XXVII. El temor

Salieron de casa de Lucrecia, y se dirigieron a casa de Anselmo sin intercambiar palabra alguna, hacía frío y en el camino no se encontraron con nadie, solo se oía el roce de los zapatos con el empedrado de la calle, el silencio era absoluto. Llegaron a casa de Anselmo, y antes de llamar, abrió Jacinta la puerta, los estaba esperando, pasaron dentro, preguntó Jacinta con la mirada y sin decir palabra, las lágrimas afloraron en los ojos de todos, la guerra estaba perdida. Era la hora del llanto, pronto vendrían a buscarlos.

Pasaron a la cocina, buscaron sillas y se acercaron a la mesa camilla, todo estaba perdido, ya nada podían hacer. Los africanistas, con Franco a la cabeza, habían ganado la guerra, Temían la llegada de Regino, que vendría con gente para llevarlos a declarar. Pronto iban a empezar las torturas y la sangre. Temían las ejecuciones sin juicio, las violaciones y temían a los verbajos de los guardias civiles, las torturas en el cuartelillos. Colgados del techo, con las manos atadas por las muñecas, balanceándose mientras recibían los palos y exhibiéndolos a los que llegaban a presenciar las torturas, que solían ser las personas que los habían denunciado, o algunos de los falangistas más sanguinarios, que disfrutaban viendo a los apaleados retorcerse por el dolor, mientras los torturadores hacían chistes con los que iban a presenciar el interrogatorio con las escenas de dolor que protagonizaban o con sus quejidos y sus llantos.

Desde la casa de Anselmo se oía el reloj de la plaza, aquella noche todos soñaron pesadillas en los pocos momentos que lograron conciliar el sueño, aunque la mayor pesadilla la iban a encontrar al despertar, al darse cuenta dónde estaban y qué estaban esperando. A lo largo de la noche oyeron todas las campanadas del reloj, con un único tema en que pensar, era el mismo tema el que ocupaba a todos, tenían el pensamiento puesto en las mismas cosas, las torturas, las humillaciones el dolor y la muerte que estaban esperando. No podían pensar en otra cosa, este iba a ser el calvario que les quedaba que pasar a los encarcelados y a sus familias que lo iban a  sufrir desde fuera.

Las horas de la noche trascurrieron lentas, oían el aire silbar en la chimenea y en las ramas de la higuera del patio. No llovía pero el aire silbaba con fuerza, nadie se oía pasar por la calle, el pueblo estaba asustado y nadie se atrevía a salir. Con el paso del tiempo, a medida que pasaban las horas, estas se hacían cada vez más largas, parecía que el tiempo se paraba, y al mismo tiempo pensaban, que con la llegada del día esperaban lo peor. No podían esperar ninguna reacción del gobierno, y tampoco esperaban, que Europa se movilizara a su favor. Todo estaba perdido, y hacia ningún sitio que miraran podían encontrar una mano salvadora, era triste, pero era verdad. No quedaba un solo palo donde agarrarse. Todo se había perdido, nada se podía esperar.

En las horas altas de la madrugada, el cansancio los durmió a todos, poco a poco fueron  poniendo los brazos sobre la mesa, y sobre sus brazos apoyaron sus cabezas, todos  quedaron dormidos. Sin que ningún ruido los despertara, al poco tiempo de haberse dormido, algo extraño les hizo despertar. El aire que durante toda la noche había permanecido silbando se había parado. Es el silencio lo que nos ha despertado, el silenció, que unido al miedo que nos embarga, es lo que nos ha hecho despertar.

Poco a poco empezaron a oírse los primeros pájaros en las todavía desnudas ramas de la higuera, y pronto estuvo la higuera de Jacinta a rebosar de pájaros.  Para los pájaros era un día más de temprana primavera y saludaban la llegada del día con alegría, ellos no habían apostado por ninguna de las dos españas en la guerra que terminaba en esos momentos, por eso nada habían perdido, y por eso revoloteaban y cantaban alegres entre las ramas. Anselmo y su familia lo habían apostado todo por la República, y todo lo habían perdido. Todas sus ilusiones se le habían ido cayendo, como se despeña el agua del torrente, mientras va cayendo de peña en peña.

