España quedaba divida en dos según el punto de vista de quien la mirara. Si se miraba desde el lado golpista la verdadera España era la España de Franco, de los Reyes Católicos, de Carlos V, del Imperio, la España rezadora, los buenos. La otra España era la antiespaña, la España que formaban los republicanos, los comunistas, los librepensadores, los ateos, los rojos en una palabra. Para los republicanos la verdadera España era la España de la República, cuyo gobierno había sido elegido por el pueblo, formado por todas las organizaciones políticas representadas en el parlamento de la nación, con arreglo a la cuota de participación que cada una había obtenido en las últimas elecciones generales. La otra España era la España golpista dirigida por los militares africanistas traidores a la patria, que las armas que esta le había dado para defenderla, las volvieron contra ella para imponer con el apoyo de las organizaciones fascistas, la iglesia católica, el gran capital, los terratenientes y los caciques un estado de terror que les permitiera gobernar con arreglo a sus ideas y a sus bastarlos intereses.
La España republicana que trataba de defender los intereses de los españoles con un gobierno elegido por el pueblo con arreglo a las ideas expresadas por sus habitantes, dentro de una constitución, que previamente había sido elaborada por unas cortes constituyentes y aceptada por la mayoría mediante un referéndum, tenía la obligación de defender el derecho de los españoles a ser gobernados con arreglo a su constitución y por los gobiernos que libremente eligieran en elecciones periódicas y libres, dentro de su ordenamiento jurídico, que a la vez tenía que estar sometido a los contenidos expresados en su constitución como principios generales de obligado cumplimiento.
Apoyaban la constitución en general, los demócratas, las clases trabajadoras, los docentes, los funcionarios en general, los laicos, y todos los intelectuales cuyo pensamiento estuviera sometido al más elemental comportamiento ético. No podían pensar de la misma forma los que en sus vidas aceptaban un marco de convivencia que los que no lo aceptaban, los que trabajaban, que los que aspiraban a vivir del trabajo de los demás, los que consideraban que el respeto era algo que pertenece a todos y que a todos se le debe dar y a todos se le debe exigir, que los que piensan que solo los poderosos merecen respeto.
A veces pienso al ver personas que, por ajenas circunstancias cambia su vida, y esto le hace encontrarse mejor, valorarse más, cambiar su forma de ser, su forma de pensar. Este dato es un hecho que se repite una y otra vez en innumerables ocasiones. Mirando hacia atrás, si es verdad, que se encuentran casos como estos, pero hay otros muchos casos en los que el comportamiento humano es completamente diferente, y son muchas más las personas que a lo largo de la vida, a través de la formación, de la convivencia mejoran su comportamiento, se hacen más respetuosos con el prójimo, en pocas palabras, se hacen mejores.
Desde la llegada de la República, las ideas opuestas daban lugar a enfrentamientos diarios en el parlamento, en la prensa, en las tertulias, en el trabajo, en la calle, media España había estado callada siempre, atenazada por el miedo, nunca se atrevía a responder a las provocaciones, que con tanta frecuencia se hacían desde las ideas de los más poderosos a los que tenían menos fuerza, a los que podían menos. La voz de la caverna era siempre más fuerte y hacía que los más débiles callaran. La llegada de la República le dio derechos a las clases trabajadoras, voz a los más débiles. La caverna moderó sus rugidos, temía a la mayoría, tenía que dejar que hablaran los que no habían hablado nunca, algo habían mejorado los más débiles y algo más esperaban mejorar.
Con frecuencia iban los sindicalistas dando mítines por las plazas de los pueblos, mostrando a los trabajadores lo que con arreglo a derecho les correspondía. Y muchas veces también los propietarios de las empresas, los propietarios de la tierra con sus secuaces, provistos de cencerros y garrotas trataban de impedir que los trabajadores pudieran oírlos los mítines donde le iban a informar lo que con arreglo a la ley les correspondía. Hecho este que con mucha frecuencia lograban.
En las elecciones del año treinta y tres perdió la mayoría parlamentaria el Frente Popular, logró formar gobierno el partido Radical que fue la lista más votada. Alejandro Lerroux apoyado por la Ceda y otros partidos de derechas, Acción Española, partido este muy ligado a la iglesia, Falange Española y otros hizo que lo que se había logrado durante el bienio anterior empezara a desmoronarse a marchas forzadas. Desde el ministerio de Gobernación los terratenientes tuvieron los apoyos necesarios para que los logros obtenidos por los trabajadores y especialmente por los trabajadores de la tierra fueran perdiendo, no solo lo que habían logrado con el gobierno anterior, sino el derecho a la protección de sus bienes y de sus vidas, cosa esta que no se cumplía.
