XXVIII. Las horas del llanto

Cuando Anselmo terminó su intervención todos permanecieron callados, y otra vez las lágrimas surcaron sus mejillas. Las palabras de Anselmo trajeron a todos a la realidad. Durante un buen rato permanecieron callados, mientras las lágrimas permanecían regando sus mejillas. Jacinta había querido levantar los ánimos con sus palabras, pero Anselmo las había vuelto a la realidad, que era terca y dura. Nadie hablaba, nadie se atrevía romper el silencio. Después de las palabras de Anselmo, todos permanecían callados, Luisa fue la primera en interrumpirlo, diciéndole a su tía Lucrecia: Vámonos a casa tía, tenemos muchas cosas que hacer, y a estas horas, no creo que vengan hoy a por mí. Todavía no se ha comunicado el final de la guerra, será mañana cuando los tenga que esperar. Cuando los vencedores comuniquen, a través de los periódicos, a través de la radio, que la guerra ha terminado. Entonces será la hora del llanto. Hasta entonces, vamos a procurar permanecer tranquilos.

Darme todos un beso, por si no volvemos a vernos dijo Luisa al levantarse y dirigirse a su tío que al mismo tiempo que ella se estaba levantando. Se unieron en un fuerte abrazo y las lágrimas de ambos se fundieron en sus mejillas, mientras sus tías y primas rompían a llorar y se abrazaban a ellos. La hora del llanto llegaba, después de que Luisa lo hubiera aplazado hasta el día siguiente. Permanecieron durante un rato abrazados, y poco a poco se fueron dejando caer sobre las sillas permaneciendo callados durante largo rato, alicuando se oía un suspiro y las lágrimas volvían otra vez a los ojos de todos.

Un poco más tranquilos, se levantó Luisa diciendo, no os levantéis, no sea que no nos podamos despedir y tengamos que volver a sentarnos. Se acerco a su tía Lucrecia y cogiéndola de la mano dijo: vámonos tía, volveremos al atardecer, no os levantéis ninguno, no sea que nos podamos ir. Salieron hacia la calle seguidas de Jacinta, no os quedéis a comer allí les dijo. Por lo que pueda pasar, estamos mejor juntos, aunque no creo que vaya a pasar nada. Con el susto que estamos pasando, tenemos bastante. Salieron de la casa de Jacinta, y andando despacio, fueron a la casa de Lucrecia, cerca del arroyo. Durante el camino, iba Luisa mirando los tejados, las casas, las calles, nunca más volveré por aquí, se iba diciendo a si misma, ni aquí, ni a ninguna parte. Si me encuentro con fuerzas suficientes, esta tarde voy a terminar. Lucrecia la iba observando, sin que Luisa se diera cuenta de que la observaba su tía, tantas cosas y tan aprisa iban llegando a su mente, trataba de evocar lentamente los tres años, que desde que saliera del hospicio llevaba viviendo en el pueblo. Tres años y le parecía que allí había vivido siempre, se había encontrado con su familia, se encontró con su tía, que la estaba esperando a su llegada en el autocar, conoció a sus tíos, a sus primas, a las primas y a las amigas de su madre y encontró un montón de amigas y amigos en el pueblo, con los que compartió sus inquietudes, con los que soñó una vida mejor para todos. Había defendido la libertad, la igualdad y la fraternidad, con toda su fuerza. en todos los actos en los que había intervenido, había logrado emocionar a miles de personas, y ahora se encontraba sola, arropada por sus más cercanos familiares mientras esperaba la llegada de los falangistas, de la guardia civil, del somatén, o de cualquiera, que amparado en el escudo de los vencedores, firmara una denuncia contra ella, que directamente la llevaría a la cárcel, a uno de los campos de concentración construidos o por construir, o a las paredes del cementerio, para ser ejecutada ante la presencia de los que irían a ver cómo se comportaba ante los fusiles del pelotón.

Llegaron a su casa, sacó Lucrecia la llave, la introdujo  en la cerradura y con un golpe seco se abrió la puerta. El gato las estaba esperando en el portal, voy a recoger un poco, y ahora preparare algo que podamos comer, dijo Lucrecia. Dirigiéndose al gato, dijo a su sobrina, este nos esta esperando, y si nos busca es por que nos necesita, si no estaría tumbado tranquilamente en el tejado, o en el patio, voy a prepararle algo para que coma. Vamos a darle una vuelta a la casa  cuando terminemos  hago la comida y descansamos un rato. Esta noche hemos dormido poco y necesitamos descansar. Cuando descansemos, nos sentamos y hablamos, dijo Luisa, tengo cosas que hablar con usted, antes de que pase lo peor.

