajo

 que acaso allí echado había:

 el pan era muy moreno,

al rey mal no le sabía;

las lágrimas se le salen,

 detener no las podía,

acordándose en su tiempo

 los manjares que comía.

Después que hubo descansado

 por la ermita le pedía;

 el pastor le enseñó luego

 por donde no erraría:

 el rey le dio una cadena

 y un anillo que tenía;

joyas son de gran valor,

que el rey en mucho tenía.

Comenzando a caminar,

ya cerca el sol se ponía,

 a la ermita había llegado

 en muy alta serranía.

Encontrose al ermitaño,

más de cien años tenía.

“El desdichado Rodrigo

 yo soy, que ser rey solía,

 el que por yerros de amor

 tiene su alma perdida,

 por cuyos negros pecados

 toda España es destruida.

Por Dios te pido ermitaño,

 por Dios y Santa María,

 que me oigas en confesión

 porque finarme quería.

 El ermitaño se espanta

 y con lagrimas decía:

 Confesarte si Rodrigo

 absolverte no podía.._

Estando en estas razones

 voz de los cielos se oía:

 “Absuélvelo confesor,

 absuélvelo por su vida

 y dale la penitencia

en su sepultura misma.”

Según le fue revelado

 por obra el rey lo ponía.

 Metiose en la sepultura

 que a par de la ermita había;

 dentro duerme una culebra,

 mirarla espanto ponía;

tres roscas daba a la tumba,

 siete cabezas tenía.

El ermitaño lo esfuerza,

 con la losa lo cubría,

 rogaba a Dios a su lado

 todas las horas del día. “

 ¿como te va penitente,

 con tu fuerte compañía?”

 “Ya me come, ya me come,

 por do más pecado había,

en derecho al corazón,

fuente de mi gran desdicha.”

Las campanitas del cielo

 sones hacen de alegría;

las campanas de la tierra

 ellas solas se tañían;

el alma del penitente

 para el cielo se subía.

El romance número siete es el último de los romances que dan forma a la  historia del Último Godo y con él dejamos a España en poder de los árabes. Cerca de ocho siglos va a tardar España en volver a ser independiente. Era una aspiración lógica que los españoles del siglo octavo aspirasen a ser libres, aunque no era la primera vez que España había sido conquistada por otros pueblos. España era  camino de Europa hacia África y de África hacia Europa, era zona de paso, de uno a otro continente, por eso fue tantas veces conquistada. Siendo los humanos tan aficionados a coger lo que no es suyo y estando los estados, formados por humanos, es por lo que los europeos trataban de extenderse por África y los africanos por Europa. Y España era lugar de paso, cruce de civilizaciones, por eso chocamos con los descendientes de mahoma y por eso estuvimos peleando con ellos durante tantos años. Y por eso murieron tantos cristianos defendiendo a su dios y tantos árabes defendiendo al suyo, mientras sus dioses estaban tan campantes en el cielo. Pero así somos los humanos, unos vamos a un sitio y otros van a otro, y cuando nos encontramos en el camino, chocamos.

En la península arábiga había surgido una nueva religión, que como todas las religiones trataba de crecer, de extenderse, de tener más adeptos, y en su ánimo de crecer, de hacerse mayor llegó a España y la conquistó en tan solo ocho años. Setecientos setenta y cuatro años tardarían los españoles en expulsar a los mahometanos. La guerra de la conquista y Reconquista de España, fue una guerra de religión, un choque de civilizaciones. Pero vamos a dejar el último capitulo, del Último Godo, con él dejamos a los árabes establecidos en España y a don Rodrigo en la tumba que iba buscando.

 

LOS SIETE INFANTES DE LARA

Con la penitencia y la muerte del rey don Rodrigo dejamos a España en poder de los descendientes de Mahoma. Nos hemos valido del romance de El Último Godo para conocer el pecado de don Rodrigo y de la venganza que de él toma el conde don Julián gobernador de Ceuta y  padre de la Cava Florinda, a quien el rey había forzado. Este romance, que como todos los romances del romancero viejo es un romance anónimo, está escrito en fechas posteriores  a cuando se producen los hechos que nos narra, nos lo cuenta un poeta de aquellos a los que el tiempo ha borrado el nombre pero no ha borrado su obra. Nosotros  lo hemos tomado del libro Flor nueva de Romances Viejos, de don Ramón Menéndez Pidal que después de reconstruirlo, se encargó de publicarlo y darlo a conocer.

Vamos a dar un gran salto a delante, hemos dejado a los árabes instalados en España con la lectura del Romance del Último Godo contado por uno de aquellos poetas. Estos poetas anónimos, mientras andaban por los caminos y los pueblos, cantando o recitando sus versos, iban dejando entre las gentes que los escuchaba las vivencias, las emociones que habían escuchado a otros, o que a ellos les había tocado vivir. Tengo la convicción de que  en los versos que los juglares nos cuentan sus historias podemos encontrar unos hechos más emotivos, más reales y más bellos que los encontrados en los manuales de Historia.

Como ya hemos dicho antes, vamos a seguir a grandes saltos la historia de de España, y nos van a guiar los poemas del Romancero Castellano. Trescientos años después, la Reconquista ha avanzado mucho desde que Pelayo la iniciara en Covadonga, se ha reconquistado la tercera parte de España. El caudillo moro Almanzor la hace retroceder. En sus correrías, llega hasta Santiago de Compostela. El conde de Castilla, García Fernández veía amenazado su condado por Almanzor. De esta época son los hechos narrados en el Romance  de los Siete Infantes de Lara y de los que en torno a él escribieron otros juglares que en este romance se inspiraron.

El romance de Los Siete Infantes de Lara está basado en una discusión familiar que da lugar a una traición y una traición da lugar a una venganza. Es la historia de la discusión familiar que surge durante la boda de don Rodrigo de Lara y de doña  Lambra de Burela. Pero vamos a dejar que nos la cuenten los poetas anónimos que la crearon. Vamos a volver a la historia de España a través de este romance, a través de los versos que lo forman,

Don Rodrigo de Lara es en este romance el traidor del relato. En torno a la traición que este hace a su propia sangre, es donde se forja el romance, por eso en estos primeros versos con los que empieza el relato, después de decirnos lo buen caballero que fue don Rodrigo de Lara, que mató cinco mil moros con trescientos que llevaba, nos dice: «si acaso muriera entonces, / que gran fama que dejara, / no matara a sus sobrinos, / Los Siete Infantes de Lara, / ni vendiera sus cabezas / al moro que las llevaba».

  No creo que, como dice el romance, Don Rodrigo de Lara ganara la fama de buen guerrero en la toma de Calatrava la Vieja, que doscientos veinte años después perdieran los árabes ante los cristianos y que según cuentan las crónicas se hizo en mil doscientos diez. Si don Rodrigo de Lara se distinguió  en la toma de este fortaleza, no lo hubiera podido hacer doscientos años antes, estaría ya muy viejo para matar a tanto moro como dice el romance.

Cuando Castilla estaba regida por el conde García Fernández es cuando suceden los hechos que nos narra el romance de los Siete Infantes de Lara. Cuando se reconquistó Calatrava la Vieja era rey de castilla Alfonso VIII. Por tanto, si lo responsabilizamos de la muerte de Los Siete Infantes de Lara, no se pudo distinguir en la toma de Calatrava la Vieja y viceversa. Por otra parte cuando García Fernández era conde de Castilla, Castilla todavía no era un reino,  era solo un condado, y tienen que pasar  más de doscientos años para que se funde la Orden de Calatrava, se desintegre, se vuelva a formar, se pierda el castillo de Calatrava la Vieja ante los moros y lo vuelvan a conquistar los cristianos.

No vamos a darle importancia a este lapsus que pudo haber cometido este poeta anónimo del romance de Los Siete Infantes de Lara, lo importante son sus versos y el emotivo relato que con ellos construye. Hemos hablado antes, de cómo los poetas, en los relatos que nos hacen, nos cuentan imaginarias historias, a veces inspiradas en la realidad, y a veces no. Cuando la realidad no es lo suficiente emotiva, no es lo suficiente bella, los poetas la crean, buscando en ella actos bellos emotivos y nobles. Tratan de mostrarnos un mundo mejor, aunque el mundo que nos muestren sea un mundo irreal, un mundo de ficción.

