Luciano Juárez era cojo, en la escuela los chicos le decían Muletas. Cuando era chico tuvo parálisis infantil, enfermedad esta, que le dejó cojo para toda su vida y por esto no pudo ir a la escuela hasta los nueve años. Empezó a ir, después de que le comprara su madre unas muletas y aprendiera a andar bien con ellas. Un día su madre le dijo: toma estas muletas que cuando aprendas a andar con ellas, te voy a llevar a la escuela. Cuando te manejes con soltura, que los chicos no se rían de ti. Le había dicho su madre el día que se las trajo. Se sintió emocionado al oir a su madre, se abrazó a ella, y así permaneció un rato emocionado. No había andado nunca, y le había costado un gran trabajo mantenerse en pie y dar los primeros pasos, agarrándose siempre a la pared, a las sillas, a la mesa en la cocina, a su madre.
Llevaba ya tantos meses andando por su casa sin atreverse a salir. Su madre le decía: no salgas, no quiero que te vean con muletas hasta que no sepas manejarlas con soltura. No quiero que se burlen de ti los chicos, y él que sentía un gran respeto por todo lo que su madre le decía, aceptó de buen grado aquel consejo.
Al fin había llegado el día, que con tanto anhelo esperaba, la emoción lo embargaba. Su madre lo había llamado temprano para decírselo. Desde entonces permanecía emocionado, nervioso, y preocupado. No sabía cómo lo iban a recibir allí, sus padres no le habían enseñado nada, porque nada sabían ellos. Su padre nunca se quejaba de esto, no lo echaba de menos. Pero su madre sí que lo echaba en falta. Cuántas veces la había oído quejarse de no poder saber lo que un papel decía. Si algún día recibía una carta, tenía que ir al maestro y decirle: Don Eusebio, ¿me puede usted leer esta carta? Y cuántas la había oído decir a las vecinas, a mi lo que más me hubiera gustado es saber, eso es lo que más he echado de menos en la vida, y por eso el mayor anhelo de mi vida es que mi hijo aprenda.
Salió Luciano de su casa, junto a su madre, sin apoyarse en ella, estrenaba ropa: pantalón de pana, blusa a rayas, calcetines, zapatos de cuero nuevos, un cartapacio de tela, que su madre le había hecho el día anterior, donde llevaba, lapicero, libreta, una cartilla, y una caja de colores, Se oyó el chirrido de la cerradura y tras dos intentos que su madre hizo, para desencajar la puerta, logró que al tercer intento la puerta se abriera. Cuando Luciano, apoyado en sus muletas, saltó el travesaño de su casa, todas sus vecinas que esperaban su salida en el quicio de sus puertas, rompieron a aplaudir.
Pronto se encontró Luciano rodeado de sus vecinas, que lo besaban, lo acariciaban, lo animaban, le decían qué guapo vas, vas hecho un pincel, qué derecho vas con tus muletas, da gusto verte andar, qué bien lo haces. Poco a poco se fue aflojando el corro, y las vecinas abrieron el camino para que Luciano y su madre pudieran llegar a la escuela.
Mientras se iban acercando a la escuela, se cruzaban con gente que le preguntaba ¿Dónde vas Luciano? Su madre contestaba siempre: va a la escuela, siempre ha pensado mucho en este día. Le hace mucha ilusión aprender y en eso tengo yo más ilusión que él. Eso ha sido lo que más me ha entristecido en la vida, no saber, no haber podido aprender. Se encontraban con otros chicos que iban también a la escuela, que lo miraban con extrañeza, tal vez pensando que probablemente fuese a la escuela, ya que el verlo, con su cartapacio colgado en la espalda, les daba a entender que este muchacho iba a ser un compañero más con el que iban a compartir la clase.
