Leñadores 14

Cuando Cipriano oyó hablar en la alcoba a las mujeres, se levantó rápido y se dirigió al corral, para echarle un pienso a Rucio. Tenía éste que llevar a dos mujeres a Almagro, y aunque éstas no fueran de mucho peso, las tenía que llevar a las dos juntas sobre sus espaldas, y no pensaba Cipriano, que se fueran a ir turnando ellas en el camino. Abrió la puerta del corral, y a la luz de la Luna vio a Rucio echado en el centro, en actitud pensante, rozando el suelo con la cabeza. Llevaba Cipriano el esportillo con la cebada en la mano, y al verlo Rucio dirigirse a la cuadra, debió de pensar que su almuerzo lo iba a tener en el pesebre en breves momentos. Se levantó con toda presteza y se encaminó a la cuadra, donde su amo le estaba echando el pienso en el pesebre.

 Al salir Cipriano al corral, miró al cielo, donde todavía vio parpadear a las estrellas con una luz más clara que cuando se fue a acostar, y se dijo: pronto va a ser de día, ya ha salido el Lucero. Se dirigió a la cocina donde su suegra estaba friendo algo, y al preguntarle por Rufina, le dijo: está en la alcoba haciendo la cama y recogiendo un poco, enseguida sale, yo estoy aquí calentando esta leche, para soparla y cuando la tomemos nos vamos. Mientras la leche se calienta, estoy aquí friendo este bacalao, que dejó ayer Rufina en agua para que perdiera un poco la sal, y con un real de mojama, y un melón de los de mi vecina, que le están saliendo muy buenos, ya tenemos la merienda. Con eso comemos en el camino devuelta.

 Salió Rufina de la alcoba diciendo: ya he dejado todo arreglado, pronto va a amanecer, me he asomado al patio por la ventana y se ven más claras las estrellas. ¿Qué le queda a usted que hacer por aquí, madre? Nada, he cocido la leche, la he puesto en esa fuente, le he echado las sopas de pan y el azúcar, estaba esperando que se enfriara un poco para llamaros, y ya estáis aquí. Cuando se enfríe un poco nos la tomamos. Saca tú, Cipriano el borrico y ve aparejándolo, que no nos detengamos mucho. En aparejarlo tardo poco, es que le he echado un pienso ahora mismo y se lo está comiendo. Cuando nos tomemos la leche, salgo, lo aparejo y enseguida salimos.

 Sacó Rufina la mesa pequeña, que estaba pegada al rincón que había entre la puerta de entrada a la cocina y la alacena, y la puso en el centro. Extendió sobre ella un pequeño mantel y puso la fuente con la leche. Animó a su madre y a su marido para acercarse a la mesa, diciéndoles, cuanto antes terminemos, antes salimos.

 Haciendo un esfuerzo terminaron la fuente de leche que la madre de Rufina había preparado. Salió Cipriano en busca de Rucio, que ya había terminado de comerse el pienso, mientras ellas se quedaron recogiendo la mesa y barriendo la cocina. Pronto estuvo Cipriano en la calle, con el burro aparejado, esperando a que ellas salieran. Todavía quedaban en el cielo algunas blanquecinas estrellas a las que la luz de la mañana aún no había terminado de ocultar.