La historia que nos cuenta el Romance de los Siete Infantes de Lara, es la historia de una traición, nacida de una  discusión familiar con motivo de las bodas de don Rodrigo de Lara y de doña Lambra de Burela, que como toda traición lleva aparejada una venganza. La discusión entre doña Sancha de Lara, madre de los Siete Infantes de Lara, y doña Lambra de Burela da lugar, a que esta pida venganza, por las ofensas que recibe de doña Sancha, a su marido don Rodrigo de Lara, hermano de doña Sancha, y que este, con falsedad mande a su cuñado Gonzalo Bustos a Córdoba, con un mensaje, escrito en arábigo para Almanzor, donde le da instrucciones, con lo que había de hacer con los hijos de doña Sancha sus sobrinos e hijos a la vez de Gonzalo Bustos y que estos mueran a manos de los moros, a los que ya había avisado de su llegada don Rodrigo.

Romance primero de los Siete Infantes de Lara.

Ya se salen de Castilla
castellanos con gran saña,
van a combatir los muros
de la vieja Calatrava;
derribaron tres pedazos
por partes de Guadiana;
por uno entran los cristianos,
por dos los moros escapan,
maldiciendo de Mahoma
y de su secta malvada,
por unas sierras arriba
grandes alaridos daban.

¡Ay Dios, qué buen caballero
fue allí Rodrigo de Lara,
que mató cinco mil moros
con trescientos que llevaba!
Si este muriera entonces,
¡qué gran fama que dejara!
No matara a sus sobrinos,
los siete infantes de Lara,
ni vendiera sus cabezas
al moro que las llevaba.

¡Bien peleó en aquel día
Ruy Velázquez el de Lara,
ganó un escaño de oro
con rica tienda de Arabia;
al conde García Fernández
se la envía presentada,
que le trate casamiento
con la linda doña Lambra.

Ya se conciertan las bodas,
¡ay Dios, en hora menguada!,
doña Lambra de Burela
con don Rodrigo de Lara.
Las bodas fueron en Burgos,
las tornabodas en Salas;
en bodas y tornabodas
pasaron siete semanas:
las bodas fueron muy buenas,
mas las tornabodas malas.
Ya convidan por Castilla,
por León y  Navarra;
tantas vienen de las gentes,
no caben en las posadas;
y aún faltaban por venir
los siete infantes de Lara.

¡Helos, helos por do vienen,
por aquella vega llana!
Sálelos a recibir
la su madre doña Sancha;
ellos le besan las manos,
ella a ellos en la cara:
—¡Huelgo de veros a todos,
que ninguno no faltaba,
y más a vos, Gonzalvico,
prenda que yo más amaba!
Tornad a cabalgar, hijos,
y tomad vuestras armas,
allá iréis a posar
al barrio de Cantarranas.
Por Dios os ruego, mis hijos,
no salgáis a las plazas,
porque las gentes son muchas,
se traban malas palabras.
Ya cabalgan los infantes
y se van a sus posadas;
hallaron las mesas puestas,
mucha vianda aparejada;
después que hubieron comido,
siéntanse a jugar las tablas.

En el arenal del río,
esa linda doña Lambra,
con muy grande fantasía,
altos tablados armara;
tiran unos, tiran otros,
ninguno bien bordaba.
.Allí salió un hijodalgo
de Burela la preciada;
caballero en un caballo
y en la su mano una vara
arremete su caballo,
al tablado la tirara,
voceando: —¡Amad, señoras
cada cual como es amada!,
que más vale un caballero
de Burela la preciada,
que no siete ni setenta
de los de la flor de Lara.

Doña Lambra que lo oyera,
en mucho se holgara:
¡OH, maldita sea la dama
que su cuerpo te negara;
si yo casada no fuera,
el mío te lo entregaba!
lo ha oído  doña Sancha,
responde muy apenada:
—Calléis, Alambra, calléis,
no digáis tales palabras,
porque aun hoy os desposaron
con don Rodrigo de Lara.
—Más calléis vos, doña Sancha,
que tenéis por qué callar,
que paristeis siete hijos
como puerca en cenagal.

Todo lo oye un caballero
que a los infantes criara;
llorando de los sus ojos,
con angustia y mortal rabia
se fue para los palacios
do los infantes estaban;
unos juegan a los dados,
otros juegan a las tablas.
Aparte está Gonzalvico,
de pechos a una baranda:
—¿Cómo venís triste, ayo?
Decid, ¿quién os enojara?
Tanto le rogó Gonzalo,
que el ayo se lo contara.
—Mas mucho os ruego, mi hijo,
que no salgáis a la plaza.
No lo quiso hacer Gonzalo,
mas su caballo demanda;
llega a la plaza al galope,
pedido había una vara,
y vio estar el tablado
que nadie lo derribara;
alzose en las estriberas,
con él en el suelo daba.
De que lo hubo derribado,
de esta manera hablara:
—Amad, amad, damas ruines,
cada cual como es amada,
que más vale un caballero
de los de la flor de Lara,
que cuarenta ni cincuenta
de Burela la preciada.

Doña Lambra, que esto oyera,
bajose muy enojada,
sin esperar a los suyos
se saliera de la plaza;
fuese para los palacios
donde don Rodrigo estaba;
en entrando por las puertas
a voces se querellaba:
—Quejo me a vos, don Rodrigo,
viuda me puedo llamar!
¡Mal me quieren en Castilla
los que me habían de guardar!
Los hijos de doña Sancha
mal baldonado me han:
que me cortarían las faldas
por vergonzoso lugar,
me ponían rueca en cinta
y me la harían hilar,
y cebarían sus halcones
dentro de mi palomar.
Si de esto no me vengáis,
yo mora me iré a tomar,
y a ese buen rey Almanzor
tengo de irme a querellar.
—Callad, la mi señora,
vos no digáis a tal.
De los infantes de Lara
bien os pienso de vengar;
tela les tengo ya urdida,
presto se la he de tramar;
nacidos y por nacer
de ello siempre hablarán.

Bien urdió Ruy Velázquez de Lara gran traición contra todos sus parientes, y la tramó con falsedad y mentira. Envió a su cuñado don Gonzalo Gustos, padre de los siete infantes, a Córdoba con una carta engañosa escrita en arábigo, para que allá Almanzor lo hiciese morir, y para que enviase su capitán Alicante, con gran hueste, al campo de Almenar, donde llevará Ruy Velázquez a los siete infantes a fin de que sean muertos por los moros.

El segundo romance nos habla de los malos augurios que Este romance, una vez que paso a la imprenta en el siglo XIV. Era más largo, y de él existen varias versiones más cortas que el original. Se extendió muy pronto con la llegada de la imprenta. Lope de Vega, lo escenificó con el mismo nombre con el que era conocido. Los romances anónimos al pasar de unos a otros de boca en boca han debido sufrir modificaciones más o menos importantes, creo sin embargo que el mensaje que sus autores nos dejaron en ellos pervive. Se pueden haber perdido en el largo camino recorrido algunos versos, o haberles añadido otros pero estos cambios, en poco han debido afectar al fondo del poema. Creo que estos cambios hayan servido más bien, para recortarlos, quitándoles lo más intrascendente, mejorar imperfecciones de la obra,  para aclarar su mensaje.

Romance Segundo.

 De cómo los infantes de Lara se despidieron de su madre y vieron malos agüeros.

En la sierra de Altamira,

que dicen del Arabiana,

aguardaba don Rodrigo

a los hijos de su hermana:

no se tardan los infantes

y el traidor mal se quejaba;

grande jura estaba haciendo

sobre la cruz de su espada,

quien detiene a los infantes

el le sacaría el alma.

Reteníalos su ayo,

buen consejo les daba

el viejo Nuño Salido,

el que los agüeros cata.

