Fuente de mi pueblo
de aguas siempre limpias,
¡qué sola has quedado,
qué triste tu vida!
Recuerdo como antes,
cuando el sol salía,
se oían los carros
cargados de mieses,
que hacia aquí venían.
Las claras mañanas,
los atardeceres
y hacia el mediodía,
todas las yuntas
que hacían la trilla,
con los trilladores,
en ellas montados
al agua venían.
Todos los caminos
que aquí convergían
eran más alegres
que la misma vida.
Y en todos los árboles
formaban los pájaros
gran algarabía.
Las tapias tan blancas,
las aguas tan limpias,…
Todo lo que cerca
de aquí se movía,
estaba contento,
el agua era vida.
Y todas las tardes,
y todos los días,
a llenar los cántaros,
contentas, alegres,
las mozas venían.
Bajaban en grupos,
en grupos subían.
Luego con los mozos,
en calles y esquinas
cambiaban saludos,
miradas,
o alguna sonrisa.
Cambiaron los tiempos
y cambió la vida.
Las mozas que antes
por agua venían,
hoy ya son mujeres
viejas y enlutadas
de carnes marchitas.
Ya no vienen carros,
ni mulas, ni chicas.
Ni se oye la yegua
llamar a la cría.
Ya no se oyen voces,
ni cantos, ni risas,
ni se ven los mozos
junto a las esquinas.
Los árboles viejos,
sus ramas marchitas.
El Pilar sin agua,
sus tapias caídas.
Todo está desierto.
Todo está sin vida.