Leñadores 20

Pronto estuvo servida la comida a la sombra del árbol centenario, delante de la fachada principal de la casa de los dueños. Esto es impresionante, comentó Cipriano, yo nunca pude soñar que iba a poder comer así, todavía no sé si estoy despierto, o estoy soñando, espero que no me despierte. A veces la realidad supera a los sueños, eso es lo que hoy me está pasando a mí. Cuando hace buen tiempo, nosotros comemos aquí casi todos los días, dijo Adela a Cipriano, así que mira lo que te pierdes, por no ser guarda de la Nava, si en vez de haber comprado a Rucio, te hubieras venido aquí de guarda, podías estar aquí comiendo todos los días, igual que lo estamos haciendo nosotros desde hace mucho tiempo.

Una vez que empezaron a comer, a Cipriano se le olvidó la casa, y los elogios fueron directamente a la comida. Nunca Cipriano había comido un pollo que estuviera como este decía, y mira que he comido yo veces pollo, pero nunca he comido un pollo así. No sé si el estar delante de un palacio como este sea lo que me hace pensar que este pollo sea el mejor que persona humana haya probado, y sea la casa que tanto me ha gustado, la que tanto me hace desvariar. Puede que así sea y hasta ahora no me haya percatado. Volveré a intentar encontrarme conmigo, para que estas cosas, no me vuelvan a pasar.

Tomó la palabra Salomé, y dirigiéndose a Cipriano le dijo: Mira, el hecho de que te hayan gustado los pollos, no quiere decir que hayas perdido la cabeza, ni que te hayas vuelto loco como tú dices. Yo tu cabeza, la veo donde la has llevado siempre, encima de los hombros. En cuanto a lo de estar loco, creo que para llevarte al manicomio no estás. Otra cosa sería que estuvieras dentro, y te fueran a dar de alta, ahí tendría yo mis dudas, y lo pensaría si yo fuera el que tuviera que decidir. Mira que comprar un burro, y ponerle por nombre Rucio, igual que Sancho Panza le puso al suyo, me haría pensar, si estabas para darte el alta, o dejarte allí una temporada más para ver si entrabas en razones.

Rieron todos las palabras de Salomé y defendieron a Cipriano, diciendo que ni estaba loco ni se iba a poner y que no era bueno hablar de estas cosas, porque las escopetas el diablo las descarga. Callaron todos después de que la defensa que hicieron los demás de la salud mental de Cipriano fuera aceptada por todos como inmejorable, y a continuación tomó la palabra Cipriano, para justificar las razones que le habían llevado a ponerle al burro que le había comprado en la feria de Almagro a la viuda del Pirata, Rucio. Decía Cipriano que era un nombre corto y bonito, y que además era un nombre ilustre por pertenecer a Sancho Panza, que a su vez era el escudero de Don Quijote de la Mancha, el caballero más ilustre y valiente de todos los que aparecen en todas las novelas de caballerías. Mientras estaban hablando de Rucio llegó Adela con un puchero de café, y a la voz de café para todos, fue repartiendo vasos de café a los asistentes, mientras su compañera dejaba un azucarero a rebosar sobre la mesa. Tomad café, dijo Adela, que el café ayuda mucho a prolongar las tertulias, y al mismo tiempo las hace más amenas. Tenemos toda la tarde por delante, podemos hablar largo y tendido, que nadie se va a acercar aquí para interrumpirnos. Durante un buen rato estuvieron hablando en animada conversación, hasta que pasadas las cinco, Cipriano, dirigiéndose a todos les dijo, sintiéndolo mucho me tengo que marchar, gracias por el recibimiento que me habéis hecho, gracias por la comida, y gracias por todo, no quiero seguir hablando, por si me paro y luego no pueda seguir. Quiero llegar a mi casa, para que no tengan que salir a buscarme con faroles, pensando que pueden haberme comido los lobos.

Se despidió Cipriano de todos, quedando con estos en que pronto lo iban a volver a ver montado sobre Rucio, dispuesto a cortar su primera carga de leña. Para Cipriano había sido un gran día. Había conocido gente nueva que lo habían invitado a comer y lo habían tratado a cuerpo de rey. Había conocido un campo que no había visto nunca. Le habían contado historias de lobos, que lo habían preocupado durante un buen rato, había visto la casa de la Nava, que aunque verdad era que había oído hablar de ella, nunca se había podido imaginar que estuviera donde estaba y que fuera tan hermosa como era. Nunca pensó que pudiera encontrarse un palacio así entre los cerros, ni siquiera había llegado a imaginarse que los palacios fueran como la casa de la Nava. Él no había hecho siquiera el servicio militar. Lo había librado su madre por ser viuda y no tener un hermano mayor, que con su trabajo pudiera sacar la casa adelante. Apenas él había salido del pueblo, había ido andando una noche a Calzada a ver la feria, y hasta que no tuvo que ir a la feria de Almagro para comprar a Rucio, no había vuelto a salir del pueblo. El mundo que conocía era muy limitado, y hasta hoy no había conocido el monte de su pueblo. Le había impresionado de una forma agradable, y trabajando allí, era donde pensaba sacar su casa adelante.