Ya todos aconsejados,

con ellos el caminaba;

con ellos va la su madre

una muy larga jornada:

-¡ Adiós, adiós, los mis hijos,

presta sea vuestra tornada!

Ya se parten de la madre;

En Canicosa el pinar

agüeros contrarios vieron

que no son para pasar.

Encima de un seco pino

una aguililla caudal,

mal la aquejaba de muerte

el traidor del gavilán.

Salimos por nuestro mal

siete celadas de moros

aguardándoles están.

Por Dios os ruego señores

el río no habéis de pasar

que aquel que el río pasare

a Salas no volverá.

Respondiole Gonzalvico

con ánimo singular

era menor en los días

más muy fuerte en pelear:

no digáis eso mi ayo ,

que allí hemos de llegar.

dio de espuelas al caballo,

al río fuera a pasar.

 

Romance Tercero.

Nos habla de cómo empezó la batalla con los moros.

Saliendo de Canicosa

por el val. de Arabiana,

donde  don Rodrigo espera

los hijos de la su hermana,

por el campo de Almenar

ven venir muy gran campaña,

muchas armas reluciendo,

mucha adarga bien labrada,

mucho caballo ligero,

mucha lanza relumbrada,

mucho pendón y bandera

por los aires revolaba.

Alá traen por apellido,

a Mahoma a voces llaman;

tan altos daban los gritos,

que los montes retemblaban.

¡Mueran, mueran van diciendo

los siete infantes de Lara! ¡

Venguemos a don Rodrigo,

pues que tiene de ellos saña!

Allí está Nuño Salido,

el ayo que los criara

como ven la gran morisma

de esta manera les habla;

¡OH, los mis amados hijos,

quien vivo ya no se hallara

por no ver tan gran dolor

como agora se esperaba!

¡ Ciertamente nuestra muerte

está bien aparejada1

no podemos escapar

de tanta gente pagana:

vendamos bien nuestros cuerpos

y miremos por las almas,

pues irá bien empleada.

Como los moros se acercan,

a cada uno por si abraza;

cuando llega a Gonzalvico,

en la cara lo besara:¡

Hijo Gonzalo González,

de los que más me pesaba

es de los que sentirá

vuestra madre doña Sancha;

erais su claro espejo,

mas que a todos os amaba!

En esto llegan los moros,

traban con ellos batalla,

espesos caen como lluvia

sobre la gente cristiana,

los infantes los reciben

con sus adargas y lanzas.

¡ Santiago, cierra, Santiago!.

a grandes voces llamaban.

 Romance Cuarto.

Del gran llanto que don Gonzalo Bustos hizo allá en Córdoba, ante la presencia de las cabezas de sus hijos.

En el cuarto romance, nos habla del gran llanto que hizo Gonzalo Bustos, al ir reconociendo las cabezas de cada uno de sus hijos. Ya que Gonzalo Bustos, estaba preso en Córdoba, desde que su cuñado Rodrigo de Lara, allí lo mandara para llevarle el mensaje que este le diera con engaño, pero vamos a dejar que lo cuente el propio Gonzalo Bustos en este romance.

Partesé el moro Alicante

vísperas de san Cebrián

ocho cabezas llevaba

todas ellas de alta sangre.

Sábelo el moro Almanzor,

a recibirlo le sale;

aunque perdió muchos moros,

piensa en esto bien ganar.

Manda hacer un tablado

para poderlos mirar;

mandó traer un cristiano

que estaba en cautividad;

como ante si lo trajeron

empezárale a hablar;

díjole: – Gonzalo Bustos,

mira quien conocerás;

que lidiaron mis poderes

en el campo de Almenar,

sacaron ocho cabezas

todas son de gran linaje.

Responde Gonzalo bustos:

-presto os diré la verdad.

Y limpiándoles la sangre

asaz se fuera a turbar;

dijo llorando agriamente:

-¡conózcalas por mi mal!

La una es de mi carillo;

las otras me duelen más,

de los infantes de Lara,

son mis hijos naturales.

Así razona con ellas

como si vivos hablasen:

Salvaos Dios Diego Salido,

el mi compadre leal!

Adónde son los mis hijos

que yo os quise encomendar?

Más condenarme compadre,

no he por que os demandar?,

muertos sois como buen ayo,

como hombre, muy de fiar.

Tomara otra cabeza

del hijo mayor de edad:

OH hijo diego González,

hombre de muy gran bondad,

del conde García Fernández

alférez el principal,

a vos amara yo mucho,

que me habías de heredar!

Limpiándola con lágrimas

Volvió la a su lugar.

Y tomó la del segundo,

don Martín que se llamaba:

¡ Dios os perdone mi hijo,

hijo que mucho preciaba;

jugador de tablas erais

el mejor de toda España,

mesurado caballero,

muy bien hablabais en plaza!

Y dejándola llorando

la del tercero tomaba

¡Hijo don Suero González

todo el mundo os estimaba,

un rey os tuviera en mucho

sólo para la su caza!

¡Ruy Velazquez vuestro

tío malas bodas os depara;

a vos llevara a la muerte,

a mi en cautivo dejara!

Y tomando la del cuarto

laxamente la miraba:

¡OH hijo Fernán González,

(nombre del mejor de España.

Del buen conde de Castilla,

aquel que vos bautizara),

matador de oso y de puerco,

amigo de gran campaña;

nunca con gente de poco

os vieran en alianza!

Tomó la de Ruy González,

al corazón la abrazaba.

-¡ Hijo mío, hijo mío,

quien como vos se hallara;

gran caballero esforzado,

muy buen bracero a ventaja;

vuestro tío Ruy Velazquez

tristes bodas ordenara!

Y tomando otra cabeza,

los cabellos se mesara;

¡Oh hijo Gustos González,

habíales buenas mañas,

no dijeres mentira

ni por oro ni por plata;

animoso, buen guerrero,

muy gran heridor de espada,

que a quien dábale de lleno

tullido o muerto quedaba!

Tomando la del menor

el dolor se le doblaba

– ¡ Hijo Gonzalo González

los ojos de doña Sancha!

¡Que buenas irán a ella,

que a vos más que a todos ama!

¡ Tan apuesto de persona

Decidor bueno entre damas,

repartidor de su haber,

aventajado en la lanza!

¡ mejor fuera la mi muerte

que ver tan triste jornada!

Al duelo que el viejo hace,

toda córdoba lloraba.

El rey Almanzor cuidoso

consigo se lo  llevaba

y mandaba a una morica

que le sirviera con gana.

Esta lo torna a prisiones

y con amor lo curaba;

hermana era del rey,

doncella moza y lozana,

con esta Gonzalo Bustos

vino a perder la su saña,

que de ella nació un hijo

que a lo hermanos vengara.

Dice la historia, que por fin y siendo ya viejo Gonzalo Bustos, lo soltó Almanzor y vuelto el buen viejo a Burgos, con las cabezas de sus hijos, les dio sepultura en la iglesia de Salas, dice también la historia que Gonzalo Bustos y doña Sancha vivían una vida apenada y pobre, siempre perseguidos por su cuñado y hermano, el todopoderoso don Rodrigo de Lara. Pero mejor será que nos lo cuente Gonzalo Bustos en este emotivo romance…

 

Romance Quinto.

 Triste yo que vivo en Burgos,

ciego de llorar desdichas,

sin saber cuando el sol sale

 ni si la noche es venida,

 sino es que con gran rigor

 doña Lambra mi enemiga

 cada día que amanece

 hace que mi mal reviva;

 pues por que mis hijos llore

 y los cuente cada un día,

 sus hombres a mis ventanas

 las siete piedras me tiran.

 

 

En los últimos versos del cuarto romance hemos podido ver, como una vez que Gonzalo Bustos reconoce las cabezas de sus hijos el caudillo Almanzor, cuidoso/ consigo se lo llevaba// y mandaba a una morisca/ lo sirviese muy de gana./ Esta lo torna a prisiones y con amor lo curaba/ hermana era del rey,/ doncella moza y lozana; con esta Gonzalo Bustos/ vino a perder la su saña,/  de ella nació le un hijo / que a los hermanos vengara.

