El Grito XXII

XXII

Pensaba Marcelo Santillana que según la teoría expuesta por el profesor de Filosofía del seminario, Dios no iba a ser muy proclive a perdonarle, y Marcelo, igual que el profesor, pensaba que no quería correr riesgos que lo pudieran llevar a los infiernos para estar quemándose durante toda la eternidad. Así que para no equivocarse tuvo en cuenta las ideas de su tía Sofía, las que a diario le inyectaban en el seminario y lo que oyó al profesor de Filosofía aquella tarde en el salón de actos del seminario, mientras escuchaba el enfrentamiento dialéctico que mantenía el profesor de Filosofía con aquel seminarista larguirucho, altiricón. que había pasado aquel verano en Francia. No dejaba de pensar en que si su padre llevaba razón y como él decía, la materia se descompone y deja de existir, si esto es así como parece ser, nadie nos va a pedir cuentas, nos cubre el olvido, y a descansar eternamente. Pero si la religión verdadera es la Católica, Apostólica y Romana, tendrá que ser Dios quien decida si nos perdona, o nos manda al infierno, y que sabemos lo que nos pueda pasar, Dios es muy recto, es muy justo, y no le gusta hacer distinciones entre unos y otros, y a lo mejor por no ser precavido, te ves bailando la danza del fuego en los infiernos para toda la eternidad. Hay que ser precavido y consciente con lo que nos jugamos, yo no debo ni puedo actuar de forma irreflexiva en materia de tanta importancia como es la salvación del alma. Lo más importante que puedo hacer es salvar el alma, y si se da la circunstancia de que el materialismo es la religión verdadera, voy a quedar en las mismas condiciones que hayan quedado mis padres una vez muertos, al no tener el alma soporte físico donde quedarse, y se extingue igual que la materia, pero al menos no se nos ocurre hacerle una prolongada visita a Pedro Gotero, que es lo que estamos buscando.

Marcelo Santillana se había decidido a ser sacerdote de Cristo para siempre, no le quedaba duda alguna de que su decisión había sido acertada, la idea de tener que estar ardiendo durante toda la eternidad la tenía totalmente desechada, no volvería a pensar en el infierno, si todavía quedaba alguna posibilidad de condenarse, no la quería tener a su alcance. Era muy duro pensar en el infierno y por eso pensaba en dejarle cerradas todas las puertas. Se había quemado una vez con el café al desayunar demasiado deprisa, y esto le hizo estar pensando en el infierno durante varios días, y desde entonces le había dedicado muchas horas a pensar en él.

Su tía era la encargada de resolverle todas las dudas que se le planteaban sobre el infierno, y Marcelo trataba por todos los medios a su alcance de hacerle ver a su tía que aquello no podía ser así. ¿Cómo iban a poder los demonios aguantar entre las llamas tanto tiempo sin salir ardiendo, estando siempre manejando hierros ardiendo sin que se hubieran muerto, y hubieran dejado de sufrir de una vez? A esto su tía siempre le contestaba: Los demonios fueron los Ángeles que desobedecieron a Dios y se rebelaron contra él, por eso Dios los condenó al fuego eterno para toda la eternidad, del infierno nunca se sale y allí están ardiendo para siempre igual que los demás condenados hasta la consumación de los siglos.

Cuando a la muerte de su abuelo Marcelo, se tuvo que trasladar con su familia a vivir a Alameda de la Mancha, dejó de oír a su tía y como en su casa a nadie oía de hablar de la Iglesia, nunca se rezaba, ni los curas iban por allí, se iba olvidando de las torturas a las que su tía Sofía le tenía acostumbrado. Cuando empezó a tener amigos, a ir con ellos a su casa para jugar en el corral, encontró en su familia, en la escuela, y con sus amigos la paz y el sosiego que no había encontrado en casa de sus abuelos en Puente de los Desamparados, y no es que sus abuelos le hicieran a Marcelo rezar, ni le hablaran de los pecados, ni del demonio, del miedo al más allá. El miedo al más allá se lo infundía su tía Sofía, que obsesionada por el más allá como estaba, la persona a quien poder infundirle las creencias que a ella la atormentaban tanto, era su sobrino Marcelo, cosa esta que aprovechaba Sofía para intimidar a su sobrino e inyectarle las ideas religiosas que a ella le habían inyectado las monjas Ursulinas.

