Leñadores 29

Despidió Rufina a la mujer que le había lavado la ropa que su marido le traía y llevaba a Almagro, diciéndole que en lo sucesivo ya no la iba a necesitar. Su hijo se iba a quedar con su madre y ella, que se encontraba bien, se iba a encargar otra vez de lavar la ropa. Le pagó la última semana a quién la había sustituido mientras ella criaba a su hijo y se despidió, diciéndole que si volvía a necesitarla, bien por enfermedad, o porque se volviera a quedar embarazada, ya se lo diría para que la sustituyera, si ella no tenía otra cosa que hacer. Se despidieron como amigas, pensando que no tardaría en volverla a llamar, no porque se fuera a poner enferma, sino porque a su edad, los embarazos se repiten con mucha frecuencia.

Volvieron los dos a su trabajo diario, lavaba Rufina  seis cestas de ropa, y Cipriano hacía seis cargas de leña, que tenía que llevar a Almagro, junto a las seis cestas de ropa, que su mujer lavaba. Era su trabajo diario, no podía echar muchos cigarros, y por eso dejó de fumar. Muerto el perro se acabo la rabia, se dijo a sí mismo. Pensó que el tiempo que dedicaba a fumar, lo podía dedicar a hacer su trabajo y de esta forma estaría más desahogado y se encontraría mejor. Cuando llegó el veintisiete de agosto le tuvieron que pedir al prestamista doscientos reales, para pagarle al dueño anterior de su casa la cantidad aplazada, de esta forma podían formalizar la escritura de su casa y tenerla ya a su nombre. No es que pensaran que el hecho de no tenerla a su nombre fuera a ser un peligro para ellos, que pensaran que se la pudieran quitar. Les pasaba lo que a todos los que nunca han tenido nada, pensaban que hasta que no tuvieran metidas en su baúl, la casa no les iba a parecer suya.

Cuando le pagaron al dueño de la casa la cantidad aplazada que les quedaba, este les ofreció venderles la huerta que tenía en el Berrocal, junto con los aperos de labranza que les quedaban en su casa, ellos no iban a volver nunca por aquí y pensaban, que lo único que le iban a sacar, si seguían con ella iban a ser disgustos. Hacienda que no veas, para qué la quieres, decían. Pensaban que la casa de la huerta se les iba a hundir de no recorrerle el tejado, la noria poco a poco, iba a ir perdiendo el agua de no limpiarla, ellos a la distancia que estaban no podían encargarse de su mantenimiento y dejar las cosas en manos de los arrendatarios, aparejaba estas consecuencias.

Les contestó Rufina diciéndoles que a ellos sí que le gustaría comprársela, pero que llevaba muy poco tiempo casados, habían comprado los dos burros, le habían comprado la casa y se la habían pagado, y esto lo habían hecho así gracias a que los dos trabajaban y a los animales que tenían, gracias a que  el trabajo no les faltaba, y gracias a que ella lavaba seis cestas de ropa, todas las semanas y su marido hacía seis cargas de leña y las llevaba a Almagro con las seis cestas de ropa que ella lavaba. Si otra vez que vengas, hemos logrado ahorrar dinero suficiente para comprártela, nos ponemos al habla con vosotros y os la compramos, pero ahora no podemos y no es por que no nos guste comprarla ahora, es porque no tenemos dinero para pagarla, esa es la única razón que podemos aducir. No nos gusta acudir al prestamista a pedir dinero, es algo que tratamos de evadir siempre, y bien tiene que ser una necesidad muy gorda para que lo hagamos. Los ricos, los que tienen fincas, se pueden endeudar, nosotros no tenemos nada más que la casa donde vivimos y los animales que tenemos, y estos nuestras herramientas de trabajo. Si con ellos nos ocurre cualquier desgracia, los tenemos que reponer, y si no los reponemos, no podemos trabajar, para no perder lo que tanto trabajo nos ha costado alcanzar.

Aceptaron de buen grado las razones que Rufina le había dado para no comprarle la huerta y quedaron con ellos en que les escribirían cuando pudieran disponer del dinero suficiente para poderla comprar. Se despidieron y quedaron en que antes de venderle la huerta a otro, se la venderían a ellos, aunque el plazo tuviera que ser aplazado.

Aquella noche tardaron tiempo en dormirse Cipriano y Rufina, a los dos le hubiera gustado comprar la huerta, un poco retirada del pueblo, si era verdad que estaba, aunque el camino era firme y apenas tenía una cuesta pequeña, que salías de ella, antes de empezar a sentirla. Tenía cuatro fanegas de tierra, una noria con agua abundante y una hermosa alberca. Tenía una bonita casa con un cuarto y una cocina, una cuadra para los animales, un corral no muy grande y un pequeño gallinero. Estaba cercada de un hormazo de piedras  con una sola salida al camino. Delante de las únicas ventanas de la casa había dos parras grandes, encabezadas en alto, que cubrían el empedrado delantero que la casa tenía.

