El Grito XXIII

XXIII

No se atrevió Marcelo a abandonar el seminario aquel curso, tenía el proyecto de pensarlo mejor, pensaba que podría arrepentirse si dejaba los estudios ahora, y luego tenía que volver a cogerlos. En realidad no pasaba nada si durante un tiempo se tenía que vestir por la cabeza y más tarde optaba por dejarlos, mientras no se ordenara sacerdote los podría dejar sin que esto pudiera tener perjuicio alguno para él, encontraba el inconveniente de tener que vestirse de negro y con faldas, pero tampoco le importaba mucho. Recordaba a su tía Sofía cuando le hablaba de la elegancia de los hombres que iban siempre vestidos de negro y de cómo los sacerdotes iban siempre vestidos de negro, y al mismo tiempo pensaba que si al fin se decidía a ser sacerdote de Cristo para siempre, si llegaba a ordenarse pronto se acostumbraría a ir vestido de negro y con faldas como le decían sus amigos y sus mismos amigos empezarían a verlo con normalidad. Tenía que tomar una decisión y sin abandonar la idea de abandonar la vocación que con tanto interés le había recomendado su tía, pensaba a veces que en cualquier momento la podría abandonar, y que eran muchos los seminaristas que sentían dudas a la hora de ordenarse sacerdotes, y acababan buscando otra profesión que le permitiera casarse, vivir junto a una mujer y formar una familia. En realidad esto era lo que a él le hacía pensar en abandonar los hábitos, aunque a veces trataba de justificarse, diciendo que le preocupaba mucho la falta de religiosidad que observaba en sus padres que les hacía vivir al margen de la Iglesia. También pensaba que sus padres se podían salvar viviendo al margen de la Iglesia, ya que vivían dentro de las más estrictas normas de austeridad, eran honrados, y ayudaban a los necesitados en todo lo que podían, que era mucho, por eso eran tan conocidos y queridos tanto en Puente de los Desamparados como en Alameda de la Mancha.

Marcelo no era un hombre seguro como hemos podido ver a lo largo de este relato, a veces las decisiones que tomaba tardaba menos de veinticuatro horas en abandonarlas, aunque la decisión que abandonaba le hubiera costado meses en seguirla y darla por buena. Estaba otra vez en el seminario con sus ropones encima y ya le parecía que había tomado una decisión equivocada y que lo mejor que podía hacer era no volver al seminario después de las vacaciones de Navidad. Le diría a sus padres que no le gustaría volver al seminario, y que esperaba su apoyo y comprensión para llevar a cabo la decisión que ya había tomado después de largo tiempo de meditación. Se sentía cada vez más largo de las ideas de su tía, y más cerca de lo que en su casa había podido observar, y no quería pasarse el resto de su vida administrando sacramentos en los que él no iba a tener seguridad de que lo que estaba haciendo. ¿No iba a ser un engaño manifiesto a la persona que a él acudía para ponerla a bien con Dios?

Cuando decidió hacer lo que aquel momento estaba pensando se quedó tranquilo, pensaba que ya había resuelto todas sus dudas, solo tenía que andar por ese camino y que ese camino le iba a llevar a buen puerto. Pensaba también que lo mejor era irse a Madrid y matricularse en la Facultad de Derecho de la Universidad Central. Estudiaría la carrera se Derecho y pondría su bufete en Córdoba, la capital de la provincia donde pensaba que iban a estar ubicados sus bienes, ganados y tierras, ya que el control de sus acciones y obligaciones que pudiera tener desde donde mejor las podía llevar era desde su despacho. Pensaba tener una secretaria y un pasante que no solo le iban a ayudar a llevar los trabajos propios de un despacho de abogados, sino que también iban a llevar la contabilidad de su hacienda, cosa esta que si él lo hacía le iba a resultar pesado y aburrido, dado lo poco que a él le gustaba intervenir en las labores administrativas.

Después de tomar esta decisión empezó a sentirse más libre. Durante unos días empezó a sentir una gran admiración por sus padres, valoraba mucho la valentía que su padre había demostrado cuando decidió abandonar los estudios pensando que los frailes le querían presionar para que, ante los problemas que según ellos podría encontrar en la universidad, optara por no aceptar la proposición que uno de los frailes le había hecho de haber continuado como dominico en el seminario que tenían estos frailes en Córdoba. No quiso aceptar su padre la proposición que le hicieron los dominicos y al llegar a su casa le dijo este a sus abuelos la proposición que don Bartolomé le había hecho de quedarse en el seminario, al mismo tiempo que les decía que él nunca sería ni cura, ni fraile tampoco, para eso prefería quedarse en su casa. La vida religiosa no la iba a aceptar nunca. Aunque se hunda el mundo, no seré nunca ni cura, ni fraile, eso esta preparado para los mansos. Para los que tienen buenas tragaderas y son capaces de decir sí a todo lo que les proponen. Procuraré encauzar mi vida por otro camino donde no tenga que aguantar tanto como allí se aguanta. Su padre había sido un hombre valiente, un hombre de los que no se doblegan, y yo voy a seguir su ejemplo, voy a ser un hombre de los que no se doblegan.