Quedó intrigada Lucrecia con las palabras de su sobrina, ¿de qué pensaría hablar con ella? Sin atreverse a preguntarle por lo que Luisa pensaba decirle, continuaron haciendo las cosas de la casa, comieron, y una vez que hubieron terminado, encarándose Lucrecia con su sobrina, le dijo: Estoy preocupada con lo que me puedas decir cuando descansemos, si me lo dices ahora y me quedo tranquila, podemos descansar después, si no me lo dices, al menos yo no voy a descansar hasta que te oiga, prefiero que me lo digas ahora, para poder descansar después.

Cogió Luisa a su tía de la mano y la llevó a sentarse con ella en el canapé. Una vez sentadas quedó Luisa mirando a su tía, mientras  esta quedó aguantando su mirada esperando que esta empezase a hablar. Cuado en el hospicio recibí su carta, en la que contestando a la que antes yo le había escrito, diciéndole que ya tenía que salir de aquella casa, y mi vida de hospiciana llegaba a su fin, tenía previsto irme a Madrid y buscar una casa donde poder servir. Estaba preocupada y a la vez contenta. Estaba preocupada ante la inseguridad que para mi suponía perder el cielo protector que hasta entonces había sido para mí, aquel viejo y destartalado caserón y estaba contenta por abandonar aquella triste vida de hospiciana, donde aparte de la comida y la casa que nos daban, solo recibíamos regañínas, insultos, coscorrones y tirones de pelo. Aparte de tener que aguantar las oraciones y los rezos tan repetitivos y tan pesados, que a todas las horas del día teníamos que realizar ante cualquier cambio de actividad. Sin tampoco olvidar las misas y los sermones, con los que a diario nos amedrentaba el cura, mientras nos hablaba del demonio, de las tentaciones, de la justicia divina, y del pecado original, que heredamos de nuestros primeros padres. Además, una vez al año, teníamos que hacer los dichosos ejercicios espirituales, que nos perturbaban de tal forma, era tal el miedo que nos hacían pasar, que de la comida preparada para todos los hospicianos y hospicianas, todos los días sobraba la mitad.

Irme a Madrid, para mí era un viaje a lo desconocido, en el hospicio tenía amigas con las que compartir, los coscorrones y los tirones de pelo, y al mismo tiempo, compartíamos nuestras ilusiones y nuestras esperanzas  que la vida pudiera depararnos. Este cambio, este viaje a lo desconocido, me tenía muy preocupada, y esa soledad en la que pensaba encontrarme me quitaba el sueño. Por eso cuando leí su carta vino a mi el recuero de aquellos versos, que había leído en un libro de la escuela. Que decían:

Cuando un hombre de bien
Te da su pan.
Tiene el cuerpo de Cristo
entre  las manos.

Seguía Lucrecia emocionada el relato que le estaba haciendo su sobrina, mientras Luisa, también emocionada seguía dejando caer sus palabras. Solo se oía el piar de los pájaros entre las desnudas ramas de la parra y el paso de la gente al cruzar delante de la ventana. Llamaron a la puerta, y antes de que se levantara su tía, salió Luisa para abrirla, y enseguida volvió diciendo: es la mujer de “los cabo de años”, que viene a convidar para el “cabo de año” de Rompe Lindes, que será el sábado. Hay unas nubes muy oscuras, que amenazan tormenta. Tal vez sea el preludio de lo que va a pasar esta semana. Continuó Luisa hablándole a su tía de cómo aquella tarde decidió sin apenas pensarlo escribirle, decirle el día que saldría y la hora en que  iba a llegar a la plaza del pueblo. También le decía en la carta, que saliera a esperarla, porque sola no iba a saber llegar a su casa.

Desde aquel día supe lo que era una familia, empecé a emocionarme al oír cualquier cosa relacionada con mi familia, me sentía agradecida por la forma que me trataban, aprendí a confiar en todos y a sentirme un miembro más entre sus componentes. Pensaba que era la llamada de la sangre lo que sentía en aquellos momentos me parecía un sueño y temía poder despertar en cualquier momento. Pienso ahora, que la hora de despertar ha llegado, con toda la crudeza imaginable. Estamos esperando, de un momento a otro, que los sublevados anuncien el final de la guerra,  nosotros somos los perdedores, y en cualquier momento pueden llegar a buscarme. Entonces el sueño habrá terminado. Antes de que los falangistas, la guardia civil, o cualquier otro, u otros lleguen a buscarme, he querido hablar con usted. Lo que ha de ser será, es posible que no volvamos a vernos. Temo que cuando vengan a recogerme, sea la última vez que nos veamos que nos despidamos para siempre y que sea mi último adiós.

