XXIV
Marcelo pensaba abandonar el seminario, pero le costaba trabajo tomar esta decisión. Pensaba que lo tenía que hacer aunque le costara. Él no había hablado con las chicas desde que ingresó en el seminario y le costaba acercarse a ellas, solo no se atrevería nunca, por eso pensó en salir con sus amigos durante la feria y cuando sus amigos se juntaran con ellas procuraría ser uno más, hablaría con ellas igual que los otros hacían, tenía que ir soltando las amarras que le ataban al seminario, estaba decidido a dejarlo, y tenía que hacerlo ya. A sus padres les había parecido bien, pensaba que se habían alegrado de que su decisión fuera abandonar el seminario. Si a sus padres no los había visto en la iglesia nunca, ¡cómo no les iba a gustar que Marcelo quisiera abandonar el seminario! Pensaba que en su familia era él quien visitaba la iglesia con asiduidad, pero ni a sus padres, ni a su hermana los había visto nadie acercarse a tomar los sacramentos. Ni a tomar los sacramentos, ni a ir a las procesiones, ni siquiera iban a misa los domingos. Para ellos la iglesia no existía, solo iban a la iglesia si tenían que asistir al entierro, o a la boda de algún familiar, o de algún amigo íntimo muy cercano. Los actos religiosos no entraban entre las ocupaciones de esta familia, aunque las casas de donde procedían hubieran sido muy religiosas. Cuando Marcelo Santillana decidió entrar en el seminario con intención de hacerse sacerdote sorprendió a propios y extraños, hasta entonces nadie lo había visto de acercarse a la iglesia hasta que en el pueblo se empezó a oír, para extrañeza de todos, que Marcelo Santillana iba a entrar en el seminario provincial. Muy pronto empezó a juntarse con los demás seminaristas e incluso ayudaba a misa y con frecuencia se le veía en los entierros vestidos con los ropones de la iglesia puestos y en actitud de ayudar como sacristán en cualquiera de los actos religiosos que la iglesia organizara. No porqué Ramón Santillana cambiara su actitud hacia la Iglesia, los vecinos de Alameda de la Mancha notaron el mismo cambio en su familia. Cambió la forma de comportarse de Marcelo, pero su familia continúo igual, continuaron yendo a los entierros y a las bodas de amigos y familiares muy allegados, pero no porque Marcelo se hubiera hecho seminarista su familia fuera a empezar a asistir a los actos religiosos y a recibir los sacramentos, había cambiado la actitud de Marcelo, pero no la de su familia, en casa de Ramón Santillana se había hecho seminarista Marcelo, pero ninguno más de su familia siguió sus pasos. Ninguno más de los miembros de su familia pensó que el hecho de que Marcelo entrara a formar parte de la Iglesia tenía por qué influir en ellos.
Cuando Marcelo Santillana informó a su familia que pensaba ir a al seminario para solicitar del Rector un permiso especial para que durante el próximo curso pudiera asistir a clase sin la sotana que debiera llevar como sus compañeros de curso estos le preguntaron, si es que no pensaba abandonar este curso los estudios de sacerdote como parecía ser que tenía previsto, a lo que este contestó diciendo: Había optado por continuar en el seminario para no perder el curso, ya que este curso no iba a poder matricularse en la universidad. Pensaba hacer un curso más en el seminario para no perder el hábito al estudio, y durante este curso lo iba a dedicar a asegurar más su vocación bien fuera como universitario, o como sacerdote y de esta forma se encontraría el próximo curso en condiciones de no errar en el camino que fuera a seguir de forma definitiva. Después de permanecer los padres de Marcelo en un prolongado silencio, se atrevió a romperlo Ramón Santillana, que empezó haciéndole ver a su hijo que ellos pensaban que la decisión ya la había tomado hacía días, y como ya les había hablado con anterioridad de la forma que estaba llevando a cabo el cambio de matricula a través de una agencia de gestión en Madrid, ellos creían que todo ese papeleo, ya lo tenía resuelto, y que lo mismo pensaban de la decisión