Cuando Ramón Santillana estuvo comentando con su esposa en el silencio profundo de la alcoba la conversación que ambos habían mantenido con su hijo aquella tarde, viendo en ella la ilusión que le embargaba por la decisión que su hijo había tomado de abandonar la carrera sacerdotal, le dijo este a su esposa: Comprendo lo que esta decisión supone para ti, a mi me pasa lo mismo, pero no lancemos las campanas el vuelo, quedan tres meses para que llegue Navidad, y ya sabes lo inestable que es tu hijo. Ojalá no tenga un sueño con tu hermana, o que cualquiera de los profesores del seminario le haga reflexionar sobre su ya tomada decisión de abandonar el sacerdocio y esto le haga volver a sus arraigadas creencias, que nosotros ahora estamos dando por descartadas. No hables ahora de eso, que las escopetas las carga el diablo, y de todo hay en la viña del Señor. Vamos a seguir nosotros pensando como ahora, y si un día tenemos que llorar entonces lloraremos. ¿Por qué vamos nosotros a amargarnos la vida ahora? Vamos a dejar pasar el tiempo y al mismo tiempo no tenemos que pensar en lo peor, tenemos que tratar de alegrarnos cuando la vida nos ofrezca un halo de esperanza, no me gustaría pensar que esto va a ser un espejismo y que lo que esta noche estamos pensando, se va a disolver como azucarillo en el agua. La vida sigue, y las sombras pasan, dijo un poeta. Vamos a disfrutar de esta felicidad que nuestro hijo nos ha dado esta tarde, y si, como hemos dicho antes, más tarde tenemos que llorar, entonces lloraremos.

Quedó Ramón impresionado por las palabras con la que Amparo le había expresado lo que sentía y quería, besó a su mujer y le dijo: Cuánta felicidad te debo. Para mi eres todo. Cuando a la mañana siguiente los primeros rayos de sol entraban por las rendijas de la persiana, permanecían Amparo y su marido con los brazos entrelazados.

Marcelo Santillana, después de los días de feria de su pueblo en los que aparte de no haber asistido a los oficios y las procesiones, había asistido en varias ocasiones al baile, había tomado cerveza e incluso había tomado algunas copas de vino, estaba eufórico. La actitud de Marcelo llamó mucho la atención de sus vecinos. Marcelo Santillana, que aspiraba a ser canónigo de la Santa Iglesia Catedral de su provincia, se hubiera mostrado en aquellas ferias de una forma distinta a como antes lo habían conocido. Lo habían visto hablar con las chicas, y muy ilusionado mientras con ellas hablaba. Se daba por hecho en el pueblo que Marcelo ya había decidido, no tener que vestirse por la cabeza. Era considerado entre las muchachas de su edad como un gran partido, pertenecía Marcelo a una familia muy rica y de un gran prestigio entre los habitantes de Alameda de la Mancha y entre los de Puente de los Desamparados, donde Marcelo y su hermana Josefina tendrían un día que repartirse los capitales más grandes que en ambos pueblos había y esto se valoraba mucho en los pueblos de Andalucía, y en los de la Mancha.

Cayó muy bien entre las chicas de Alameda de la Mancha que Marcelo Santillana saliera a los bares, fuese al baile y empezara a hablar con ellas. Nunca lo habían visto en esta actitud. Parecía haber despertado de su letargo de seminarista. Todas pensaban que para Marcelo el seminario era agua pasada, y que la sotana no llegaría a ser en él su indumentaria habitual. Entre los jóvenes e incluso entre los mayores esta fue la noticia más comentada que trajo la feria. Marcelo Santillana había colgado los hábitos. A nadie había dicho Marcelo que había dejado el seminario. Cuando alguien le preguntaba, o le insinuaba esta pregunta, su respuesta era una sonrisa que lo mismo se podía tomar como una afirmación que como un puede-ser o como una negación a medias, aunque todos la tomaban como una respuesta afirmativa que siempre iba acompañada de una felicitación por la decisión tomada, que Marcelo agradecía.

Pronto empezaron a ir llegando a su casa, a sus padres y familiares más cercanos las felicitaciones por la decisión que Marcelo había tomado, con el encargo de que esta felicitación se la trasmitieran a Marcelo en su nombre. Los padres contestaban siempre diciendo que si llegaba a materializarse esta decisión, para ellos no iba a ser un disgusto, aunque ellos no habían influido en él, ni para que se hiciera sacerdote, ni para que abandonara el seminario ahora, pero que respetaban la decisión que en uno u otro sentido pudiera tomar. Pensaban los padres que los que a ellos se acercaban para felicitarlos por la decisión que había tomado su hijo, la hubiera tomado por consejo de sus padres, y querían mantenerse al margen, pensando que la decisión que Marcelo había tomado pudiera no ser definitiva.