Así habían ido pasando los años, Marcelo había ido creciendo en la libertad que le daba el vivir dentro de una familia laica que no se ocupaba de que sus hijos creciesen dentro de unas determinadas ideas religiosas, ellos tenían un exquisito cuidado de que la formación que dieran a sus hijos debía de ser laica, basada en la ley natural, y dentro de las más estrictas normas de convivencia y honradez. Su familia era una familia de acomodados labradores que vivía de las rentas, respetados y queridos por sus vecinos, donde los criados entraban a trabajar jóvenes en la casa, y la abandonaban cuando se morían, o se tenían que jubilar.

Pensaba Marcelo que era un hombre inseguro, gracias a la influencia que sobre él había ejercido su tía. A ella le debía que influido por ella y pensando en poder salvar a sus padres del infierno que les estaba esperando para cuando murieran, decidiera ingresar en el seminario provincial para que en su condición de sacerdote de Cristo, interceder ante el Altísimo para que sus padres abandonasen la apostasía en que vivían y que cuando la muerte les llegara, lo hicieran como dignos hijos de Dios y se olvidaran del infierno para siempre. La decisión de irse al seminario, le había venido durante aquel verano que estuvo en la finca de sus abuelos, que tenían en Puente de los Desamparados, con la idea de aprender a montar en las yeguas de su abuelo y hacerse un buen jinete, cosa esta que no logró, gracias a su tía que influyó en él lo suficiente para que cambiara la tela por el percal, y en vez de hacerse un buen jinete, decidió hacerse cura para librar a sus padres del infierno que les estaba esperando, según le apuntaba su tía. A la influencia que sobre él ejerció su tía, se unieron desde entonces, la influencia que sobre él empezaron a ejercer el ambiente que se vivía en el seminario y las presiones que sobre él ejercían los profesores que a diario, aparte de las asignaturas que a cada uno le correspondía enseñar, tenían la obligación de adoctrinarlos dentro de la fe cristiana.

Quizá tratando de evitar que Marcelo siguiera el camino que su cuñada Sofía había seguido desde muy joven, que la llevó a la demencia, y de allí a la sepultura, Ramón Santillana habló con su mujer del problema que él venía venir si su hijo no abandonaba las inclinaciones que apuntaba desde que su tía estuviera con él una temporada en la finca que los padres de Amparo tenían en Puente de los Desamparados, y que una vez muertos sus padres había pasado a ser de ella. Tanto a Ramón como a Amparo no les hacía ninguna gracia que su hijo se hiciera sacerdote de Cristo para siempre, como él solía decir. Ellos nunca se habían identificado con la España rezadora, tenían fundados motivos para pensar que su hijo Marcelo tenía una personalidad poco estable, y lo mismo que ahora pensaba hacerse sacerdote, en cualquier arrebato podía dejar de pensarlo, y esta decisión, que según ellos la podía tomar en cualquier momento, la podría tomar después de haberse ordenado. Después de haber estado meditando durante largo rato sobre los problemas que le podía acarrear le decisión que pudiera tomar tanto si decidía ordenarse y después decidía abandonar el sacerdocio, después de haberse ordenado, como si continuaba como sacerdote. A ellos no les gustaba la decisión que en uno u otro sentido pudiera tomar.

Cuando Marcelo se acercó a su madre para exponerle sus dudas, y esta después de oírlo le aconsejó que hablara con su padre, y le expusiera lo que a ella acababa de decirle; habló Amparo con su marido, y pensaron los dos que sentía miedo de ponerse los hábitos ante la incertidumbre que debía sentir, al pensar si la decisión que iba a tomar iba a ser capaz de mantenerla, o buscaba un escape para dejar los estudios de sacerdote que tan adelantados llevaba.

Los padres de Marcelo hubieran salido encantados si este les hubiera dado seguridad de que había decidido dejar la carrera de sacerdote, pero Marcelo al haber dejado su padre en sus manos la decisión de continuar, o abandonar la carrera de sacerdote, volvió a entrar en un mar de dudas. Ya no sabía qué decisión tomar, no se atrevía a salir del seminario, Le asaltaban muchas dudas a la hora de continuar con sus estudios de sacerdote. Pensaba que tal vez sus padres le podían haber aconsejado con más fuerza para que abandonara su carrera, y no lo habían hecho, ni el uno ni el otro, al principio pensaba que sus padres habían actuado así, para mostrarle la confianza que en él tenían de que sabría tomar la decisión más adecuada a lo que él pensaba y sentía, pero pronto volvieron a él las dudas. Está visto que necesito unas andaderas, no puedo decidir por mi cuenta, me ahoga el tener que decidir. No se atrevía a volver a hablar con sus padres, y esto le hacía permanecer inquieto durante el día y no poder conciliar el sueño durante la noche.