 

Este hijo que Gonzalo Bustos había tenido con la hermana de Almanzor, cuando fue mayor, lo mandó su madre a Castilla para vengar a sus hermanos. Alguien le debió llevar a la hermana de Almanzor, que era caudillo de los ejércitos del califa moro Ixén II y no rey como dice el romance, las tristes condiciones en que vivían Gonzalo Bustos y doña Sancha de Lara, y que hemos podido ver en el romance V, hizo que algún viajero llevara noticias a la Renegada, que así es nombrada en el romance la hermana de Almanzor de las condiciones en que vivían Gonzalo Bustos y doña Sancha y esta diera permiso, o mandara al hijo, que había tenido con Gonzalo Bustos padre de los siete infantes de Lara para vengar a sus hermanos. Como en toda venganza, el último ofendido espera que la ocasión le sea propicia para realizar su propia venganza, cuando Mudarra González, el hijo que Gonzalo Bustos había tenido con la hermana de Almanzor, se hace mayor, con permiso de su madre va a Castilla para vengar a sus hermanos los siete infantes de Lara. La forma en que lo hace, lo vamos a ver en el romance sexto de este relato,  tal y como lo reconstruyó don Ramón Menéndez  Pidal de un cantar de gesta anónimo escrito a finales del siglo X

 

Romance Sexto.

Cómo el joven caballero Mudarra González mata a don Rodrigo de Lara, hermano de doña Sancha y culpable de la muerte de los infantes de Lara, sus sobrinos.

A cazar va don Rodrigo,

 ese que dicen de Lara;

 perdido había el azor,

 no había ninguna caza;

 con la gran siesta que hace

 arrimado se ha a una haya,

maldiciendo a Mudarrillo

 hijo de la renegada,

que si a mano le hubiese

 él le sacaría el alma.

El señor estando en esto,

Mudarrillo que asomaba:

-Dios te salve buen señor

 debajo de verde haya.

 – Así haga a ti caballero,

buena sea tu llegada.

– Dígame señor, tu nombre,

 decirte yo la mi gracia.

– A mi me llaman  don Rodrigo,

 y aun don Rodrigo de Lara,

 cuñado de don Gonzalo

y hermano de doña Sancha;

 por sobrinos me los hube

 los siete infantes de Lara.

 Maldigo aquí a Mudarrillo,

 hijo de la renegada

 si delante lo tuviese,

yo le sacaría el alma.

_ Si a ti dicen don Rodrigo,

y aun don Rodrigo de Lara,

a mi Mudarra González,

hijo de la renegada,

 de Gonzalo Bustos hijo

y alnado de doña Sancha,

 por hermanos me los hube

 los siete infantes de Lara;

tú los vendiste, traidor,

en el val. de Arabiana.

Más si Dios ahora me ayuda,

 aquí dejaras el alma.

 Espéreme don Mudarra,

iré a tomar las mis armas.

La espera que tú  diste

 a los infantes de Lara,

Dice don Ramón Menéndez Pidal en su libro Flor Nueva de Romances  Viejos y relacionado con el poema que acabamos de ver que donde cayó sin vida el cuerpo de Ruy Velázquez, conocido también en el romance por don Rodrigo de Lara, los castellanos lo apedrearon, y yacían sobre él más de diez carradas de piedras. Y aun hoy día, cuando por aquella gran pedriza pasan, en lugar de rezar un Padrenuestro, lanzan al montón una piedra más, diciendo: «¡Mal siglo haya el alma del traidor!» ¡Amén!

Dice también don Ramón de este romance que la popularidad de este fue muy persistente, como lo prueban varios de sus versos, que pasaron a ser elementos fraseológicos del idioma. El bufón de Carlos V don Franciecillo de Zúñiga utilizaba a menudo los versos “ los hijos de doña Sancha/ mal amenazado me han”  o la frase, y faltaban por venir/ los siete infantes de Lara. Dice también don Ramón Menéndez Pidal que este romance anduvo muy divulgado a finales del siglo XVI y XVII, que Lope de Vega basado en este romance escribió la comedia, el bastardo Mudarra en 1612 y que Alfonso Hurtado Velarde la incluyó en su gran tragedia de los siete infantes de Lara escrita en 1615. Este romance ha sido también fuente de inspiración, de otros escritores, entre ellos Cervantes, Pedro Antonio de Alarcón, Víctor Hugo y otros.

Hay un refrán castellano (los refranes igual que los romances forman parte del saber popular) que dice: la venganza es un plato que se come frío. Después de haber leído el Romance Cinco de los Siete Infantes de Lara, cuántas veces he pensado en la gran satisfacción que se debieron llevar el buen Gonzalo Bustos y su esposa doña Sancha, con la decisión tomada por  la morisca, hermana de Almanzor, y conocida en el romance que nos ocupa como la Renegada, de mandar a Castilla al hijo que esta había tenido con Gonzalo Bustos, mientras este era prisionero de Almanzor en Córdoba. El romance de los Siete Infantes de Lara queda terminado con la venganza de Mudarra.

Se debió escribir, porque dadas las circunstancias que se daban en la forma en que vivían en Salas los padres de los siete infantes de Lara, según nos cuenta Gonzalo Bustos en el romance número V, hacía falta una venganza más, porque de no escribirse entonces el relato no hubiera quedaba completo, si Mudarra González,  no hubiera nacido de los amores de Gonzalo Bustos  y de la hermana de Almanzor, habría que haberlo inventado. Tal vez los dioses, con tiempo suficiente mandaran a la tierra a Mudarra González, para que Gonzalo Bustos  y su esposa, pudieran vengar a sus hijos, los siete infantes de Lara. Pero aunque los padres de los infante de Lara, dada la fuerza con que se vivía la religión en aquella época, hubieran perdonado a don Rodrigo de Lara, y se hubiera quedado tranquilos con la muerte de sus hijos, los lectores de esta historia, no lo hubiéramos perdonado y a Mudarra González, lo hubiéramos tenido que inventar los lectores. La muerte de los infantes de Lara, necesitaba la muerte de Rodrigo para estar completo, y si Mudarra González no hubiera nacido, habría que haberlo inventado.

Han  pasado  ya casi trescientos años, desde que Don Pelayo iniciara la reconquista en Covadonga, ha llovido mucho desde entonces,  se han librado muchas batallas, y esto ha traído mucha esclavitud, muchos prisioneros, muchos muertos, mucho dolor, muchas venganzas y muchos llantos.

EL CID

Castilla deja de ser  un pequeño condado para titularse Reino, siendo su primer rey el príncipe navarro don Fernando, hijo de Sancho el Mayor de Navarra y descendiente a su vez de los antiguos reyes del Pirineo, que calzaban abarcas. En los alrededores de Burgos, en el viejo caserón solariego de Vivar, crece el joven héroe que va a dar grandeza a Castilla. Un día oye contar a su anciano padre la ofensa que a este le ha hecho el conde Lozano, poderoso caballero de la corte del Rey Fernando I de Castilla. Una simple discusión por la propiedad de una liebre que habían corrido los galgos de uno y de otro hace que el conde Lozano ofenda y humille al padre de Rodrigo.

La vengadora espada de Mudarra González nos va a servir como hilo conductor para dar otro salto en el tiempo. La espada va a salir de su vaina, como vengadora de otra ofensa. Vamos a conocer a otro héroe del romancero, es muy joven cuando descuelga la espada de Mudarra; que estaba vieja y mohosa por la muerte de su amo. Nos dice también el poeta anónimo que escribió este romance que: todo le parece poco/  para vengar este agravio,/ el primero que se ha hecho/ a la sangre de Laín Calvo. Este personaje que descuelga la espada de Mudarra  es el Cid Campeador Es el personaje central del romancero, el héroe más conocido de la Reconquista, es el héroe por excelencia.