que tenía que tomar, ellos daban ya por seguro que había decidido dejar su vocación de sacerdote desde hacia tiempo. Y después de habernos informado por vecinos y amigos que te habían visto en el baile, creíamos que la decisión de abandonar el sacerdocio la tenías ya tomada, que no nos habías dicho nada, quizá porque sentirías cierto rubor, fruto tal vez de tu ya larga permanencia en el seminario y tal vez fruto del trasnochado concepto que tienen los curas de considerar a la mujer siempre como oscuro objeto del deseo, cosa esta que siempre ha sido por la Iglesia como uno de los más ignominiosos pecados en el que más ha basado su férrea y enfermiza disciplina. Como en esta casa nosotros no hemos mirado a la Iglesia de la misma forma que tu la mirabas o como la miraban en la casa de los padres de tu madre, es por lo que no hemos querido infiltrarnos en tu vida privada, ni tratar de llevarte por otro camino al que quizá influido por tu tía Sofía y por el ambiente que en aquella casa se vivía, tan cercano a la religión católica, religión esta de la que nosotros nos hemos visto siempre tan alejados que no pensamos nunca que se te fuera a ocurrir hacerte sacerdote de una religión de la que tan largo nos encontrábamos tus familiares más directos.
Se da la circunstancia que nosotros vivimos al margen de cualquiera de las religiones conocidas. Y por supuesto de las desconocidas, muchos de nuestros conocidos y amigos son creyentes, y no por eso hemos tenido tropiezos con ellos, algunas veces discutimos y confrontamos nuestras ideas, por supuesto ni ellos nos convencen a nosotros, ni nosotros los convencemos a ellos, y no por mantener ideas distintas sobre este tema tan delicado dejamos de ser amigos, y tanto ellos como nosotros seguimos manteniendo nuestra larga amistad, que dura ya mucho tiempo. Nos respetamos y basta.
Tomó la palabra Amparo, y dirigiéndose a su hijo, le dijo: Tanto tu padre como yo estudiamos en colegios de la Iglesia, tu padre iba a los salesianos, y yo iba a las ursulinas, y como siempre pasa, cuando los religiosos o religiosas se dan cuenta de que las familias a la que pertenecen sus alumnos o alumnas son de familias acomodadas, familias que ellos consideran adineradas, tratan de seducirnos al mostrarnos la cara mas amable de la congregación a que pertenecen. Pero no siempre lo logran, depende mucho de la capacidad de pensar y razonar que cada uno tenga. Normalmente dentro de la misma familia nos encontramos con personas que con los hijos criados y educadas bajo el mismo techo, estos razonan y piensan de forma diferente, y aunque dentro de la misma familia se imparta la misma educación, a veces con mucha frecuencia cada uno de los hijos que han recibido la misma educación piensa de forma distinta. En la casa donde yo nací y me críe, junto a mi hermana Sofía, que era seis años mayor que yo, y al ser ella una chica criada dentro de las mismas normas con que yo me había criado, se podía haber dado la circunstancia que nuestros pensamientos se hubieran parecido mucho, o hubieran sido iguales. Pero igual que se heredan las casas, las tierras, las costumbres y a veces el parecido físico, se heredan los sentimientos y la forma de pensar, salimos a unos o a otros de nuestros antepasados, hay tendencias y cosas que llevamos en la sangre, y eso nos hacer ser distintos. Esto hace que los hijos nacidos del mismo padre y de la misma madre podamos pensar de forma tan diferente como pensábamos mi hermana Sofía y yo.
Desde que llegué a las ursulinas empezaron a atosigarme con los rezos y lo mismo que a mi hermana, le debió parecer bien los rezos y los castigos que a diario nos infringían que casi siempre eran rezos, a mi me traían de cabeza los rezos, y conforme me fui rodeando de amigas, que pensaban de forma diferente a como pensaba mi hermana, empecé a estar más cerca de ellas que de mi hermana. A mi no me gustaban los rezos, a mi hermana le parecía que estar rezando era estar hablando con Dios, nacimos diferentes y hemos sido diferentes durante toda la vida.