El levantamiento del ejército de África sorprendió a muchos españoles, otros lo estaban esperando. Sorprendió a los demócratas que lo temían y no a los nazis y fascistas que lo esperaban. Las dos Españas que desde el año treinta y uno se iban distanciando de forma progresiva y alarmante, con la llegada de los golpistas sufrió un gran impulso, ya sabía cada uno dónde estaba, a qué bando pertenecía. Estábamos en guerra y todos sabían quiénes eran sus enemigos. Madrid quedó rodeada por los rebeldes, solo le quedaba abierta la salida a Valencia, el gobierno de España se trasladó a Valencia y los rebeldes establecieron su sede en Burgos. Así empezaba la guerra civil española del año treinta y seis. Que tanto odio despertó, en la que tanta sangre se derramó y de la que tan mal cicatrizaron las heridas.
En Alameda de la Mancha aunque no se mataron sus vecinos, sí hubo enfrentamientos, las noticias que llegaban de los frentes y del bando contrario servían para que se fueran abriendo heridas, y aunque no se hiciera ostentación de la militancia a la que cada uno pertenecía, todos sabían cómo pensaba el vecino. Esto hacía que en las miradas hubiera cierta tirantez al cruzarse personas que creyeran pertenecer a distintas ideologías. No se ejecutó a nadie en el pueblo, ni durante la guerra ni después de terminar, aunque terminada la guerra muchos de sus habitantes defensores de la República fueron a cárceles o a campos de concentración o de exterminio, que de las dos formas podían llamarse, y de donde muchos de ellos no volvieron. Por eso, la guerra, sirvió mucho más para enfrentar que para unir. La vida sigue y las sombras pasan, dijo Machado en unos de sus poemas, pero de los enfrentamientos, de las guerras, siempre quedan heridas que no cicatrizan nunca.
Los que ganaron la guerra se sintieron contentos con la victoria, a los que perdieron les tocó callar y olvidar y hay muchas cosas que no se olvidan nunca, aunque pase mucho tiempo. La sangre vertida no se olvida nunca, y las ejecuciones son imposible que se olviden. Por eso la vida en el pueblo nunca volvió a ser como antes era. Las denuncias sirvieron para separar. ¡La sangre vertida, cuánto separa!
En Alameda el levantamiento del ejército de África sacó a los republicanos a la calle, e hizo que se crearan grupos armados de apoyo a la República y que estos grupos estuvieran formados por personas jóvenes de familias de militancia izquierdista, muy preocupadas porque la República perdurara. Estos grupos de defensa lo formaban hombres y mujeres jóvenes, que patrullaban calles y carreteras tratando de descubrir cualquier movimiento sospechoso que pudieran observar, y que les pudiera llevar a descubrir apoyos que los golpistas pudieran tener.
Perteneciendo Luisa a una familia de izquierdas, militantes del Partido Socialista Obrero Español, ella fue la primera mujer en ofrecerse en el ayuntamiento de Alameda para integrarse en estos grupos de defensa. Llevaba Luisa viviendo pocos meses en el pueblo y fue muy bien acogida entre los votantes de izquierda la decisión que tuvo de defender la República con las armas. Esto hizo, que varias mujeres jóvenes más fueran a alistarse con Luisa a los grupos de defensa de la República, y siendo esta una chica esbelta, guapa, abierta, inteligente, librepensadora y brillante en la exposición de sus ideas, hizo que fuera elegida por sus compañeros y compañeras y por los miembros del consejo de defensa local jefa de estos departamentos. Fue muy bien acogida la decisión del Consejo de Defensa Local de nombrar a Luisa en este cargo. Entre los miembros de su familia también fue muy bien acogida esta noticia y sobre todo por sus tías Lucrecia y Jacinta.
La República fue atacada por unos y no defendida por otros, al mismo tiempo en muchos frentes, desde dentro y desde fuera de España, fuerzas extranjeras pasaron a España el ejército que tenía en África, y Franco enseguida tuvo el apoyo de los ejércitos nazis y fascistas. Adolfo Hitler y Benito Mussolini mandaron sus ejércitos para que aprendieran a matar, y como el ejército que sus aviones trajeron de África violar, torturar y ejecutar ya sabía, estaba acostumbrado a hacerlo, pronto empezaron las violaciones, las torturas y las ejecuciones sobre la población civil. Los ejércitos leales a la República se enfrentaron a los ejércitos traidores y la sangre empezó a regar a España. Se enfrentaron los españoles con sus dos ejércitos, el ejército republicano y el fascista, y se enfrentaron las dos retaguardias, la republicana y la fascista.
Republicanos y fascistas no utilizaron las mismas armas en el frente, ni en la retaguardia ni partieron de los mismos principios. Las premisas del que partían los africanistas cuando saltaron con su ejército a la península las traían bien aprendidas, nadie necesitó enseñarle lo que tenían que hacer. Lo que tenían que hacer lo habían practicado innumerables ocasiones sobre las tierras ocupadas de Marruecos y tenían la lección bien aprendida, lo sabían hacer. Prueba de ello fue la conquista que hicieron en Andalucía y Extremadura nada más llegar a la península. La conquista que hicieron en Navarra los sublevados al mando del general Mola que también había sido militar africanista, la que hicieron las tropas del general Aranda en Castilla-León, la distinguida costumbre que adquirieron en estas regiones las clases acomodadas y fascistas de levantarse temprano para ir a ver las ejecuciones y tomar chocolate con churros, una vez que el cura de turno confesara a los republicanos que aceptaran recibir los sacramentos, por si a bien tuviera Dios darles el cielo y pudieran gozar de su presencia durante toda la eternidad, aunque fuera desde el rincón de cualquier escalera, desde cualquier sótano o desde cualquier cámara o alacena que no tuviera otra misión que cumplir en el cielo. De esta forma se aprovecharían estos rincones, que toda casa grande tiene, y que cumplirían a la vez la no menos importante función de evitar que esa gente se juntara con ellos. De esta forma pensaba aquella gente y aquellos curas, que hacían gala de su caridad cristiana, asistiendo a las ejecuciones de los republicanos, viendo a sus curas impartir los sacramentos a los condenados a muerte, presenciando las descargas de los pelotones de ejecución, los tiros de gracia con que el oficial de turno remataba a los ajusticiados y comentando el espectáculo que acababan de presenciar con los amigos, tomando un chocolate con churros, para reponer fuerzas, en los puestecillos que previamente habían colocado desaprensivos comerciantes con el ánimo de hacer negocio con las ejecuciones que con frecuencia se hacían frente a las tapias de los cementerios, dentro de la llamada Zona Nacional.