Vamos  a conocer a Rodrigo Díaz de Vivar, a través de lo que de él nos han contado los juglares, estos poetas anónimos que de forma tan bella y emotiva nos han contado sus poemas.

EL ROMANCE PRIMERO

Dice cómo el Cid vengó a su padre

Pensativo estaba el Cid
viéndose de pocos años
para vengar a su padre
matando al conde Lozano;
miraba el bando temido
del poderoso contrario,
que tenía en las montañas
mil amigos asturianos;
miraba cómo en la corte
de ese buen rey don Fernando
era su voto el primero
y en guerra el mejor su brazo;
todo le parece poco
para vengar este agravio,
el primero que se ha hecho
a la sangre de Laín Calvo;
no cura de su niñez,
que en el alma del hidalgo
el valor para crecer
no tiene cuenta a los años.
Descolgó una espada vieja
de Mudarra el castellano,
que estaba toda mohosa,
por la muerte de su amo.
«Haz cuenta, valiente espada,
que es de Mudarra mi brazo
y que con su brazo riñes
porque suyo es el agravio.
Bien puede ser que te corras
de verte así en la mi mano,
mas no te podrás correr
de volver atrás un paso.
Tan fuerte como tu acero
me verás en campo armado;
tan bueno como el primero,
segundo dueño has cobrado;
y cuando alguno te venza,
del torpe hecho enojado,
hasta la cruz en mi pecho
te esconderé muy airado.
Vamos al campo, que es hora
de dar al conde Lozano
el castigo que merece
tan infame lengua y mano.»
Determinado va el Cid,
y va tan determinado,
que en espacio de una hora
mató al conde y fue vengado.

Romance Segundo

De cómo Jimena, la hija del conde Lozano, pide
al rey venganza

Grande rumor se levanta
de gritos, armas y voces
en el palacio de Burgos,
donde son los ricos hombres.
Bajó el rey de su aposento
y con él toda la corte,
y a las puertas del palacio
hallan a Jimena Gómez,
desmelenado el cabello,
llorando a su padre el conde;
y a Rodrigo de Vivar
ensangrentado el estoque.
Vieron al soberbio mozo
el rostro airado que pone,
de doña Jimena oyendo
lo que dicen sus clamores:
—¡Justicia, buen rey, te pido
y venganza de traidores,
así se logren tus hijos
y de tus hazañas goces,
que aquel que no la mantiene
de rey no merece el nombre!
Y tú, matador cruel,
no por mujer me perdones:
la muerte, traidor, te pido,
no me la niegues ni estorbes,
pues mataste un caballero,
el mejor de los mejores.
En esto, viendo Jimena
que Rodrigo no responde,
y que tomando las riendas
en su caballo se pone,
el rostro volviendo a todos,
por obligarles da voces,
y viendo que no le siguen
grita: —¡Venganza, señores!

En que Jimena pide de nuevo justicia al rey

En Burgos está el buen rey
asentado a su yantar,
cuando la Jimena Gómez
se le vino a querellar;
cubierta paños de luto,
tocas de negro cendal;
las rodillas por el suelo,
comenzara de fablar:
—Con mancilla vivo, rey;
con ella vive mi madre;
cada día que amanece
veo quien mató mi padre
caballero en un caballo
y en su mano un gavilán;
por hacerme más enojo,
cébalo en mi palomar;
con sangre de mis palomas
ensangrentó mi brial
¡Hacedme, buen rey, justicia,
no me la queráis negar!
Rey que non hace justicia
non debía de reinar,
ni comer pan a manteles,
ni con la reina folgar.
El rey cuando aquesto oyera
comenzara de pensar:
«Si yo prendo o mato al Cid,
mis cortes revolverse han;
pues, si lo dejo de hacer,
Dios me lo demandara».
Allí habló doña Jimena
palabras bien de notar:
—Yo te lo diría, rey,
cómo lo has de remediar.
Mantén tú bien las tus cortes,
no te las revuelva nadie,
y al que mi padre mató
dámelo para casar,
que quien tanto mal me hizo
sé que algún bien me hará.
—Siempre lo he oído decir,
y ahora veo que es verdad,
que el seso de las mujeres
no era cosa natural:
hasta aquí pidió justicia,
ya quiere con él casar.
Mandaré una carta al Cid,
mandarle quiero llamar.
Las palabras no son dichas,
la carta camino va;
mensajero que la lleva
dado la había a su padre.

De cómo el Cid, va con su padre a besar la mano al rey

Cabalga Diego Lainez

al buen rey besar la mano;

consigo se los llevaba

los trescientos hijos dalgo,

entre ellos iba Rodrigo,

el soberbio castellano.

Todos cabalgan a mula,

sólo Rodrigo a caballo;

todos visten oro y seda,

Rodrigo va bien armado;

todos espadas ceñidas,

Rodrigo estoque dorado;

todos con sendas varicas,

Rodrigo lanza en la mano;

todos guantes olorosos,

Rodrigo guante mallado;

todos sombreros muy ricos,

Rodrigo casco afilado,

y encima del casco lleva

un bonete colorado.

Andando por su camino,

unos con otros hablando,

allegados son a Burgos,

con el rey se han encontrado.

Los que vienen con el rey

entre sí van razonando;

unos lo dicen de quedo,

otros lo van preguntando:

-aquí viene, entre esta gente,

quien mató al conde Lozano.

Como lo oyera Rodrigo

en hito los ha mirado,

con alta y soberbia voz

de esta manera ha hablado:

-Si hay alguno entre vosotros

su pariente o adeudado

que se pese de su muerte,

salga luego a demandadlo,

yo se lo defenderé,

quiera pie, quiera caballo.

Todos responden a una:

-Demándelo su pecado.

Todos se apearon juntos

para al rey besar la mano,

Rodrigo se quedó solo,

encima de su caballo;

entonces habló su padre,

bien oiréis lo que ha hablado:

-Apeaos vos, mi hijo,

besaréis al rey la mano

porque él es vuestro señor,

vos, hijo, sois su vasallo.

Desque Rodrigo esto oyó,

sintiose más agraviado;

las palabras que responde

son de hombre muy enojado:

-Si otro me lo dijera

ya me lo hubiera pagado,

mas por mandarlo vos, padre,

yo lo haré de buen grado.

Ya se apeaba Rodrigo

para al rey besar la mano;

al hincar de la rodilla

el estoque se ha arrancado;

espantose de esto el rey

y dijo como turbado:

-Quítate Rodrigo, allá,

quítateme allá, diablo,

que tienes el gesto de hombre

y los hechos de león bravo.

Como Rodrigo esto oyó

aprisa pide el caballo;

con una voz alterada

contra el rey así ha hablado:

-Por besar mano de rey

no me tengo por honrado,

porque la besó mi padre

me tengo por afrentado.

En diciendo estas palabras

salido se ha del palacio,

consigo se los tornaba

los trescientos hijodalgo.

Si bien vinieron vestidos,

volvieron mejor armados,

y si vinieron en mulas,

todos vuelven en caballos.

Dice el cuento que el rey don Fernando, preciando mucho el fuerte corazón del mozo Rodrigo, le mandó de nuevo llamar, asegurándole por sus cartas que no quería castigarle, pues doña Jimena lo perdonaba, y diciéndole que tenía que hablar con él cosas que eran a gran honra suya y mucho servicio de Dios y de la paz del reino, Rodrigo volvió a Burgos llevando consigo doscientos pares de lanzas inhiestas; y desque habló con el rey y vio en el palacio a la antes enemiga doña Jimena, y avino de buen corazón en el casamiento que el rey le proponía.

En el quinto romance nos habla de cómo fue la boda de Rodrigo y Jimena y cómo despidiéndose Rodrigo del rey Fernando, llevó consigo a su esposa para Vivar, donde fueron ambos muy bien recibidos. Antes de salir Rodrigo para la guerra, rogó mucho a la su madre que amase mucho a Jimena y le hiciera mucha honra, partiose de ellas y se fue contra la frontera de los moros.