 Peinadas y arregladas, salieron Rufina y su madre dispuestas a emprender el camino que los llevaría a Almagro. Trató Cipriano que subieran al burro, en la misma puerta de su casa, a lo que éstas se negaron, aduciendo Rufina que montarían una vez que salieran del pueblo, ya que siempre hay gente escudriñadora, escondida detrás de las persianas de sus ventanas, esperando a que se produzcan las primeras noticias que el nuevo día les traiga. Hay gente que se pasa toda la noche en la ventana de sus casas esperando enterarse de algo, aunque la noticia de la que se enteren, en nada les afecte, y nada tenga que ver con ellas. Pero la afición a informar y a ser informados forma parte de la idiosincrasia aldeana. Imagínate, dijo Rufina a su marido, que esta mañana en la puerta de casa, nos montamos en Rucio y salimos de casa tan campantes, como ahora vamos, pero montadas en el borrico y un perro que al abrirle su casa sale ladrando, se asusta y nos derriba. ¿Crees tú que a la que llevara esta noticia a la plaza, no le iba a compensar haber estado toda la noche, detrás de la persiana de su casa? Quedó Cipriano perplejo, ante los razonamientos que Rufina le hacía, sin saber qué contestarle. Cuando lleguemos al arroyo de la tejera, aprovechamos el puente y subimos allí, y aparte de ahorrarnos el porrazo que nos podíamos haber llevado, no tendríamos que servir de comentario de la gente. A nadie le gusta que comenten sus desgracias.

 Asintió Cipriano con la cabeza a los razonamientos que su mujer le había hecho, y aunque permaneció en silencio, no por eso dejó de admirar las oportunas palabras que su mujer le había dedicado. Llegaron al camino que las iba a llevar a Almagro, y al llegar al puente, metió Cipriano a Rucio dentro, como ya le había dejado indicado Rufina, lo arrimó lo más que pudo al borde, y desde el camino subieron ellas sin ninguna ayuda, mientras Cipriano puesto delante de Rucio, evitaba que éste se moviera, mientras ellas subían. Tiró Cipriano despacio del burro hasta dejarlo puesto en el camino y una vez conseguido esto sin ningún percance, le dio el ramal a su suegra poniéndose él detrás, y dejando  a Rucio ir delante y que fuera abriendo camino.

 Mientras todo esto iba sucediendo se iba aclarando la mañana, y al llegar al arroyo de la Cruz de Pata, el Sol empezaba a elevarse detrás de los cerros de Granátula, dando un tono rojizo a las nubecillas que tenía más cerca,  cruzaban las tórtolas sobre sus cabezas, mientras se dirigían a sus comederos. El Sol cada vez se veía más grande, y el frío de la mañana, poco a poco, empezaba a desaparecer.

 Casi sin darse cuenta llegaron al río Jabalón, lo cruzaron por el vado de Benavente. Con gran estrépito, una gran bandada de patos, se levantó de entre los carrizos y las eneas del río. Estaban entrando en término de Granátula y muy pronto iban a mediar el camino. Cipriano quiso dejar que Rucio marcara el camino, por eso le dio el ramal a su suegra, para seguir él detrás, y el animal  andaba mucho, iba pensando en agarrarse un poco a la albarda, pero qué iban a decir las mujeres, enseguida se iban a querer bajar para que él montara. Ya se habían querido bajar, antes de llegar al río, y no lo había querido aceptar, le daba vergüenza. Cómo iba a dejar él a su mujer y a su suegra que fueran andando, mientras él iba tan tranquilo encima del burro. Qué iba a pensar  cualquier persona con quien se encontrara.

 Guardaba Cipriano un buen recuerdo de todo lo que había aprendido en la escuela. Y allí había aprendido muchas cosas. Sólo había tenido un maestro, y lo que de él había aprendido no lo iba a olvidar nunca. Mientras, iba pensando en lo que de él podía pensar cualquier otra persona con quien se encontrara, viéndolo montado en el burro, mientras las dos mujeres iban andando. Vino a su mente el recuerdo de un libro de lectura, que ellos tenían en la escuela. Tenía el cuento que en este momento ocupaba a Cipriano más de cuatro mil años de existencia, y a través de anteriores traducciones a distintas lenguas, había llegado, casi seiscientos años antes, a la Escuela de Traductores de Toledo, a través de la lengua arábiga, donde había sido traducido al castellano por Don Juan Manuel, tío del Rey de Castilla, que había sido el fundador de esta escuela. El nombre del libro donde lo leí era “El Conde de Lucanor” y no se me va a olvidar nunca, pensó Cipriano.