Salió Jacinta de la cocina, diciendo a los demás que iba a preparar las tazas que necesitaba para hacer el desayuno.  Al abrir la puerta del patio, los pájaros que revoloteaban en la higuera, la abandonaron y buscaron otro sitio más seguro para continuar con sus cánticos y sus revoloteos. Miró como se alejaban los pájaros y pensó cómo en determinados momentos como los actuales, lo necesarias que las alas eran.

Dejó volar los pájaros Jacinta, y volvió a la dura realidad  que envolvía a su familia, mientras preparaba un puchero grande de café, cocía la leche y freía un pan grande de rebanadas, analizaba despacio los delitos que le podían imputar a su familia, que en resumidas cuentas, eran que su marido era concejal desde las elecciones de febrero del año treinta y seis, votado en las listas del Frente Popular y elegido entre otros candidato presentados por los vecinos. Su cuñada Lucrecia y ella misma no habían militado en ningún partido, aunque sus ideas fueran republicanas. Sus hijas eran menores de edad y por tanto todavía no habían votado y su sobrina, cuando se celebraron las elecciones del dieciséis de febrero del treinta y seis, era menor de edad y tampoco pudo votar. Solo le podían reprochar haber defendido con sus ideas al legitimo gobierno de la nación en los mítines que había intervenido. Honradamente no la podían acusar de nada que estuviera al margen de la ley.

Cuando Jacinta terminó de hacer las rebanadas, abrió la puerta del patio y llamó a sus hijas para que le ayudaran a servir el desayuno. Salieron estas de la cocina donde estaban, que era la misma donde habían pasado la noche y ayudaron a su madre a servir los desayunos. No habían cenado la noche anterior, estaban más tranquilos, y se dispusieron a desayunar.

Una vez que  Jacinta observó que todos habían terminado de desayunar, mirando a su marido fijamente le preguntó: Aparte de haber sido elegido concejal en las listas presentadas por el Frente Popular para elegir concejales en el ayuntamiento de Alameda de la Mancha, ser militante del partido socialista, asistir a las comisiones y a los plenos del ayuntamiento para los que hayas sido citado, tienes algo que ocultar que yo no sepa? Sabes tú que nunca he ocultado nada, porque nunca he tenido nada que ocultar, y me extraña esta pregunta que me haces ahora. Cuando sabes cuál ha sido mi forma de ser  y mi forma de actuar, a lo largo de estos más de veinte años que llevamos juntos. Además de lo que me acabas de decir, siempre he sido fiel a mis ideas democráticas, republicanas y socialistas, y también he sido laico, anticlerical y librepensador. Mis ideas las he expuesto siempre, en cualquier reunión, en cualquier tertulia, en la Sociedad Obrera, en cualquier bar, en cualquier mitin las he aplaudido y con ellas me he solidarizado, allí donde han sido expuestas. Por eso me ha resultado extraña la pregunta que acabas de hacerme.

La pregunta que acabo de hacerte no es para que a mí me la contestes, es para que te la contestes a ti, y al mimo tiempo que te hagas esa pregunta que acabo de dejarte, quiero que también te contestes esta otra que te voy a hacer a continuación ¿por defender con la palabra tus ideas, lo que piensas y sientes, lo que crees que es lo mejor para todos, crees tú, y cuando digo tú también me dirijo a vosotras, que van a venir  a buscarnos, para encerrarnos de por vida, o para darnos el paseo del amanecer?