Delante del empedrado de la casa había un raso amplio, y a continuación estaban la noria con su maroma de cangilones de arcilla, y a continuación de la noria estaba la alberca con dos piedras para lavar y dos caños para la salida del agua, las salidas del agua estaban cubiertas de hierbabuena y de cañaverales, y un poco más retiradas estaban dos nogales grandes,  junto a las regueras donde a diario salía el agua. Durante el día se oían cantar los pájaros y las perdices se veían bajar de los cerros buscando los comederos, y los atardeceres se veían subir al monte para refugiarse de los depredadores. En las noches de invierno se oían aullar los lobos, que trataban de acercarse a las majadas en busca de comida. Durante un buen rato estuvieron hablando de la huerta, hasta que los durmió el sueño.

Aquella mañana los despertó el sol, todas las mañanas, cuando salía ya llevaban un rato levantados y aquel día ,el sol fue el encargado de levantarlos. Se acostaron preocupados por la huerta del Berrocal que les querían vender y que ellos no podían comprar y esto les hizo que el sol fuera el encargado de despertarlos. Pronto tuvo Rufina los desayunos con sus rebanadas de pan frito preparadas y pronto Cipriano les echó el pienso a los burros, los aparejó y salió a tomar el desayuno. Mientras Rufina ya lo había preparado, sin decir palabra alguna desayunaron, sacó Cipriano los burros, y se fueron ambos a cumplir con su diario quehacer. No hablaron durante el camino, se dijeron adiós al despedirse en la Higuera, pero durante todo el día, ninguno dejó de acordarse de la huerta del Berrocal.

Mientras Cipriano iba camino del Valle a cortar sus cargas de leña, seguía pensando en la Huerta del berrocal que querían comprar y no tenían dinero para poderlo hacer. La vida es así pensaba, cuando resuelves un problema, te surgen otros siete, hemos resuelto el problema de la casa, y ahora ya tenemos el de la huerta que no nos deja tranquilos, y cuando resolvamos el de la huerta surgirán otros, el caso es que no podamos vivir tranquilos nunca. Todos los días tenemos que encender el farol para levantarnos y empezar a trabajar, anoche apenas dormimos y esta noche creo que también nos vamos a dormir tarde, no descansamos durante el día, y la noche la dedicamos a pensar. Así no podemos seguir mucho tiempo, vamos a acabar locos.

Mientras Cipriano iba montado en su burro a buscar las dos cargas de leña que tenía que hacer, sin dejar de pensar en los problemas, que a lo largo de su vida le iba a tocar de solucionar, Rufina estaba lavando sus cestas de ropa y buscándole una solución a la compra de la huerta que tenían planteada. Pensaba en que la huerta la podían comprar por menos dinero que la casa, tal vez por la mitad y el dueño quería dejar la huerta vendida antes de irse a Barcelona. Su madre le había ofrecido dinero por si le hacía falta para  pagar la casa, y le había dicho que no lo necesitaban, y no lo necesitaban, porque ya les había dado los dos mil reales que necesitaban el prestamista. Sabía Rufina que el dinero que su madre le había ofrecido lo tenía disponible y que con lo que quedaba en su casa, le podían entregar cuatro mil reales en concepto de señal y como parte de la compra. De esta forma evitaban que la huerta se la vendieran a otro y el resto, lo podían aplazar en uno o dos años como ya le habían dicho. Pensaba que su marido iba a ver inconvenientes en esta forma de comprar las cosas, pero se sentía con fuerza y con razones para convencerlo.

Cuando por la tarde llegó Cipriano a recoger las cestas de la ropa que su mujer había lavado durante el día, ya tenía esta la ropa seca y recogida. Cargaron las cestas sobre la albarda de Rucio y emprendieron el viaje de vuelta a la casa, los habían estado pensando durante el día en la huerta del Berrocal. Por el camino fueron hablando de ella y dándola como perdida, tenía su dueño muchas ganas de venderla, y pensaban que la huerta iba a tener muchos compradores. En los pueblos las noticias se expanden en seguida y pensaban que tal vez ya tuviera comprador. Para nosotros, la huerta del Berrocal, solo ha sido un sueño, le dijo Rufina a su marido, y tal vez mañana sepamos quien es el nuevo dueño, y cuando pase el tiempo, nos acordaremos de la huerta del Berrocal que pudimos haber comprado.

Cuando llegaron a su casa con Rucio y las cestas de la ropa encontraron a su madre de Rufina que los estaba esperando. Estaba allí para decirles que había estado en su casa el dueño de la huerta para decirle, que se iban a ir pasado mañana, si la queréis vosotros, antes que vendérsela a otro les gustaría que os quedéis con ella vosotros, saben que habéis gastado todo el dinero que teníais en pagarles la casa, y lo saben porque se lo habéis dicho vosotros, pero también saben que trabajáis mucho, ganáis mucho dinero y os gusta pagar pronto. Ellos os pueden vender la huerta, con una señal que le déis ahora y la cantidad aplazada se la déis en uno o en dos años.