Cuando salió al llano dejaron de preocuparle los lobos, el sol iba ya buscando las sombras de los cerros, para pasar la noche, los gañanes recogían sus hatos y buscaban los caminos para llegar al pueblo, el trabajo había terminado, los animales iban arrastrando sus arados, mientras buscaban el pienso y el calor de la cuadra. Con la llegada a la casa de la Nava, se olvidó Cipriano de la carga de leña seca, que le había dicho a su mujer. Esto no le preocupaba mucho a Cipriano, volvía contento a su casa, como los animales a sus cuadras y los gañanes a sus casas. El Sol se estaba escondiendo detrás de los cerros, el trabajo había terminado,  pronto iba a oscurecer y la noche los esperaba a todos.

Oscurecía cuando Cipriano llegaba a su casa. Al oír las pisadas de Rucio sobre el empedrado de la calle, salió Rufina a su puerta, esperó a que bajara Cipriano del burro, para preguntarle por la carga de leña seca que le iba a traer, a lo que este contestó: La carga de leña seca que te iba a traer, se ha quedado sin cortar en el monte, no me ha dado tiempo a cortarla, el hombre propone y Dios dispone. Pensaba haber vuelto antes, pero las circunstancias me han sido adversas. Cuando esta mañana llegué a la casa del Valle, el guarda me estaba esperando en la puerta. Llegué con una hora de retraso sobre el tiempo que yo había previsto. Me atendió bien el hombre, dio una vuelta conmigo por la finca, para informarme donde estaban los distintos tipos de leña que yo iba a necesitar. Desde la casa y por el camino del Villar, subimos por la Olla Espesa hacia Algibe Llano, y desde allí, toda la cuerda adelante, continuamos hasta las Berenjenas. Allí nos despedimos, ofreciéndose el hombre para todo lo que yo pudiera necesitar de él. De la misma forma que él se me había ofrecido, me ofrecí a él, y allí nos separamos. Seguí por la cuerda de las Berenjenas hacia la Nava y el se quedó en el Valle, que era la finca que tenía que guardar. Fuimos amigablemente hablando, de muchas cosas, entre ellas de los lobos, que según me ha dicho, los oye todas las noches, desde la cocina donde se acuesta. Me ha estado hablando también de lo solo que se encuentra en el monte y como muchos días a los únicos que oye son a los lobos. A veces cuando hay muchos y no lo dejan dormir, tiene que abrir el ventanillo de la cocina disparar al aire, para que los lobos se vayan y lo dejen descansar. A los lobos los asusta mucho el olor a la pólvora quemada, por eso huyen, y ya no los vuelve a sentir en toda la noche.

Y desde que te despediste del guarda del Valle hasta ahora, ¿qué has hecho?, dijo Rufina  a su marido. Todavía no te he contado todo, dijo Cipriano a su mujer, vamos por partes, hasta ahora solo te he hablado del guarda del Valle, lo que me ha pasado en la casa de la Nava es otra cosa. Cuando llegue a la casa de la Nava era casi mediodía, ya estaban allí los guardas, habían matado al gallo que tenían con las gallinas, porque estaba dispuesto a no dejarles ningún pollo vivo, como los pollos que habían criado las gallinas ya estaban grandes, y montaban las gallinas que se las pelaban, el gallo siempre andaba a carrera abierta detrás de los pollos que se atrevían a pisarle sus gallinas. Como tú conoces el refrán que se dice, cuando a una muchacha se ve que le tiran mucho los hombres, normalmente las mujeres dicen, esa es más puta que las gallinas. Imagínate cómo andaba el gallo de la casa de la Nava, con más de cuarenta gallinas para él solo.

Las gallinas que están acostumbradas a estar en el monte, cuando llega la primavera, detrás de cualquier jara, de cualquier romero o de cualquier iniesta, sale una  gallina con pollos, y estos pollos  que cuando salen, van piando detrás de las cluecas, así que cumplen tres meses, se olvidan de piar, empiezan a cantar, y son capaces de montar a la madre que los parió, en menos tiempo que se persigna un cura loco.

Todos los días las peleas se sucedían una detrás de otras, y estos pensando en darle una mayor tranquilidad al corral, ayer en un descuido que tuvo el gallo, le echaron mano, le torcieron el pescuezo y lo colgaron un rato para que hiciera morcilla. Y cuando he llegado esta mañana, el gallo que mataron ayer ya estaba cociendo en la lumbre, esperando a que le echaran el arroz. Como era ya mediodía, me han hecho que coma con ellos, no me han dejado que sacara la merienda, y cuando el gallo y el arroz se han hermanado en la lumbre, quiero decir, que estaban igual de cocidos, ha puesto tu amida Adela un mantel en una mesa grande que hay delante de la casa de los señores, y allí a la sombra de los árboles centenarios que cubren la explanada hemos comido como los ángeles. Como los ángeles no, mejor que comen los ángeles, hemos comido como Dios. Después ha sacado la Adela un gran puchero de café y un azucarero colmado de azúcar, y si buena ha sido la comida, no ha estado peor la sobremesa. Como la sobremesa se ha prolongado bastante, y a ninguno nos quedaban ganas de dar un paseo por donde estaban los mejores cortes para hacer la leña, hemos acordado que cuando vaya a por las primeras cargas, se viene uno conmigo, me enseña a colocar la carga sobre el Rucio, y así lo van a  hacer hasta que yo aprenda.