Miró Anselmo a su esposa, antes de iniciar su respuesta, y a continuación se dirigió a ella con estas palabras, pienso igual que tú, pero el hecho de ser muchos los que así pensemos, no quiere decir que no haya gente que piense de una forma distinta a la nuestra, si esto no hubiera sido así, no hubiera habido guerra, nosotros en casa y en nuestra familia no nos enfrentamos por nuestras ideas políticas, puesto que coinciden, son las mismas, sin embargo cuando tocamos otras ideas, otras cosas, con relativa frecuencia os veo defender ideas distintas, respecto al color de una tela, lo largo de una falda o el color de unos botones. Esto son simples discusiones que siempre acaban sin que salgáis tirandoos de los moños, con las caras arañadas, o con sangre en las orejas. La guerra surge cuando en la forma de legislar, de interpretar las leyes, y de llevar la administración del estado surgen discrepancias, que en democracia se resuelven  con gobiernos democráticos elegidos por el pueblo, en elecciones libres y periódicas, después de que sus representantes legales, que son los diputados y senadores, nombren una comisión encargada de elaborar una constitución, que los representantes legales del pueblo debatan y aprueben en el parlamento, y una vez aprobada por los parlamentarios, sea sometida a referéndum para que el pueblo la apruebe con sus votos.

La constitución, también llamada ley de leyes, es el marco legal al que se tienen que someter las nuevas leyes que promulguen los sucesivos gobiernos que salgan de las urnas, y a la que todos tenemos que respetar, con independencia de nuestras propias ideas. Tiene que ser respetuosa con las ideas de todos, la ley a la que todos tenemos que acatar y respetar, incluidos los gobiernos.

Los republicanos, que hemos hecho con nuestros votos que el rey saliera de España. Hemos elaborado una constitución, la ha aprobado el parlamento que libremente elegimos y la ha refrendado el pueblo, votándola en referéndum. Teníamos la obligación de defenderla desde que los militares africanistas, el capital y la iglesia, junto con Falange Española y las demás organizaciones fascistas, trataron de derribarla con los intentos sucesivos de golpe de estado, hasta que tras una guerra de tres años han acabado lográndolo. El gobierno de Franco y quienes lo apoyan, no va a tener constitución elaborada por representantes legales del pueblo, no va a tener leyes sometidas a la voluntad popular, ni tampoco se van a aplicar por jueces honestos y libres. Va a ser dictada por militares elaborada por ellos mismos, sin atenerse siquiera a lo que ellos han legislado.

Hasta ahora están condenando a la pena capital por simples denuncias, carecen de la más elemental decencia, se tortura, se viola, y se le da aceite ricino a los presos y las presas se les su tazón de aceite ricino sopado en pan, y se les pela la cabeza con unas tijeras de esquilar bestias, para después sacarlos precedidos por un tambor a que la gente los vea hacer sus necesidades cuando esposados detrás del tambor van andando rodeado de los guardias que los custodian. Del paseo del amanecer que les dan a los que van a ajusticiar también hacen su espectáculo. Sacan de los camiones a los justiciables, que así llaman a los que van a matar, se acerca en un coche, el cura encargado de darle los  sacramentos a los que los necesiten, sin bajarse del coche, delante de las tapias del cementerio donde los matan, y una vez confesados y comulgados, el pelotón de ejecución que tienen enfrente, sobre ellos efectúa su descarga. Se acerca un oficial, los remata con el tiro de gracia.

Una vez terminado el acto, los invitados, se acercan a los puestecillos de churros y chocolate, instalados en las cercanías del lugar de la ejecución para celebrar y comentar el evento. Tal vez con esto pretendan evocar las hogueras de la Inquisición, que también fueron espectáculo, con chocolate y churros incluidos. Tal vez, como la iglesia representa tanto para Franco y para sus gentes, hayan buscado una forma certera, útil y eficaz de impartir justicia, en los anales del Santo Oficio, entre los cronistas de sus torturas y ejecuciones a la que sometían a los librepensadores y herejes, que bueno sería informar al Caudillo y a sus colaboradores, de cómo el Santo Oficio había estado torturando, robando y matando a sus ovejas descarriadas, para, con su ejemplo, mantener el orden y evitar así que los demás fieles, no se desmadraran, no perdieran su fe, y pudieran alcanzar, el cielo eterno.