Como habían dicho ya, los representantes de la empresa en la última reunión, las obras iban a empezar de inmediato. El proyecto estaba terminado y ellos tenían un plazo de ejecución, una fecha para terminar la obra. Tenían que eliminar montículos, dejar el terreno lo más llano posible, para que el tren pudiera ir a una mayor velocidad. El tren tenía que ir deprisa para llegar lo antes posible a su destino. Tenía que hacer al menos, dos viajes de ida y vuelta diarios para poder mantenerse, decían los técnicos. Tenía que recorrer más de trescientos kilómetros todos los días, con más de treinta paradas a lo largo de los dos viajes de ida y vuelta, que todos los días tenía programados.
En pocos días empezaron las obras, necesitaron peones para allanar el terreno, carros que les llevaran piedras para echar el firme donde poder asentar las traviesas y extender los raíles por los que el tren se tenía que desplazar. Todo esto llevaba tiempo. Bajo la dirección técnica de la empresa y con trabajadores de los pueblos por donde la vía tenía que pasar, se allanó el recorrido, se acarrearon las piedras para hacer el firme, se picaron y aplastaron las piedras, se trajeron y colocaron las traviesas y por último se fijaron los raíles sobre las traviesas. Ya sólo quedaba esperar la llegada del ferrocarril. Las estaciones y las casas para los factores que se encargaban de facturar las mercancías, de vender los billetes a los viajeros y revisar el estado de las vías, estaban hechas. Se construyeron a la vez que la vía se iba haciendo, y ya estaban terminadas las casas y las estaciones antes de que la vía estuviera terminada.
Sólo quedaba la llegada del tren. Pero el tren estaba en el extranjero, todavía no lo tenían terminado, y cuando lo terminaran, lo tendrían que traer aquí. Como si un jarro de agua fría les hubiera caído sobre sus cabezas, la noticia les hizo despertar a muchos vecinos. ¿Cómo iban a traer un tren desde el extranjero? Decían algunos. Con lo largo que el extranjero tiene que estar, y además ¿por dónde lo van a traer? si este tren es de vía estrecha. Los trenes que pasan por aquí son todos de vía ancha, y por esas vías no puede venir decían. Cuando la empresa lo ha comprado en el extranjero es por que lo puede traer, decían otros, si no, cómo lo iban a comprar. Con lo largo que tiene que estar el Extranjero, ¿cómo se le habrá ocurrido a la empresa ir tan largo a por él? decían algunos.
Muchos vecinos se estaban preocupando por algo que la empresa tenía resuelto desde el primer momento, cuánto le iba a costar, quién lo iba a traer y cómo lo iban a traer. La llegada del tren les creaba muchos interrogantes, muchas dudas, a muchas mujeres, y a muchos hombres. El tren les hacía pensar a muchos y a muchas. Y por supuesto, a pensar en esto le dedicaban tiempo.
El paso de los días les hizo ver a los más preocupados, que lo que a ellos tanto le ocupaba, la empresa lo tenía resuelto desde mucho antes de empezar las obras,. El hombre es el único ser de la naturaleza que no parte de cero. Aprovecha los conocimientos descubiertos por otros para resolver los problemas que a ellos les ocupan. Trenes se habían construido muchos, antes de que el Trenillo se pusiera en circulación. A muchos les parecía difícil, que la gente de por ahí supiera tanto. Que hubiera talleres para hacer trenes, y que se pudieran llevar a miles de kilómetros de distancia de donde los hacían, y luego esos trenes, movidos por una locomotora estuvieran todos los días viajando, llevando gente y mercancías de un lado para otro. Haciendo cientos de kilómetros todos los días, con la fuerza que le proporcionaba una caldera de vapor, que se movía gracias a la fuerza que una lumbre de carbón de piedra que llevaba dentro.
No sólo trajo el tren al pueblo la posibilidad de viajar, les trajo otras muchas posibilidades, tan importantes o más importantes que los viajes. Les enseñó a muchos la importancia que tenía el saber, de cómo lo que otros descubrían, podía ser aprovechado por todos, de lo importante que iban a ser las escuelas, lo importante que eran los médicos. Lo bueno que era saber. Lo que se podía aprender viajando, conociendo otros pueblos, otras gentes, lo importante que las comunicaciones iban a ser.