Poco a poco se iban acercando, la escuela no estaban largo de su casa, te va a coger muy cerca de casa, le dijo su madre al tiempo que dejaba la calle de Don Juan Fernández De La Cerda y entraba en la calle Medio. Estamos ya muy cerca, nos quedan unos pasos, apenas crucemos esta calle, y entremos el primer callejón que hay a la derecha, que es la calle de Fray Rafael Prado, a la derecha está la escuela, ya entrados en la calle del Granado ¿Quién era ese Señor? preguntó Luciano a su madre refiriéndose a fray Rafael. Era un fraile aldeano, pertenecía a una de las más influyentes familias del pueblo, era liberal y progresista; fue denunciado por la familia más conservadora que había entonces en el pueblo, los Pedraza, y como la Iglesia era más conservadora que los Pedraza, lo desterraron a Bétera, donde murió. A su muerte el pueblo le dedicó esta calle. Como no había podido andar hasta ahora, Luciano apenas conocía el pueblo y por eso había venido durante todo el camino interesándose por todo, por los nombres de las calles, por quién vivía dentro de sus casas, por quién era la gente con quien se cruzaban. Para Luciano todo era nuevo, al llegar al callejón de Fray Rafael, ya no vieron chicos . Deben haber entrado ya, comentó su madre ¿Vamos a llegar tarde? preguntó Luciano. Espero que no, son las nueve, lo que pasa es que Don Eusebio nunca llega tarde. Al llegar a la calle del Granado, pasaban los últimos chicos de la fila. Esperaron un poco hasta que callaron los chicos y todo quedó en silencio. Pidieron permiso para entrar y enseguida oyeron decir a Don Eusebio: adelante. Con timidez y pidiendo disculpas abrieron la puerta. Pasad, pasad, no os quedéis ahí; este es tu hijo Luciano del que hemos hablado en otras ocasiones, y como antes me habías dicho ya puede venir a la escuela por sus propios medios.
Hizo don Eusebio una señal a los chicos, que permanecían en pie, para que se sentaran, al tiempo que se lo ordenaba con la voz. Los alumnos obedecieron la voz del maestro sentándose en los pupitres y permaneciendo en silencio. Dime Carmen ¿Cómo viene Luciano ¿Se cansó en el camino? No Señor, ha llegado bien, como estos días ha estado andando mucho por casa, y como tantas ganas tenía de venir, ha llegado bien y contento, no se ha cansado nada.
Muy bien contestó Don Eusebio, y dirigiéndose a los alumnos, que permanecían en silencio les dijo: Escuchad hoy vamos a recibir en la escuela a un nuevo alumno que llega un poco tarde, y esto es así, porque su salud no le ha permitido llegar antes. Lleva años atacado por una grave enfermedad, por eso no ha podido venir hasta hoy. Y viene apoyándose en sus muletas, con las que tendrá que caminar a lo largo de su vida, ya que sus piernas no le van a obedecer nunca. Nunca se podrá apoyar en ellas, no obstante cuenta con algo que le tiene que servir para suplir estas carencias, su gran voluntad, su inteligencia, y con la incondicional ayuda, que todos nosotros le vamos a prestar. Con esto alcanzará el saber necesario para dar a la sociedad con su trabajo los beneficios necesarios para que ésta le devuelva las compensaciones para mantener una vida digna.
Volvió Carmen a su casa emocionada por el recibimiento que a su hijo le habían hecho en la escuela; las palabras del maestro la habían emocionado hasta el punto de no haber podido contener las lágrimas . Las manifestaciones de cariño que los chicos le habían dado a su hijo, le hacían sentir en aquellos momentos vergüenza por haber tenido miedo a que los chicos de la escuela se burlaran de él.
En aquellos momentos se sentía agradecida y emocionada por la forma en que a su hijo lo habían recibido. Cuantas horas había dedicado a pensar lo que su hijo tendría que hacer para sobrevivir el día que sus padres faltaran, y cuantas horas tristes le venían a su mente, le llegaba la idea del tiempo que pasa, lo fácil que la muerte llega, y el desamparo en que su hijo quedaría cuando ellos murieran.
Se dio cuenta Carmen que llevaba mucho tiempo pensando en esto, que le faltaban muchas cosas que hacer en su casa. A su hijo lo tendría que recoger a la una en la escuela, y empezó a hacer lo que todavía le quedaba. Dejó aparcadas un poco sus cavilaciones, mientras arreglaba la casa y preparaba la comida.
A Luciano Don Eusebio, después de hacer unos cambios, le asignó un pupitre, que estaba cerca de su mesa diciéndole: ven y siéntate aquí con Jorge en este pupitre, cerca de mi mesa, para que Jorge y yo podamos ayudarte a resolver tus dudas y para que pronto recuperes el tiempo que tu enfermedad te ha quitado. Cuando algo no sepas, no te pares ni trates de fijarte en otro. Pregúntalo, así lo aprenderás antes y mejor, lo que no sepas me lo preguntas. Estoy aquí para enseñarte, esto es algo que no tienes que olvidar, nunca tengas miedo, nuestro trabajo se complementa, nos necesitamos el uno al otro. Tú vienes aquí para aprender y yo estoy aquí para enseñarte. Nunca te acerques a mí con miedo, necesito verte llegar confiado, confía en mí y así nos entenderemos mejor.