La iglesia siempre se ha preocupado por sus ovejas descarriadas. Por todos los medios a su alcance ha tratado siempre de encontrar formulas piadosas para evitar que Dios mandara a sus feligreses al fuego eterno. Y para eso no ha reparado en medios, si echamos un vistazo a su labor evangelizadora, a su labor represora sobre sus ovejas descarriadas, a los organismos creados para reprimir a los desviados, como el Purgatorio y la Santa Inquisición, las penitencias de los confesonarios, las indulgencias, creadas con el único fin de servir de freno a los pecadores, para que al tener que efectuar un pago por saltarse a la torera el incumplimiento de algunas de sus leyes, no tuvieran que pagar en la otra vida, las culpas que por una simple limosna podían llevarlas resueltas desde la tierra, que siempre eran menores y de menos duración que las que Dios les impusiera. Porque si los dejábamos que se fueran con sus cuentas sin arreglar ante Dios ¿qué sabemos lo que pudiera pasar?
Dios era infinitamente bueno, pero a la vez era infinitamente justo, y de Dios no cabe esperar injusticias. A Dios le cuesta mucho mandar a sus ovejas descarriadas a los infiernos, pero al ser Dios inmensamente justo, no puede hacer gala de su benevolencia y sintiéndolo mucho, no le queda más remedio que mandarlos al infierno, para que ardan durante toda la eternidad.
Y lo mismo que las leyes de Dios son de justas, son las leyes que firma el Generalísimo, puesto que siendo el Generalísimo profundamente católico, las leyes que promulga están inspiradas en la ley de Dios, y llevan su firma. Prueba irrefutable de ello era la forma que la iglesia tenia de recibirlo, bien cuando se dignaba entrar en una de sus catedrales, o bien cuando se dignaba asistir a cualquiera de sus procesiones. Al Generalísimo la iglesia siempre lo recibe Bajo Palio, que es la forma que la iglesia tiene para recibir a las más altas jerarquías que la visitan. Siendo el Generalísimo la persona más distinguida y de más alto rango que se podía acercar a la iglesia española, mal haría esta si a su llegada no lo hiciera, sacando sus más ricos ropones y su más exquisito boato.
Franco es muy bueno, y solo ejecuta a las ovejas descarriadas a las que piensa que no van a mejorar, a las que piensa que no se van a arrepentir, y si se arrepienten van a tardar muy poco en volver a las andadas. Esta es la razón que le hace dictar las órdenes de ejecución que dicta. Cuando después de estudiar detenidamente una sentencia que previamente le ha presentado el tribunal militar correspondiente y dice que se cumpla, es porque con su gran sabiduría ha visto, que el reo tiene pocas o ninguna posibilidad de enmendarse, y dicta su sentencia ejecutoria para que se lleve a cabo con prontitud.
Por eso, cuando el reo llega al lugar donde está prevista su ejecución, se le acerca un coche a todo correr, dentro del cual va un sacerdote que le ofrece el sacramento de la confesión desde la ventanilla. Si el reo lo acepta, el sacerdote lo confiesa, le da la absolución y acto seguido es ejecutado. Actuando de esta forma el Caudillo nos muestra su clarividencia al ejecutarlo. Al reo no le da tiempo a volver a pecar y una vez muerto pasa ante la presencia de Dios, que en un juicio rápido, ya que el reo no lleva pecados que Dios le tenga que perdonar, Dios se fía de nosotros, y le abre las puertas del cielo. Una vez dentro, allí se queda para toda la eternidad, allí se queda sin que nadie se acuerde más de él. Algunas veces, como Franco es tan bueno, hay subordinados suyos que realizan las ejecuciones sin juicios previos, y no toman las debidas garantías para no equivocarse, esto hace que algunos reos vayan al Paredón de forma equivocada, y paguen justos por pecadores, bien porque el Generalísimo vaya un poco apurado de tiempo, y haya que ejecutar a algunos sin juicio o porque a los juzgados militares no les dé tiempo acelebrar tantos juicios como reos tienen que juzgar y ante el temor a que la acción de la justicia se atranque y algunos se puedan escapar, y que una vez sueltos puedan hacer fechorías por donde vayan, incluso matando a personas inocentes, se abrevia y se les ejecuta donde nadie los vea y allí mismo se entierran, o se los comen los lobos, pero esto sucede en contadas ocasiones, sin que esto suponga un porcentaje alto, sobre el total de ejecuciones. Cuando flojeen las sacas estos pequeños detalles se subsanaran, y serán menos los que se vayan al otro mundo sin juicio. Esto no quiere decir que no haya algunos a los que no se pueda llegar a tiempo, y se vayan al otro mundo sin que a los jueces militares les haya dado tiempo a comparecer ante ellos y dictaminar justicia. Aunque parezca que los ejecutados sin juicio son muchos, el tanto por ciento sobre el total de ejecuciones, no resulta tan grande.