Antes de que el tren empezara a desplazarse la gente le había perdido el miedo a viajar. Pensaban ya algunas mujeres, que se habían equivocado al mostrarse tan desconfiadas con sus maridos, y en el pecado iban a llevar la penitencia. Cambiar el trazado de la vía iba a perjudicar a todos, a los hombres y a las mujeres, ellas también iban a salir perjudicadas. Iban a ser las más perjudicadas. Si ellas no hubieran intervenido en aquella reunión, si aquella señora no les hubiera provocado aquel ataque colectivo de celos, a ellas no se le hubiera ocurrido nunca tomar aquella decisión. Aquella equivocada decisión, de la que un día se sintieron tan orgullosas, y que ahora les hacía sentirse tan arrepentidas.
A ningún hombre habían oído quejarse de que el tren no fuera a pasar por el pueblo. Hecho éste que probaba que ningún hombre había pensado hacer, lo que ellas pensaban que sí iban a hacer. Los celos de una les iban a hacer pagar a todas. Qué pronto quedaron convencidas de que retirar la estación cinco kilómetros del pueblo no era lo mejor. Las cosas hay que pensarlas mejor, se decían unas a otras, de todo se aprende. Esto no se nos olvidará nunca. Para aprender, perder, y otros muchos dichos y refranes en el mismo sentido, que se han ido olvidando con el paso de los años.
Tenía este pueblo dos estaciones dentro de su término municipal. La de Hernán Muñoz, más conocida por el Cortijillo, conocida así, porque este era el nombre de la finca en que la estación estaba ubicada, y la estación de Miró, retiradas cinco kilómetros aproximadamente, la una de la otra.
Era la estación de Hernán Muñoz, más conocida por el Cortijillo, la que en principio iba destinada a construirse junto a las paredes del pueblo, y la que por expreso deseo de sus habitantes se trasladó al Cortijillo, y donde aún pueden verse los restos, que de ella quedan. Era la que más contacto iba a tener con los viajeros y mercancías que abastecieran al pueblo. Era también la estación por la que tenían que salir las mercancías que aquí se producían y se vendían fuera. La carretera que va desde la salida del pueblo hasta la estación del Cortijillo fue la distancia que hubo que añadir a la prevista para coger el tren, para que los aldeanos y aldeanas pudieran tener el mundo al alcance de sus manos, como decía aquel ingeniero del ferrocarril.
La estación de Hernán Muñoz prestó sus servicios al pueblo durante los sesenta años que el ferrocarril se mantuvo en activo. Por el Trenillo (nombre con el bautizaron los usuarios al tren, el primer día que lo vieron llegar a la estación) iban llegando a diario las mercancías que en el pueblo se necesitaban para su abastecimiento. Y por el Trenillo salían los bocoyes de vino de las bodegas aldeanas, los bidones de aceite de sus almazaras, las personas que para resolver asuntos de su incumbencia tuvieran que ir a cualquiera de los pueblos por los que éste tuviera su recorrido. Tenía también vagones para el trasporte de ganado, que raramente se utilizaban, a no ser que fuera en épocas de trashumancia, para llevar o sacar ganado al Valle de Alcudia.
Durante los sesenta años que estuvo en servicio, cambiaron muchas cosas, el progreso lo Había traído y el progreso se lo iba a llevar. El asfalto sustituyó al basalto y las canteras dejaron de cortar adoquines. Habían dejado de ser necesarios, el aprovechamiento de los restos del petróleo iba a terminar con el aprovechamiento del basalto. Todavía quedaba mucho basalto para poder seguir cortando adoquines durante muchos años, pero el tiempo no espera, el asfalto había ganado la batalla. Las canteras estaban llamadas a desaparecer. El progreso terminó con ellas. El Trenillo se iba haciendo viejo, el tiempo a nadie perdona, ni siquiera perdonó al Trenillo. Poco a poco iba dejando de ser necesario, iba dejando de ser útil, sus días estaban contados.