XI. Milagro de San Antón

Cuando salieron al camino de la Cueva del Alguacil continuó Jacinta contándole la llegada de Plácido a su casa, cómo lo había recibido su familia después de haber estando durante muchas horas pensando que lo habían matado los lobos, y de cómo, Pespuntes, un sastre muy devoto que había en el pueblo, más aficionado a los rezos que a las costuras, cuando se enteró de que Plácido había aparecido, sano y salvo, sin traer siquiera un rasguño, apareció por la casa con la intención de que se rezaran tres partes de rosario a San Antón, por haber intervenido ante el Padre Celestial, para que este lo autorizara a salir de los cielos y se pudiera ir a los callejones del Cerro de la Plaza, para tener cuidado de que los lobos, no mataran a Plácido.

En casa de Plácido hubo dos posturas encontradas, la del padre y la de la madre. El padre le dijo al devoto sastre que había otras muchas posturas, que hubiera podido tomar el Padre Celestial, para que a Plácido no se lo hubieran comido los lobos, entre ellas, que a Plácido no se hubiera ocurrido ir a la piedra aquella tarde, que su madre no lo hubiera dejado ir. Que a los lobos no los hubiera creado. Que ya que los había creado, los hubiera hecho vegetarianos. Y de esa forma a ningún lobo se le hubiera ocurrido comérselo. Y como según dice la Santa Madre Iglesia, Dios lo sabe todo y conoce el presente, el pasado y el futuro, actuando de esta forma, hubiera reducido riesgos, evitándole al pobre San Antón varias cosas: la salida del cielo a horas intempestivas de la noche, la bajada del cielo en caída libre hasta la tierra, el riesgo que supuso para San Antón caer en un sitio tan escarpado y con tantos peñones, el riesgo que también suponía para San Antón el que se lo comieran los lobos, al estar solamente protegido por una triste y simple vara. Y una vez que los lobos se hubieran comido a San Antón ¿Qué le hubiera pasado a Plácido, entre tantos lobos, con la fama que tienen los lobos?

La madre de Plácido no es que pensara de forma distinta a como su marido pensaba, mientras su marido explicaba al devoto sastre la forma distinta que él tenía de ver las cosas, ella estaba detrás, y sonreía al ver la cara de disgusto, extrañeza, e incluso miedo, que el sastre ponía ante los argumentos que su marido le estaba exponiendo. Desde la cocina llamó Plácido a su madre, y unos minutos después, salió Plácido, diciéndole a su padre que pasara, lo llamaba su madre. Dejó este a Pespuntes con la palabra en la boca y fue en dirección a donde su mujer lo estaba esperando. Al entrar, le dijo su mujer. Mira aquí va a pasar como en los toros, va a haber división de opiniones, nosotros no debemos entrar en discusiones estériles, poniéndonos a favor de unos o de otros. Ya pasó aquí, hace muchos años, que en la discusión mantenida por dos jornaleros sobre el dinero que dos labradores tenían se mataron en un bar de la plaza. Yo pienso lo que tú piensas, aquí no ha habido milagro, ha habido suerte y buena voluntad de los hombres que han salido a buscarlo. Los lobos no han llegado donde el estaba, porque no había lobos, o porque los lobos se han ido al oír las voces de los hombres que durante toda la noche se han oído en esas sierras. Eso me ha hecho a mí mantener la esperanza durante toda la noche, dijo el marido a su mujer. Los lobos son muy inteligentes, y esas voces que no han dejado de oírse durante toda la noche las han interpretado ellos como las voces que dan los cazadores, en las batidas que les hacen. Si esos hombres que lo han buscado durante toda la noche, dando voces y pasando frío, se hubieran quedado en sus casas, Plácido estaría muerto.

Nosotros no podemos ni estar en un lado, ni en otro. Esta noche todos los hombres han estado en la sierra, y en el pueblo nadie ha dormido. Si creemos o no en el milagro que apunta Pespuntes como seguro, o si como tu dices, Dios es como la iglesia dice que es, tenía un montón de formas más fáciles y adecuadas, para evitar que a Plácido se lo hubieran comido anoche los lobos. Será mejor que lo dejemos que rece, o que vaya por ahí recomendándolo. Si quiere ir a rezar a la iglesia, que vaya y allí se enfrente con el cura, el cura tampoco creé en el milagro.