Llegó Carmen a la puerta de la escuela, minutos antes del medio día. Iba a esperar a su hijo después de su primera jornada de clase, iba preocupada e inquieta, muy pronto empezarían a salir los chicos de su clase. Empezó a inquietarla que hubieran salido ya muchos y su hijo no hubiera salido todavía. Puede que yo no lo haya visto de salir pensó. Al final lo vio salir con Jorge su compañero de pupitre, hijo de una de sus vecinas, que se había quedado con él hasta el final, para que en el tumulto que se forma a la salida no lo atropellaran. Saludó Luciano con la cabeza a su madre, al verla en la acera de enfrente y junto con Jorge se acercaron a ella. Abrazó Carmen a su hijo, besó a Jorge y continuaron hablando los tres mientras se dirigían a sus casas. Iban los chicos contándole a Carmen cómo se había desarrollado su trabajo en la escuela durante la mañana, los amigos que se habían acercado a conocer a Luciano durante el recreo, cómo todos los chicos querían ser sus amigos y se acercaban a él tratando de darse a conocer.
Al llegar a casa de Jorge, que vivía dos casas antes de llegar a la casa de Luciano se despidieron los chicos, diciéndole a Carmen, que por la tarde se iban a ir solos a la escuela, y que en lo sucesivo así lo harían para dejarla más libre y así pudiera hacer sus ocupaciones. Trató Carmen en principio de oponerse a lo que los chicos le decían, pero al ver a su hijo tan decidido y tan convincente en sus explicaciones, no tuvo más remedio que aceptarlas y dar por bueno lo que los chicos decían.
Solos volvieron Jorge y Luciano a la escuela por la tarde. Cuántas incógnitas que tenía antes de llegar a la escuela vio solucionadas aquella mañana. Estas le habían inquietado mucho desde que supo que su madre había hablado con Don Eusebio y que cuando aprendiese a andar con las muletas lo iba a llevar a la escuela. Tenía que aprender. Y si que había aprendido cosas en su primer día de clase. Había aprendido lo que esta palabra significaba, lo que significaba la amistad, para qué servían las letras y para qué los números y aunque todavía no conocía a todas las letras ni a todos los números, ya sabía que su conocimiento le iba a ser de gran utilidad y que tendría que dedicarle mucho tiempo en la escuela para aprender su funcionamiento. Y aparte de esto, Don Eusebio también les había hablado de los astros, de la amistad, de Don quijote y de Sancho Panza.
A la tarde, una vez que salieron de la escuela, fueron muchos los chicos que en unión de Jorge se acercaron con Luciano hasta su casa. Todos querían hablar con él, todos querían ser sus amigos. Lo acompañaron y durante un buen rato permanecieron a su lado, ofreciéndole su amistad y su compañía. Vio Luciano venir a su padre, y al llegar éste donde ellos estaban, saludó a los chicos dándoles las buenas tardes, al tiempo que se apeaba del burro. Dieron los chicos respuesta al padre de Luciano repitiendo las mismas palabras con las que éste los había saludado y al mismo tiempo se presentaron a él diciéndole: somos los amigos de Luciano.
Se despidieron de Luciano sus amigos diciéndole: mañana nos vemos que tenemos que hablar contigo de muchas cosas, dijeron. Abrió Luciano la puerta de su casa y se dirigió a la cocina donde estaban sus padres esperando su llegada. Al verlo se abrazaron a él, y con lágrimas en los ojos lo besaron una y otra vez. Y este día fue el día más feliz que hasta entonces había tenido la familia.
Al día siguiente, volvió Luciano a la escuela con su vecino y amigo Jorge, llegaron un poco antes de la hora de entrada. Ya había otros chicos esperando en el callejón de fray Rafael. Se alegraron al verlo y se acercaron a ellos. Todavía quedaba un rato para abrir la escuela, otros chicos se fueron acercando poco a poco, a donde éstos estaban. Iniciaron la conversación, preguntándole por lo que le había parecido a sus padres, el que hubieran ido con él hasta su casa después de la escuela. A mis padres les ha gustado mucho todo lo que habéis hecho conmigo y me han dicho que os dé las gracias en su nombre, los ha emocionado vuestro comportamiento, es algo que no olvidarán nunca. Así que, en nombre de mis padres, y en el mío os doy las gracias y os digo, que seré vuestro amigo durante toda la vida. Dice mi madre que las mejores amistades, y las que más tiempo duran son las que se inician en la escuela. Duran toda la vida, me decía anoche, mientras las lagrimas le caían al decirlo.