Los trabajadores de la tierra en las regiones de grandes latifundios eran atacados por los lacayos de muchos terratenientes, sus guardas apaleaban a los trabajadores, que rebuscando, tratando de encontrar algo para comer, luchaban contra el hambre. Entraban en sus fincas donde eran apaleados y a veces ejecutados por los guardas, y lo mismo pasaba en los cuartelillos de la guardia civil. No se cumplían los convenios sindicales, al cumplir su vigencia, no se renovaban y perdían su vigencia. Hubo zonas de grandes latifundios, donde estando los jornales del campo en el último convenio sindical a cinco pesetas con veinte céntimos se pagaron los jornales a setenta y cinco céntimos de peseta, y la jornada de trabajo establecida en ocho horas, volvió a ser de sol a sol.
En Andalucía y Extremadura, zonas de grandes latifundios, la gente moría de hambre en las calles, o apaleada, incluso ejecutada en las fincas por sus guardas y se dieron casos en los cuartelillos de los pueblos donde hubo trabajadores que fueron apaleados hasta morir.
Estas cosas no pasaban en Alameda de la Mancha, allí no sobraban trabajadores, vivían los trabajadores y los propietarios con un nivel de vida igualado, esto no provocaba enfrentamientos. Sin embargo estas noticias llegaban al pueblo a través de la prensa y de los pocos aparatos de radio que había en el pueblo. Naturalmente estos hechos provocaban mucha inquietud en el pueblo en general y sobre todo en la clase trabajadora, que veía cómo se limitaban sus derechos y cómo se venían abajo todas las conquistas logradas durante los dos primeros años del gobierno de la República. En la Sociedad Obrera hubo que suscribirse a tres diarios más para que a sus socios pudieran leer aunque solo fuera durante un rato las noticias de sucesos y las crónicas parlamentarias, y a la hora de las noticias de las nueve de la noche, en el salón donde estaba la radio, no cabía un alfiler.
En Alameda no se sentían directamente afectados por lo que estaba pasando en España. Pero les afectaba lo que estaba pasando en otras regiones de España. Los trabajadores estaban pagando con sus vidas de la forma más ignominiosa el comportamiento más vil y soez de un gobierno de derechas que dejaba actuar a los ricos, a los terratenientes, a los caciques, a las grandes empresas y silenciaba las ejecuciones, los robos y las torturas que casi a diario se cometían en España. Y en el que muchas veces se encontraban implicados sus funcionarios, sus ministros, los cuartelillos de la guardia civil y las organizaciones políticas más criminales como Falange Española, que apoyaban al gobierno de la nación. Y esto se hacía en contra de las clases trabajadoras más desamparadas, más pobres y necesitadas que había en España.
En las tertulias de los bares, dentro de la Sociedad Obrera y hasta en el Casino de los Ricos era tema obligado en todas las tertulias hablar de los muertos que a diario venían reflejados en la prensa por torturas, por ejecuciones o por hambre. Esto hizo que en las elecciones del año treinta y seis, el Frente Popular ganara las elecciones de forma aplastante.
El dieciséis de febrero del treinta y seis fue un día de locura para la izquierda española, se ganaron ampliamente las elecciones. Había tratado la derecha española de imponer las mismas tácticas que utilizaron para ganar en el año treinta y tres, pero ya no le valió su anterior argucia. No les valió que el lobo se tapara su negra pata con la blanca harina de los púlpitos, ni de los confesionarios. Cuando en las anteriores elecciones del año treinta y tres los engañaron con promesas incumplidas y más tarde se dieron cuenta de que solo le habían dado calderilla y falsas promesas, vieron que aquellos tratos no podían repetirse, para muestra un botón, decían.
Hubo pucherazos en algunas zonas, algunas urnas se rompieron. Pero terminado el recuento, las elecciones habían sido ampliamente ganadas por el Frente Popular. Esta vez la gran derecha no había logrado imponer sus objetivos, habían perdido las elecciones de forma aplastante. Esto les hizo coger miedo y pensar que ya no iban a poder amedrentar más a los votantes, y no le quedaba otra opción que adelantar el golpe militar que estaban preparando. Se intensificaron los atentados por parte de las organizaciones derechistas. Falange Española creció de forma alarmante, al mismo tiempo que sus atentados también crecían de forma alarmante. Los atentados se sucedían un día sí y otro también, el gobierno del Frente Popular confiaba en que muchos militares iban a defender la República, como así fue. Luego pagarían con sus vidas su digna y honrada aptitud de defender a la patria en los campos de batalla y de morir ante los pelotones de fusilamiento que los militares traidores les prepararon.
El gobierno sabía que los golpistas seguían organizándose, pensaba tenerlos controlados y poder anularlos antes de que pudieran intervenir. Aunque los golpistas tuvieron importantes fallos en las fuerzas con las que contaban, no pensaba el gobierno, que aviones italianos y alemanes iban a pasar las tropas del ejército de África a España. Esto hizo que una vez ejecutado el general Balmes por Franco o alguno de los que con él viajaron y decir que se había suicidado, al negarse a unirse a los sublevados, pudieron estos desplazarse a España y entrar por el sur a tierra quemada por Andalucía y Extremadura. Que el general Mola en Navarra y el general Aranda en Castilla la Vieja regaran con la sangre de sus innumerables ejecuciones aquellas regiones.