Lo que no alcanzo a comprender, dijo el padre de Plácido a su esposa, me sabe a mentira, no lo puedo aceptar, no lo puedo dar por bueno. Ni siquiera soy capaz de permanecer callado ante alguien que trata de meter en mi cerebro una majadería, no puedo callarme, necesito manifestar lo que siento. No me gustan los sermones. No he nacido para que me cuenten cuentos. Necesito expresar libremente mis pensamientos y contrastarlos con el que piensa de forma diferente, y mucho más cuando la persona objeto de controversia es hijo mío. No puedo pensar desde una determinada creencia, necesito pensar con la razón. Tu forma de actuar es distinta a la mía; ¿por qué no vas a expresar con claridad lo que sientes, y por qué no vas a defender tus razones ante alguien que sus pensamientos chocan frontalmente con los tuyos? Si tu hijo ha aparecido vivo esta mañana ha sido por que las voces de los hombres que lo han estado buscando no han dejado de oírse durante toda la noche en la sierra y esto ha hecho que los lobos se alejaran de donde oían las voces, y ni tú ni yo tenemos que pensar como Pespuntes piensa.

Sí, pero entre los que piensan como Pespuntes y los que piensan como pensamos nosotros, hay una confrontación, y no me gustaría estar en contra de nadie. Entre los que buscaban a nuestro hijo, habrá gente que piense como Pespuntes y gente que piense como nosotros, y nosotros no podemos estar con unos ni con otros. Nosotros debemos estar agradecidos a todos.

Estamos agradecidos a todos, pero eso no quiere decir que pensemos como los dos grupos que se pueden formar. Si pensamos como unos piensan, no podemos pensar como piensan los otros, otra cosa es que en los enfrentamientos cojamos partido por unos o por otros. Tenemos que decir cuál es nuestro pensamiento ante cualquiera que nos pregunte, y debemos contestar lo que sentimos, y al mismo tiempo debemos dar las razones que nos mueven a pensar así. Lo que no podemos hacer de ninguna manera, es decirle a todas las personas con quien hablemos es decirle que tú piensas como ellos. Para mi eso sería aceptar mi desprestigio personal, y eso no lo voy a hacer nunca, y creo que tampoco tú deberías hacerlo. Vamos a dejar que cada uno piense como quiera y que lo mismo que ellos hacen podemos hacer nosotros. Las mujeres siempre sois mas condescendientes, procuráis siempre evitar expresaros con claridad, en una palabra defender la verdad, vuestra verdad, vuestras razones. Y eso es algo que nunca se debe hacer.

Tú expresas tu punto de vista desde donde tú estás, eres un hombre, y vuestras razones siempre suelen ser escuchadas y valoradas. Yo soy una mujer y a nosotras siempre se nos oye menos, se nos valora menos, estamos acostumbradas a tener que ceder siempre, tenemos menos fuerza. Tenemos que acostumbrarnos a ceder, y eso es lo que hacemos. En las confrontaciones siempre llevamos las de perder.

Las ideas siempre hay que defenderlas con fuerza, con toda la fuerza que uno tenga y esta fuerza siempre tiene que estar basada en los argumentos de que dispongamos y nuestros argumentos siempre deben ser los únicos elementos a utilizar en cualquier discusión en la que intervengamos. La fuerza física dejémosla para las peleas, para las guerras. Ni siquiera debemos utilizar la voz como elemento de confrontación. Debemos exponer nuestros argumentos despacio, que apenas se nos oiga, que nuestra voz no amedrente a nadie, que sean nuestros argumentos los que convenzan.

¿Sabes una cosa, Joaquín? Que llevas parte de la razón en tus palabras. Tus palabras son más valientes que las mías, pero no vamos a estar siempre discutiendo con quien no piense como nosotros, y más ahora, que este tema del milagro va a ser para nosotros tema obligado de conversación con cualquier persona que a nosotros se acerque. Si se acerca alguien a mí y empieza a hablarme del milagro, lo voy a escuchar, pero no le voy a rebatir sus argumentos, ni me voy a solidarizar con lo que piensa esa persona. Que cada uno piense como quiera y con su pan se lo coma. Lo que no voy a hacer es tratar de convencer a nadie de su error, no me voy a hacer misionera de ninguna de las dos causas posibles que en este dilema pueden darse, que sus dudas procuren resolverlas por otros medios. Sé que no ha sido ningún milagro, para mí los milagros no existen, pero con nadie me siento obligada para intentar sacarlo de su error. Y a nadie me atrevería a darle un consejo relacionado con sus creencias, y por supuesto, tanpoco acepto que nadie trate de hacerme cambiar lo que creo por lo que otro cree, a no ser que me aporte razones suficientemente sólidas para hacerme ver que los argumentos que otro me aporta son más sólidos que los míos, dijo Celestina, la madre de Plácido a su marido.

Yo tampoco me voy a dedicar a hacer reflexionar a nadie sobre los milagros, no voy a intentar hacerle ver a nadie que está equivocado, tampoco yo quiero ser misionero, a nadie quiero convencer, y mucho menos en este posible milagro, donde nosotros más o menos estamos implicados. Pero a los rezos que organice Pespuntes, no voy a ir. Y en casa no va a organizar ningún rezo. Si quiere rezar, que vaya a la iglesia, que es la casa de los rezos y que se entienda con el cura. Para mí los que han salvado a nuestro hijo han sido los hombres que fueron a buscarlo.