Vienen a continuación otros romances más caseros, diría yo. Menos importantes para la Reconquista, para la guerra. Vamos a pasar a la segunda parte de los Romances del Cid, acercándonos a la cama donde agoniza del primer rey de Castilla don Fernando, de quien ya hemos hablado antes. El rey don Fernando a lo largo de su ya dilatada existencia había ganado muchas guerras, la mayor parte de España era suya, se la había ganado a los moros y a los cristianos. En el año mil sesenta y cinco, siendo ya muy anciano, estando en su castillo de Cabezón, a una jornada de Valladolid, vino la muerte a hacerle su ya esperada visita.

Aunque los antiguos reyes godos habían hecho constitución para que nunca fuese partido el reino de España, don Fernando, buscando más el bien de su familia, que el de su reino, lo dividió entre sus hijos. Muy a pesar de su hijo Sancho, el primogénito, que no lo aceptó.

ROMANCE Décimo

De la muerte del rey don Fernando en el castillo
de Cabezón, a una corta jornada de Valladolid

Doliente estaba, doliente,
ese buen rey don Fernando;
los pies tiene cara oriente
y la candela en la mano.
A su cabecera tiene
arzobispos y perlados;
a su mano derecha tiene
los sus hijos todos cuatro:
los tres eran de la reina
y el uno era bastardo.
Ese que bastardo era
quedaba mejor librado:
abad era de Sahagún,
arzobispo de Santiago,
y del Papa cardenal,
en las Españas legado.
—Si yo no muriera hijo,
vos fuereis Padre Santo,
mas con la renta que os queda,
bien podréis, hijo, alcanzarlo.

Dice Francisco Rico, catedrático de lengua y literatura española de la universidad de Barcelona, que «los primeros romances conservados se remontan al siglo XIV,  pero el género, en sustancia, ha de ser tan antiguo como el mismo castellano, porque es difícil concebir una lengua en que no existan baladas o breves canciones narrativas, ya sean fabulosas, ya noticieras. Tal como desde el siglo XIV los conocemos, sin embargo , los romances están en deuda fundamentalmente con los cantares de gesta. Ciertos fragmentos de las gestas especialmente apreciados se grabaron en la memoria de los aficionados y se entonaban también aislados en los espectáculos juglarescos. El gusto por todo fragmento hubo de ser tan intenso, que a imagen y semejanza de ellos acabo modelándose la gran mayoría de las baladas narrativas.

Los romances, pues, mantienen buena parte de los rasgos de estilo de las epopeyas de que derivan o en la que se inspiran; o bien aplican a relatos de nueva invención o a versiones poéticas de hechos históricos los hábitos expresivos de la tradición épica: La base métrica de ocho silabas, la rima vocálica o asonancia, determinadas fórmulas, procedimientos descriptivos…

Pero el romance refuerza ciertas secuencias con patetismo e impresionismo singulares, potencia lo fragmentario y las escenas aisladas, da un tinte lírico a determinadas situaciones; particulariza expresivamente, en fin, aspectos que podrían pasar inadvertidos en las tiradas épicas.

Suelen considerarse viejos los romances conocidos por fuentes anteriores a 1550, pero también ocurre que muestras mucho más antiguas – por ejemplo, de finales del siglo XV- se nos han conservado únicamente en la tradición moderna. Esa extraordinaria permanencia en el tiempo se acompaña de una menor capacidad expansiva en el espacio (trasmitida de boca en boca, los romances perviven dondequiera que existen comunidades de lengua española, de California a Israel, de la Patagonia a Filipinas) y por una permanente vitalidad creadora, de suerte que entran en el teatro, los cultivan los escritores más cultos y llegan a los poetas de hoy. De hecho tal vez, sólo el romancero nos permite recorrer todos los caminos de la literatura y aun de la vida españolas.»

El primer rey de Castilla, príncipe navarro descendiente de los antiguos reyes de Pirineo, que gastaban abarcas, hizo caso omiso de la constitución, que perduraba desde los tiempos de los reyes godos. A la hora de morir, fue más padre que rey, y dividió los reinos entre sus hijos, haciendo tabla rasa de la constitución, que perduraba des de tiempos de los godos, y dividió su reino entre sus hijos como si de una finca se tratara, y esto lo aceptaron de buen grado los hijos que con arreglo a lo que su constitución desde más de quinientos años atrás establecía, lo aceptaron de buen grado pero no lo aceptó el rey Sancho, a quien constitucionalmente le correspondía ser rey, ni a su hija doña Urraca tampoco parece que le hizo gracia la decisión de su padre de dejarla desheredada, como podemos ver en el siguiente poema.

ROMANCE XI

DE LA INFANTA DOÑA URRACA, QUE SE FUE PARA CABEZÓN A QUEJARSE MUY  MALAMENTE AL REY SU PADRE

—Morir vos queréis, padre,
¡San Miguel vos haya el alma!
Mandastes las vuestra tierras
a quien se vos antojara:
diste a don Sancho a Castilla,
Castilla la bien nombrada,
a don Alfonso a León
con Asturias y Sanabria,
a don García a Galicia
con Portugal la preciada,
¡y a mí, porque soy mujer,
me dejáis desheredada!
Irme he yo de tierra en tierra
como una mujer errada;
mi lindo cuerpo daría
a quien bien se me antojara,
a los moros por dinero
y a los cristianos de gracia;
de lo que ganar pudiere,
haré bien por vuestra alma.
Allí preguntara el rey:
—¿Quién es esa que así habla?
Respondiera el arzobispo:
—Vuestra hija doña Urraca.
—Callad, hija, callad,
no digas tal palabra,
que mujer que tal decía
merecía ser quemada.
Allá en tierra leonesa
un rincón se me olvidaba,
Zamora tiene por nombre,
Zamora la bien cercada,
de un lado la cerca el Duero,
del otro peña tajada.
¡Quien vos la quitare, hija,
la mi maldición le caiga!
Todos dicen: «Amen, amen»,
sino don Sancho que calla.

ROMANCE XII

DE DOÑA URRACA,  CERCADA EN ZAMORA

¡Rey don Sancho, rey don Sancho,
ya que te apuntan las barbas,
quien te las vio nacer
no te las verá logradas!
Don Fernando apenas muerto,
Sancho a Zamora cercaba,
de un cabo la cerca el rey,
del otro el Cid la apremiaba.
Del cabo que el rey la cerca
Zamora no se da nada;
del cabo que el Cid la aqueja
Zamora ya se tomaba;
corren las aguas del Duero
tintas en sangre cristiana.
Habló el viejo Arias Gonzalo,
el ayo de doña Urraca:
—Vámonos, hija, a los moros
dejad a Zamora salva,
pues vuestro hermano y el Cid
tan mal os desheredaban.
Doña Urraca en tanta cuita
se asomaba a la muralla,
y desde una torre mocha 

el campo del Cid miraba.

ROMANCE XIII

EN QUE DOÑA URRACA RECUERDA CUANDO EL CID SE CRIABA CON ELLA EN SU PALACIO EN ZAMORA

—¡Afuera, afuera, Rodrigo,
el soberbio castellano!
Acordársete debía
de aquel buen tiempo pasado
que te armaron caballero
en el altar de Santiago,
cuando el rey fue tu padrino,
tú, Rodrigo, el ahijado;
mi padre te dio las armas,
mi madre te dio el caballo,
yo te calcé espuela de oro
porque fueses más honrado;
pensando casar contigo,
¡no lo quiso mi pecado!,
casaste con Jimena,
hija del conde Lozano;
con ella hubiste dineros,
conmigo hubieras estados;
dejaste hija de rey
por tomar la de un vasallo.
En oír esto Rodrigo
volviose mal angustiado:
—¡Afuera, afuera, los míos,
los de a pie y los de a caballo,
pues de aquella torre mocha
una vira me han tirado!,
no traía el asta hierro,
el corazón me ha pasado;
¡ya ningún remedio siento,
sino vivir más penado!

