XIX. Regino y los encarcelamientos

Lo que empezó a oírse a partir de entonces fueron canciones fascistas que hacían temblar a los republicanos que habían perdido la guerra. Los trabajadores perdieron su Sociedad Obrera que era su centro de reunión, su Casino de Pobres que antes había sido casino y que ellos habían cambiado a los ricos por el suyo, a los que habían aportado su casino y una importante cantidad de dinero. Lo habían derribado después y habían construido sobre su solar un hermoso edificio de ladrillo con el nombre de Sociedad Obrera, que era su sede social, su casa, el lugar donde ellos se reunían.

En la Sociedad Obrera, las clases trabajadoras se juntaban, leían sus periódicos, oían la radio, tomaban café y jugaban sus partidas de cartas. Todos los socios de la Obrera, que así llamaban en Alameda de la Mancha a esta sociedad, eran republicanos, y los republicanos perdieron la guerra. Como a los perdedores se le limitan los derechos, y todos los socios de la Obrera eran, además de republicanos,  obreros, por el hecho de serlo, pasaron a ser pobres al terminar la guerra. Tampoco eran gente de iglesia, no iban a misa, ni confesaban, ni comulgaban, no eran gente de pro, ni llevaban medallas, ni cruces, ni eran de los nuestros, como decían los vencedores. Esta gente para que quieren su sede, si no van a tener dinero para mantenerla, ni para tomar café, ni para tomar un vaso de vino, ni una cerveza, ni siquiera un vaso de agua.

Esta gente no va a poder venir aquí nada más que a hablar, a pensar, a razonar. Y ya sabemos que esto no es bueno. Si vienen a hablar va a ser para ponernos de chupa domine y todos sabemos, que pensar no es bueno, ni razonar tampoco. De qué les vale saber más que nosotros, si al dinero, que es lo que vale, ellos no le dan valor, y las cosas que ellos saben a nosotros no nos interesa, cada uno en su sitio y cuanto menos nos juntemos mejor.

Pensad, dijo el secretario del Ayuntamiento, que en este pueblo no ha habido nunca enfrentamientos, nunca ha habido tiranteces, ni siquiera clases, no ha habido ni pobres ni ricos. Los trabajadores siempre se han llevado bien con los propietarios, y esto es algo que no se debe perder, que se debe conservar. Es mucho mejor que el pueblo siga su camino, como se ha marchado siempre, sin hacernos daño los unos a los otros. Estos enfrentamientos puede ser que traigan consecuencias y puede que algún día os acordéis de lo que ahora os digo, y lo mismo os vuelvo a repetir lo que os dije la semana pasada, cuando todos teníais ofensas que denunciar, es muy fácil pisar al que está debajo, pero arriba no siempre están los mismos. Aunque la vida se pase pronto, en el tiempo que estamos aquí el mundo da muchas vueltas y lo que un día está arriba, al día siguiente está abajo, eso pasa con mucha frecuencia. Las cosas siempre han sido así, y así van a seguir siendo. No es bueno hacer heridas gratuitas, a quien en una época le toca mandar en otra le toca obedecer. No os quepa la menor duda.

No es bueno hacer mal a nadie, aunque lo veamos en el suelo, y creo que aquí nos hemos pasado, les hemos hecho mucho caso a los denunciantes y a los falangistas que vinieron dando instrucciones. Diciendo a los que teníais que matar, y que luego no matásteis, afortunadamente para todos, a quiénes teníais que torturar, a las que teníais que violar y a los que había que mandar a la cárcel para que los juzgaran los militares y los mandaran a los campos de concentración, de donde no van a volver a salir sin que les hayan dado el tiro en la nuca, y después de que los hayan apaleado infinidad de veces, antes de matarlos. La culpa la han tenido Regino y los del somatén que estuvieron con ellos y los dejaron hacer lo que mejor les pareció.

Nosotros no teníamos fuerza para impedirlo. Venían armados hasta los ojos, dijo Regino y no nos atrevimos a intervenir. Vosotros estabais diez o doce y los que vinieron fueron tres y llevabais vuestros fusiles, ¿crees tú que si os oponéis vosotros, habían hecho lo que hicieron con ellas aquella mañana, delante de vuestras narices, de qué os valieron los fusiles que llevabais y para que los cogisteis? Cuando un hombre se atreve a coger un arma es porque es capaz a utilizarla, si no es capaz, no la coge, se queda en su casa y no va por ahí exhibiendo lo que no es capaz de utilizar.

Por eso no pasó nada, de todos modos en la cárcel donde las llevaron hay muchos moros que violan a las mujeres todos los días, y además, no dicen ellas que son libertarias, si están acostumbradas a hacerlo con los que le apetecen, ¿qué más les da hacerlo con cuatro o seis más? ¿no es eso lo que hacen las putas y lo están haciendo a diario? Con el tiempo que van a pasar en la cárcel, se tendrán que acostumbrar. Les va a dar tiempo a acostumbrarse y a criar a sus hijos, porque la mayoría de ellas en la cárcel se van a hacer madres solteras y se van a llenar de hijos, de eso no tengáis la menor duda.

