Leñadores 18

Pronto tuvo Cipriano la arena y los materiales en la puerta de su casa, al despertar oyeron golpes en la puerta de la calle, era el carro con la arena y los materiales que Cipriano había encargado el día anterior, se iban a levantar demasiado tarde. Cuando Cipriano salió a la calle, ya tenía la arena y la cal descargada en la calle y los sacos del yeso en el portal de su casa. Rufina se había levantado antes, estaba menos afectada por los excesos cometidos durante la noche y se había recuperado más pronto que él. Cuando lo vio salir Santiago, que le había llevado los materiales, le dijo, estás como los quebrantahuesos, que cuando comen mucho, no pueden levantar vuelo, o cenaste mucho, o el postre ha sido muy largo, se te nota en la cara, amigo. No me lo irás a negar, porque si me lo niegas no me voy a creer lo que me digas, de algo has tomado mucho esta noche, y no te atreves a decirlo.

Calla de una vez, dijo Cipriano, ¿no te das cuenta de que te van a oír las vecinas?  Están barriendo la calle y te van a oír, o te han oído ya. Cállate de una vez, no seas así, que me voy a poner de mil colores, déjame en paz. Dime lo que vale esto de una vez, te lo pago, me dejas tranquilo y te callas. Se despidió Santiago de su amigo Cipriano, al tiempo que salía Rufina a la calle y dirigiéndose a los dos les dijo, mientras esbozaba una sonrisa, que lo paséis lo mejor que podáis.

Salió Santiago andando con su carro, mientras Cipriano ya más tranquilo, se dedicó a meter la cal y la arena, para realizar su ya proyectada obra. Durante todo el día estuvo tapando los barrancos que tenía en el corral, que eran muchos, teniendo tiempo suficiente para terminarlos y para terminar los desconchones que había en el patio y en el humero de la cocina. Dejó para otro día el jalbegarlos con la cal que le había sobrado de hacer la mezcla.  Durante todo el día estuvo Rufina ayudando a su marido para que a este le diera tiempo a terminar con la obra de albañilería que habían preparado el día anterior. Sacando el agua del pozo y haciéndole la mezcla, al mismo tiempo que se la llevaba a donde él estaba tapando los barrancos, de otra forma no les hubiera dado tiempo a terminar. Solo les quedó jalbegar el corral, cosa esta que Rufina se comprometió a terminar antes de que lloviera, según le dijo a su marido.

Cenaron pronto y pronto se acostaron, tenía Cipriano que madrugar para entrevistarse con los guardas y ver los sitios donde mejor pudiera cortar la leña procurando armonizar la distancia que los cortes estaban del pueblo y el tipo de leña que necesitara hacer.

Al abrir el corral donde Rucio había pasado la noche le vinieron a Cipriano a la cabeza la palabras con las que Cervantes en el Quijote empieza a narrar la primera salida que de su casa hiciera Don Alonso de Quijano el bueno por las puertas falsas trasformado ya en Don Quijote de la Mancha, para vivir las más extrañas aventuras que a ningún otro caballero andante le hubieran ocurrido. Igual que Don Quijote iba Cipriano a iniciar una nueva andadura que le fuera a llevar a un mejor destino de los que hasta ahora había tenido. Por eso fue a Almagro, compró a Rucio, e igual que don Quijote y a la misma hora que él lo había hecho años atrás, iba a empezar su primera aventura con las palabras con que Don Miguel de Cervantes nos la cuenta: La del alba sería…

La del alba era cuando Cipriano atalajó a Rucio, lo acercó a la acera, y saltó sobre él. Al bajar por las Peñuelas, empezaba a oírse el piar de los pájaros en los árboles del arroyo. Hacía una fresquita mañana de verano. Camino de la Higuera adelante, iba ilusionado pensando en los misterios que aquel día le iba a desvelar. Conocía las tierras llanas del pueblo, pero nunca se había adentrado en el monte. El monte para él era algo desconocido, donde nunca había estado. Con el monte le pasaba lo que con el cielo y con el infierno, había oído hablar de ellos, pero nunca los había visto. Cuando Cipriano llegó a la Higuera, ya estaban las mujeres metidas en el lavadero, con el agua por encima de la rodilla desarrollando su tarea. Continuó andando, Solana de la Higuera adelante hasta llegar el Saltillo, donde cruzó el camino de Argamasilla hasta llegar al camino del Valle, por donde tenía que subir para tropezar a la casa del guarda, que lo estaba esperando.

Mientras subía camino adelante, Umbría del Quejigar arriba empezó a sentir la soledad del monte. Llegó a sentir miedo, miedo a los lobos de los que tantas historias había oído contar. Miedo a perderse, y miedo a que tuvieran que salir con faroles en la noche a buscarlo, y sobre todo, miedo a que no lo encontraran y a que quienes lo encontraran fueran los lobos. Cada vez el monte a medida que subía era más alto, eran más altas las jaras y los romeros, las encinas y los quejigos, los enebros y las cornicabras, los lentiscos y las mejoranas, aparecieron las madroñeras, que están siempre en las zonas más altas de la sierra, el silencio era absoluto, solo se oía el rozar de las herraduras de Rucio con las piedras del camino, el piar de algún pajarillo, advirtiendo a sus vecinos de la llegada de un extraño.

Estaba llegando a lo más alto del puerto, desaparecían las encinas, la madroñeras y los quejigos y entre los peñones aparecían las primeras matas de tomillos y escobas. Desde lo más alto del puerto, miró camino adelante, y en el fondo del barranco divisó la casilla del guarda, estaba a más de un kilómetro de donde se encontraba. Desde lo alto del collado oyó cantar las perdices, alicuando un conejo cruzaba el camino corriendo asustado, mientras trataba de esconderse de aquellos extraños que llegaban a perturbar su intimidad. Por fin llegó a la casa donde le estaba esperando el guarda. Se saludaron, le preguntó el guarda que por dónde había venido, a lo que este contestó que había salido por el Pilar hasta la Higuera, y desde allí había venido por la senda de la Solana de la Higuera hasta salir al camino de Argamasilla, y por el camino de Argamasilla había continuado hasta llegar al apartadero del Valle. Desde allí vengo camino adelante pensando en los lobos.

No te preocupes por los lobos, no habiendo nieve, de día no los vas a ver, todas las noches que duermo aquí los estoy oyendo,  si alguna noche no me dejan dormir, abro el ventanillo de la puerta, disparo un tiro al aire, y no los vuelvo a oír en toda la noche. Es muy difícil verlos de día, solo los he visto en dos ocasiones pero de día es muy difícil que ataquen, mucha hambre tienen que tener para que te ataquen.  Siempre se cuentan casos, pero vete tú a saber si es verdad, no conozco a nadie que le hayan atacado. He oído contar algunos casos, pero son escasos y poco fiables, al menos los que yo he oído. En el campo, siempre es bueno llevar algo que los ahuyente, un perro que te avise, cerillas para poder echar lumbre, simplemente con que lleves un trozo de trapo mojado en el aceite del candil, es muy bueno, al quemarlo el humo los ahuyenta mucho. Además con un trozo de trapo mojado en aceite, en el monte en cualquier parte echas lumbre, aunque esté lloviendo, le dijo el guarda.