ROMANCE XV

DEL CABALLERO LEAL ZAMORANO Y DE VELLIDO DOLFOS, QUE SE SALIÓ DE ZAMORA PARA CON FALSEDAD HACERSE VASALLO DEL REY DON SANCHO

Sobre el muro de Zamora;
vide un caballero erguido;
al real de los castellanos
da con grandes  gritos:
—¡Rey Don Sancho,  rey don Sancho,
no digas que no te aviso,
que del cerco de Zamora
un traidor había salido;
Vellido Dolfos se llama,
hijo de Dolfos Vellido,
si gran traidor fue su padre,
mayor traidor es el hijo;
cuatro traiciones ha hecho,
y con ésta serán cinco!
Si te engaña, rey don Sancho,
no digas que no te aviso.
Gritos dan en el real:
A don Sancho han mal herido!
¡Muerto le ha Vellido Dolfos;
gran traición ha cometido!
Desque le tuviera muerto,
metiose por un postigo,
por las calle de Zamora
va dando voces y gritos:
—¡Tiempo era, doña Urraca,
de cumplir lo prometido!

ROMANCE XVII

CON EL RETO DE DIEGO ORDÓÑEZ

Ya cabalga Diego Ordóñez,
ya del real había salido,
armado de piezas dobles,
sobre un caballo morcillo;
va a retar a los zamoranos,
por muerte del rey su primo.
Vido estar a Arias Gonzalo
en el muro del castillo;
allí detuvo el caballo,
levantose en los estribos:
—¡Yo os reto, a los zamoranos,
por traidores fementidos!
¡Reto a mancebos y viejos,
reto a mujeres y niños,
reto también a los muertos
y a los que aún no son nacidos;
reto la tierra que moran,
reto yerbas, panes, vinos,
desde las hojas del monte
hasta las piedras del río,
pues fuisteis en la traición
del alevoso Vellido!
Respondió le Arias Gonzalo,
como viejo comedido:
—Si yo fuera cual tú dices,
no debiera ser nacido.
Bien hablas como valiente,
pero no como entendido.
¿Qué culpa tienen los muertos
en lo que hacen los vivos?
Y en lo que los hombres hacen,
¿qué culpa tienen los niños?
Dejéis en paz a los muertos,
sacad del reto a los niños,
y por todo lo demás
yo habré de lidiar contigo.
Más bien sabes que en España
antigua costumbre ha sido
que hombre que reta a concejo
haya de lidiar con cinco,
y si uno de ellos le vence,
el concejo queda quito.
Don Diego cuando esto oyera
algo fuera arrepentido;
mas sin mostrar cobardía,
dijo: —Afírmomé a lo dicho.

ROMANCE XVIII

CUENTA CÓMO ARIAS GONZALO SE PREPARABA PARA LIDIAR EL RETO A LOS ZAMORANOS

Tristes van los zamoranos
metidos en gran quebranto;
retados son de traidores,
de alevosos son llamados;
más quieren todos ser muertos
que no traidores nombrados.
Día era de san Millán,
ese día señalado,
todos duermen en Zamora,
mas no duerme Arias Gonzalo;
aún no es bien amanecido
que el cielo estaba estrellado,
castigando está a sus hijos,
a todos cuatro está armando,
las palabras que les dice
son de mancilla y quebranto:
—Yo he de lidiar el primero
con don Diego el castellano:
si con mentira nos reta,
vencerle he y os hago salvos;
pero si cualquier traidor
hay entre los zamoranos,
y él nos reta con verdad,
muerto quedaré en el campo.
Morir quiero y no ver muerte
de hijos que tanto amo.
Las armas pide el buen viejo,
sus hijos le están armando,
las glebas le están poniendo;
doña Urraca que allí ha entrado,
llorando de los sus ojos
y el cabello destrenzado:
—¿Para qué tomas las armas?
¿Dónde vas, mi viejo amo:
pues sabéis, si vos morís,
perdido es todo mi estado?
¡Acordaos que prometiste
a mi padre don Fernando
de nunca desampararme
ni dejar de vuestra mano!
Caballeros de la infanta
a don Arias van rogando
que les deje la batalla,
que la tomarán de grado;
mas él sólo da sus armas
a su hijo don Fernando:
—¡Dios vaya contigo, hijo,
la mi bendición te mando;
ve a salvar los de Zamora;
como Cristo a los humanos!
Sin poner pie en el estribo
don Fernando ha cabalgado.
Por aquel postigo viejo
galopando se ha alejado
adonde estaban los jueces,
que ya le están esperando;
partido les han el sol,
dejado les han el campo

ROMANCE DE FERNÁNDO ARIAS, HIJO DE ARIAS GONZALO

Por aquel postigo viejo
que nunca fuera cerrado
vi venir pendón bermejo
con trescientos de caballo,
en medio de los trescientos
viene un monumento armado,
y dentro del monumento
viene un cuerpo de un finado
Fernán ‘Arias ha por nombre,
fijo de Arias Gonzalo.
Lloraban le cien doncellas,
todas ciento hijas dalgo;
todas eran sus parientas
en tercero y cuarto grado,
las unas le dicen primo,
otras le llaman hermano,
las otras decían tío
otras lo llaman cuñado.
Sobre todas lo lloraba
aquesa Urraca Hernando,
¡y cuán bien que la consuela
ese viejo Arias Gonzalo!:
—Callad, hija, callad,
callad Urraca Hernando,
que si un hijo me han muerto,
ahí me quedaban cuatro.
No murió por las tabernas
ni a las tablas jugando,
mas murió sobre Zamora,
vuestra honra resguardando.

Del llanto de los castellanos

Muerto yace el rey don Sancho,
Vellido muerto le había;
pasado está  de un venablo
que a la tierra le cosía.
Llorando están a par de él
obispos y clerecía;
llórale la hueste toda,
ricos hombres de Castilla.
Don Rodrigo de Vivar
es el que más lo sentía:
-Rey don Sancho, rey don Sancho,
muy aciago fue aquel día
en que cercaste a Zamora
contra la voluntad mía
La maldición de tu padre
en mal hora se cumplía
Levantó se Diego Ordóñez,
que a los pies del rey yacía;
la flor es de los de Lara
y lo mejor de Castilla:
– Que se nombre un caballero,
antes que se pase el día
para retar a Zamora
por tan grande alevosía.
Todos dicen que es muy bien,

mas nadie al campo salía;
mirando estaban al Cid
por ver si el reto ‚lo haría
mas el Cid que los entiende,
de esta manera decía:
– Yo me armé‚ contra Zamora,
pues don Sancho lo quería;
muerto mi señor el rey,
juré‚ de no combatirla;
grande deuda he con la infanta,
quebrantarla no podía.
Allí hablara Diego Ordóñez
lleno de melancolía
Mal habéis jurado, Cid,
lo que jurar no debías.

Muerto Sancho, Rey de Castilla, le correspondía su trono al segundo hijo del rey Fernando, que desde Toledo, donde estaba, volvió a Castilla a reclamar el trono, que con arreglo a derecho le correspondía. Las cortes de  Castilla desconfiaban de Alfonso, pensando que este pudiera haber intervenido en la traición de Vellido Dolfos, por lo que reunidas en sesión, exigirle a Alfonso juramento de no haber tomado parte en la muerte de su hermano Sancho  y para eso nombran las cortes a Rodrigo.

ROMANCE DEL JURAMENTO QUE TOMÓ EL CID AL REY DON ALONSO

En santa Gadea de Burgos,
do juran los hijosdalgos,
allí le toma la jura
el Cid al rey castellano.
Las juras eran tan fuertes
que al buen rey ponen espanto;
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo:
—Villanos maten te, Alonso,
villanos, que no hidalgos,
de las Asturias de Oviedo,
que no sean Castellanos;
maten te con aguijadas,
no con lanzas ni con dardos;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo;
capas traigan aguaderas,
no de contray ni frisado;
con camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
caballeros vengan en burras,
que no en mulas ni en caballos;
frenos traigan de cordel,
que no cueros fogueados.
Maten te por las aradas,
que no en villas ni en poblado,
y sáquenle el corazón
por el siniestro costado;
si no dijeres la verdad
de lo que te es preguntado,
si fuiste  o consentiste
en la muerte de tu hermano.