Regino, que era zapatero de poco peso y de malas pulgas, nunca esperó a lo largo de su vida encontrarse con tal cantidad de tortas, puñetazos y de coscorrones contra la pared como se llevó aquella mañana del mes de abril del año treinta y nueve, después de haber ganado la guerra. Con poco esfuerzo por su parte, pero muy contento de que la hubieran ganado. Sabía Regino que bueno no era, pero le gustaba juntarse con los que el creía que era gente importante, gente de pro, quería juntarse con los que habían ganado la guerra, sobre todo quería juntarse con la gente que él preveía que iban a estar en el poder.

Para eso necesitaba acercarse a los que el consideraba más poderosos, aunque él no sabía si era el más poderoso era el más rico, el cura, el cabo de los civiles o el alcalde, pero él iba siempre detrás de los que el creía que mandaban. Y por eso se equivocaba muchas veces al pensar que los que él creía que mandaban en el pueblo pensaban igual. Que lo que le parecía bien a uno, le tenía que parecer bien a los otros. El lo que quería era ser considerado persona importante. Por eso al considerar que la guerra la habían ganado ellos, no les perdía paso a las personas, que en lo sucesivo él creía que iban a partir el bacalao. Esta fue la causa que aquella mañana se llevara la gran cosecha de tortas, puñetazos y coscorrones que en tan poco tiempo se había llevado. Pensaba que quien más pesaba en aquella reunión era el que iba a ser el alcalde, y se equivocó. Este señor ni siquiera se movió de donde estaba, tratando de cortar la gran cosecha de golpes que el estaba recibiendo, y lo mismo que hizo él, hicieron todos los que allí estaban, permanecieron en su sitio mientras esperaban que don José terminara de darle al zapatero los golpes que a este le estaban cayendo.

Esto le hizo pensar al zapatero la falta de visión que había tenido aquella mañana, cuando estaba hablando. Notaba que todos estaban bien serios a pesar de sus ocurrencias, y no comprendía, por qué estaban tan serios. Lo mismo que no llegó a comprender después, por qué a ninguno de los presentes se le ocurrió evitar los golpes que en aquellos momentos recibía. Los golpes recibidos aquella mañana le hicieron pensar durante mucho tiempo, en lo poco lucido que había estado, al no darse cuenta de las caras tan serias que todos tenían mientras él hablaba. Solo se sonreía el alcalde, y esto le hizo seguir hablando, pensando que este señor, iba a ser el más poderoso. Hasta que le llegaron los golpes que recibió.

Muchas de las personas que intervinieron en las denuncias presentadas, pronto se arrepintieron de haberlas firmado. Otras se sentían contentas con su venganza. Nadie pensaba que por requisar unas fanegas de trigo, o cebada, los iban a condenar a treinta años de cárcel. Cuando ya todos sabían que al menos la mitad no iban a volver vinieron los arrepentimientos. Cuando llegó a Alameda la noticia del primer muerto en uno de los ciento ochenta y ocho campos de concentración construidos o a punto de construir para este fin, muchos de los que habían firmado la denuncia, se sintieron avergonzados de su actitud. Pensaron entonces que las noticias oídas en algunas de las casas republicanas, en Radio Pirenaica eran ciertas. Los iban a ejecutar en el campo de concentración al que fueran destinados, o bien iban a morir a consecuencia de las palizas, del hambre, de las enfermedades no tratadas, o de que a uno de los guardias que los custodiaban les cayeran mal y pensara que mejor estaba muerto que vivo.

Y lo mismo pasaba con las mujeres encarceladas. Cuántas reclusas por el mero hecho de ser simpatizantes de la República, por ser simpatizantes de cualquier partido político y que este no fuera Falange Española, la Ceda, Acción española o cualquier otro relacionado con la iglesia sufrían encarcelamiento, con juicio o sin juicio. Al ser encarceladas ya era motivo suficiente para ser violadas constantemente por los moros, por los vigilantes de la prisión, por los guardias civiles que las custodiaban, o por cualquier persona que de una u otra forma tuviera acceso a la cárcel o campo de concentración donde hubieran sido encarceladas.

A partir de entonces, ¿cuántos hijos nacieron en las cárceles de las mujeres presas? Mientras estos niños tenían tres años podían vivir en la cárcel con su madre, una vez que cumplían los cuatro, si la familia de la mujer encarcelada o algún allegado no se hacía cargo de estos niños los soltaban, y que le hicieran frente a la vida por su cuenta. Muchas de las mujeres encarceladas eran viudas, sus maridos ya habían sido ejecutados antes. Pertenecer a un partido de izquierdas, o a alguna organización sindical era motivo suficiente para ser ejecutado. ¡Y cuántos hombres y mujeres murieron ejecutados por esta causa!