Rompió Lucrecia a llorar, estaba tratando de mantenerse, sin llegar al llanto, mientras sus lágrimas le regaban sus mejillas. Acabo hundiéndose, se dejó caer sobre el regazo de su sobrina y rompió a llorar amargamente, mientras  Luisa, dejándola llorar, acariciaba sus cabellos y la besaba emocionada. Poco a poco Lucrecia fue tranquilizándose, Luisa le decía, deje el llanto y  tranquilícese,  con el llanto en nada vamos a mejorar nuestra situación. A usted no le va a pasar nada y para mi, que no me arrepiento de nada de lo que he realizado en estos tres años, solo me queda esperar, he defendido con la palabra mis ideas, he respetado a los que creía podían ser mis adversarios, tanto como a quien han sido mis compañeros, de nada tengo que arrepentirme y de nada me arrepiento. Si tuviéramos que volver tres años atrás, volvería a defender los mismos postulados, los mismos ideales y con la misma fuerza, con que los he defendido hasta ahora, aunque el resultado de mi forma de actuar fuera tan triste como el que espero. Volvería a repetir los pasos que hasta ahora he dado, aunque desde el principio hubiera sabido, que al final solo iba a encontrar, como ahora, un farol y una manta en el suelo.

Durante un tiempo permanecieron calladas, solo se oía el aire silbar en los tejados y unas pequeñas gotas, se estrellaban contra los cristales de la ventana de la calle. Empezaba a llover, vámonos  a casa de los tíos, dijo Lucrecia, si empieza a llover, y vienen a buscarnos esta noche, no sé lo que pueda pasar . Estamos cerca del arroyo, y puede que amanezcamos junto al arroyo muertas. Quedose mirando Luisa a su tía y dijo:

Qué más da ser rico,
que ir de puerta en puerta.
Qué va de miseria a miseria.

Se abrigaron lo mejor que pudieron, y empezaron a andar el camino de casa de Anselmo. Hacía frío, estaba anocheciendo, y con nadie se encontraban en la calle. Llamó Luisa a la puerta y tropezó con sus primas, que abrigadas y con dos paraguas, iban a buscarlas a su casa. Tardabais en llegar y salíamos a buscaros le dijeron. La noche era oscura  y empezaron a oírse loa primeros truenos. Las personas que pasaban, aceleraban sus pasos, tratando de evadirse del agua y de la oscuridad de la noche. Pasaron a la cocina, donde Anselmo, puesto en pie las estaba esperando, se abrazaron emocionados y otra vez las lágrimas volvieron a regar sus mejillas. Entró Jacinta en la cocina, y al verlos a todos con lágrimas en los ojos les dijo: es que en esta casa vamos a estar llorando siempre, ¿no vamos a dejar de llorar nunca, nos vamos a pasar así toda la vida?

Hablaron poco durante la cena, alguna pregunta ocasional, que era contestada con monosílabos. Se intercambiaron pocas palabras, y una vez terminada, el silencio se hizo sepulcral. Oyeron el boletín informativo de Radio Nacional, de donde intuían que los rebeldes habían ocupado todos los objetivos militares que le quedaban por conquistar. Se levantó Anselmo, apagó la radio, y al volver a sentarse a la mesa dijo, solo nos queda esperar su llegada. Mañana vendrán a detenernos. Poco vamos a dormir esta noche, mañana va a ser el día del llanto. Procurad mentalizaros durante la noche de lo que mañana ha de pasar, para que lloréis lo menos posible. Ya nada podemos hacer, solo mantener la dignidad hasta el último momento, dijo Anselmo.

Se levantó Jacinta de la mesa, y puesta en pie dijo: Me niego a aceptar lo que tú piensas. No va a pasar, lo que tú estás pensando. Eso no lo pueden hacer, aunque quieran. El mundo se le echara encima, por eso no lo van a hacer, no pueden hacerlo. Tomó la palabra Anselmo, y dirigiéndose a su mujer, le dijo: ¿Que crees tú que están haciendo desde el dieciocho de julio del año treinta y seis en las zonas que hasta ahora han caído en sus manos? Robar, violar, torturar  y matar, y lo han hecho, en nombre de Cristo, con la insignia de Cristo en el pecho. Con la bendición de su iglesia, con la bendición del capital, y con la bendición de media España, y me temo que a partir de ahora, lo hagan también con la bendición, o al menos el silencio de la otra media. En cuanto al mundo… el mundo, tiene cosas en qué preocuparse. Europa esta amordazada por el miedo, lo único que le preocupa es no indisponerse con Alemania. Si durante tres años no han movido un dedo por nosotros, cómo piensas ahora que vayan a venir una vez terminada la guerra, a reconquistarnos. Más fácil les hubiera sido ayudar a la República que venir ahora y ponerse gallitos. Nadie va a venir ahora a ayudarnos, mirarán para otro lado. Lo que va a pasar, nos va a pasar a nosotros, nosotros estamos vencidos, y nada podemos hacer para defendernos. Después de las palabras de Anselmo, habló Luisa corroborando todo lo que su tío había dicho. Todos pensaban como ellos, ninguno habló después de Luisa, tenían asumido que al día siguiente irían a buscarlos.