 Continuó andando detrás de Rucio, sin atreverse siquiera a agarrarse al atarre de la albarda, pensaba que en la cuesta de la Al cornudilla, que Rucio la tenía que subir con las dos a cuestas, y no era razonable, ni siquiera decente, que él tratase de subir la cuesta agarrado también al animal. Mientras se iba acercando a Valenzuela, pueblo por el que tenía que pasar para ir a Almagro, siguió pensando en aquel cuento, que don Juan Manuel, tío del Rey de Castilla, escribiera o mandara escribir. Aquel libro, del que tan bien guardaba su nombre (El Conde de Lucanor), y que tan bien se había conservado a través de sus más de cuatro mil años de existencia.

 Recordaba Cipriano aquello, igual que si tuviera el libro delante de sus narices y lo estuviera leyendo ahora. Lo recordaba con la voz de Don Eusebio la primera vez que lo oyó en la escuela. Recordaba el interés con que los chicos de la escuela habían seguido su lectura, y la atención con que todos siguieron los comentarios que todos hicieron en aquella improvisada tertulia, de la que Don Eusebio había sido el moderador, y de la que gracias a él, tan bien guardaron aquellos alumnos las reflexiones que aquel cuento entrañaba.

 Iba Cipriano camino arriba, entretenido en los recuerdos que de la escuela guardaba, pensando en el paso del tiempo, en los caminos que aquel cuento habría seguido, para que a través de la lengua arábiga llegara a la Escuela de Traductores de Toledo, y que Don Juan Manuel, tío del Rey de Castilla, lo incluyera en “El Conde de Lucanor” libro que a la sazón estaba escribiendo. Y cómo desde la Escuela de Traductores de Toledo, adonde había llegado seisciientos años después y estaba en la escuela de su pueblo.

 Terminaron de subir la cuesta de la Al cornudilla, mientras Cipriano seguía pensando… En el padre que iba con su hijo, montados en un mulo, atento a las observaciones, que los que con ellos se cruzaban hacían. Y que al cruzarse con unos labradores, les oyeron decir mira, los dos montados y el mulo con los dos a cuestas. Bajose el padre del mulo, diciéndole a su hijo, sigue tú montado que no está bien que los dos vayamos montados. Siguieron camino adelante y al cruzarse con una familia, vieron cómo los miraban y una vez pasados, comentaban entre ellos: mira el hijo montado y el padre andando, habrase visto mayor desvergüenza. Viendo el padre lo que de ellos decía esta familia, le dijo a su hijo, vaya así tampoco vamos bien, baja tú, que voy a subir yo, a ver si de esta forma acertamos. Así lo hicieron y continuaron con su camino y al llegar a una cuadrilla de segadores, al verlos uno de ellos les dijo a los demás, mirad el padre montado y el muchacho andando, se levantaron los que continuaban segando y afearon la conducta del padre, que iba montado mientras el muchacho iba andando. Bajose el padre viendo que así tampoco iban bien, y tirando del macho continuaron andando. Se cruzaron con otros caminantes que una vez pasados, les oyeron decir: hace falta ser tontos para que llevando un mulo, gordo y lustroso, ir ellos andando y el mulo sin nada encima. Viendo el padre que así tampoco los dejaban tranquilos, le dijo a su hijo, vamos a seguir como a nosotros nos parezca, y que cada uno opine lo que a bien le venga.

 Había dejado de hacer frío, y pronto iba a empezar a hacer calor, bajando la cuesta, que desde la Al cornudilla hay hasta Valenzuela, había descansado Cipriano. Se sentía satisfecho de la forma que había actuado, dejando a las mujeres que llegaran a Valenzuela montadas en Rucio. Y montadas iban a llegar a Almagro. Apenas le quedaba media hora de camino y ya no las iba a dejar de bajarse para subir él. El camino podía darse por terminado. Cuando llegaran a Almagro, las visitas iban a ser sus ocupaciones.