Habló así un caballero,

Que es del rey el más preciado:

Jurad buen rey,

no tengáis de eso cuidado;

que nunca hubo rey traidor,

ni papa descomulgado.
Jurado tiene el buen rey
que en tal caso no se ha hallado,
pero allí hablara el rey
malamente y enojado:
—Muy mal me conjuras, Cid,
Cid, muy mal me has conjurado;
mas hoy me tomas la jura,
después besarme has la mano.

Respondiera le Rodrigo,

De esta manera ha hablado:
—Por besar mano de rey
no me tengo por honrado,
porque la besó mi padre
me tengo por afrentado.
—Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no vengas más a ellas
dende este día en un año.
—Pláceme, dijo el buen Cid,
pláceme, dijo, de grado,

por ser la primera cosa

que mandas en tu reinado.
tú me destierras por uno,
yo me destierro por cuatro.
Ya se despide el buen Cid,

sin al rey besar la mano,

Consigo se los llevaba

los trescientos hijodalgo

todos son hombres mancebos,

ninguno hay viejo ni cano;
todos llevan lanza en puño
con el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas,
con borlas de colorado;
mas no le faltó al buen Cid
adonde asentar su campo.

Palabras que tuvo el Cid con el abad nuevo de Cardeña

Hablando estaba en el claustro
de San Pedro de Cardeña
el buen rey Alfonso al Cid,
después de misa, una fiesta.
Trataban de la conquista
de las mal perdidas tierras
por yerros del rey Rodrigo,
que amor disculpa y condena.
Propuso el buen rey al Cid
el ir a ganar a Cuenca,
y Ruy Díaz mesurado
le dice de esta manera:
—Nuevo sois, rey don Alfonso,
nuevo rey sois en la tierra;
antes que a guerra vayáis,
sosegad las vuestras tierras;
muchos daños han venido
por los reyes que se ausentan,
que apenas han calentado
la corona en la cabeza.
Bermudo, en lugar del rey,
dice al Cid: —Si vos aquejan
el cansancio de las lides
o el deseo de Jimena,
idos vos a Vivar, Rodrigo,
y dejadle al rey la empresa,
que hombres tiene tan hidalgos
que no volverán sin ella.
—¿Quién os mete —dijo el Cid—
en el consejo de guerra,
fraile honrado, a vos agora,
la vuestra cogulla puesta?
Subid vos a la tribuna
y rogad a Dios que venzan;
que non venciera Josué
si Moisés no lo hiciera.
Llevad vos la capa al coro,
yo el pendón a las fronteras,
y el rey sosiegue su casa
antes que busque la ajena;
que non me harán cobarde
el mi amor ni la mi queja,
que más traigo siempre al lado
a Tizona que a Jimena.
—Hombre soy —dijo Bermudo—
que antes que entrara en la regla,
si no vencí reyes moros,
engendré quien los venciera;
y agora en vez de cogulla,
cuando la ocasión se ofrezca,
me calaré la celada
y pondré al caballo espuela.
—¡Para huir —dijo el Cid—
podrá ser, padre, que sea;
que más de aceite que sangre
manchado el hábito lleva!
—¡Callad —le dijo el rey—
en mal hora que no en buena!
Cosas tenéis, el Cid,
que harán hablar las piedras,
pues por cualquier niñería
hacéis campaña a la iglesia.
Pasaba el conde de Oñate
que llevaba la su dueña,
y el rey, por facer mesura,
acompañolo a la puerta.

Los dos condes de Carrión, Femando y Diego, jóvenes cortesanos de muy noble linaje, codiciosos de las riquezas y del poder del Cid, quieren casarse con las hijas de éste, y piden al rey que les trate el casamiento.

El Cid lo repugna; conoce el orgullo linajudo y el ningún valor de los condes de Carrión. Aunque él, a pesar de ser señor de Valencia, era tan sólo un simple hidalgo, no podía estimar en nada el lustre que habría de recibir emparentando con los ociosos condes de Carrión y de Saldaña. Pero Alfonso,  siendo rey político y conquistador, no sabía alzarse sobre la pequeñez de la vida palaciega; creía que la alcurnia de sus cortesanos era un premio para el héroe; por eso le ruega, le obliga a consentir.

Las bodas de las hijas del Cid con los de Carrión se hicieron en Valencia, durando las fiestas ocho días. Muchos y muy apuestos fueron los regocijos que el Cid mandó hacer en aquellas bodas, así como bordar, alanzar tablados, matar toros y otras fieras, muchos fueron los manjares que allí se sirvieron, innumerables los juglares que cantaban las hazañas de otros tiempos, y muchas las danzas y cantos en que se alababa a los novios.

En la Torre del Alcázar el Cid contemplaba tanta nobleza, y viendo a sus pies la gran ciudad y a lo lejos las huertas y el mar, medita, puesta la mano en su barba entrecana: «Antes fui pobre, ahora tengo cuanto oro, tierra y poder deseo; venzo las lides como a Dios place; mi fama llega al soldán de Persia, que me envía sus joyas, sus ricas telas de seda y oro, los más extraños animales del Asia, y me ofrece por vianda la cabeza de su caballo más querido; allá en Marruecos, la tierra de las mezquitas, los moros me temen cada día, y ellos me pagarán parias a mí o a mi rey, si le mando; a mi rey, que para que nada falte al corazón, me honra de nuevo, y me ha hecho tener por parientes a los ricos hombres más ricos de su corte».

Cuando el Cid se siente llegado a la más elevada cumbre del poder, la desgracia va a herirle cruelísimamente. Bastará una pequeña ocasión promovida por la ruindad de los condes sus yernos.

ROMANCE VEINTICINCO

Pavor de los condes de Carrión

Acabado de yantar,
la faz en somo la mano,
durmiendo está el señor Cid
en el su precioso escaño.
Guardándole están el sueño
sus yernos Diego y Fernando,
y el tartajoso Bermudo,
en lides determinado.
Hablando están juglerías,
cada cual por hablar paso,
y por soportar la risa
puesta la mano en los labios,
cuando unas voces oyeron
que atronaban el palacio,
diciendo: «¡Guarda el león!
¡Mal muera quien lo ha soltado!»
No se turbó don Bermudo;
empero los dos hermanos
con la cuita del pavor
de la risa se olvidaron,
y esforzándose las voces,
en puridad se hablaron
y aconsejáronse aprisa
que no fuyesen despacio.
El menor, Fernán González,
dio principio al fecho malo;
en zaga al Cid se escondió,
bajo su escaño agachado.
Diego, el mayor de los dos,
se escondió a trecho más largo,
en un lugar tan lijoso,
que no puede ser contado.
Entró gritando el gentío
y el león entró bramando,
a quien Bermudo atendió
con el estoque en la mano.
Aquí dio una voz el Cid,
a quien como por milagro
se humilló la bestia fiera,
humildota y coleando.
Agradecióselo el Cid,
y al cuello le echó los brazos,
y llevó lo a la leonera
haciéndole mil halagos.
Aturdido está el gentío
viendo lo tal; no catando
que entrambos eran leones,
mas el Cid era el más bravo.
Vuelto, pues, a la su sala,
alegre y no demudado,
preguntó por sus dos yernos
su maldad adivinando.
—Del uno os daré recaudo,
que aquí se agachó por ver
si el león es hembra o macho.
Allí entró Martín Peláez
aquel temido asturiano,
diciendo a voces: —¡Señor,
albricias, ya lo han sacado!
El Cid replicó le: —¿A quién?
Él respondió: —Al otro hermano,
que se sumió de pavor
do no se sumiera el diablo.
Miradle, señor, do viene;
empero haceos a un lado,
que habéis, para estar par dél,
menester un incensario.
Agraviaron se los condes,
con el Cid quedan odiados;
quisieran tomar sobre él
la deshonra de ellos ambos.

Introducción

Segunda Parte

Tercera Parte