Leñadores 8

CAPITULO VIII.

Pidió disculpas Antonio, diciendo que en su ánimo nunca estuvo dar a entender que Cipriano hubiera querido aprovecharse de las condiciones en que se encontraba esa mujer, y muy pronto la conversación siguió por otros derroteros.

Cipriano y Ángel habían resuelto su problema en la feria, Cipriano tenía ya comprado el burro que había soñado y Ángel acababa de vender la yunta, que con ese fin había traido. Sólo les quedaba a los dos hacer las guías. Tenían que hacerlas, para lo que habían quedado con la viuda y con los labradores en juntarse por la mañana del día siguiente en la puerta del ayuntamiento, y al mismo tiempo, terminar de cobrar Ángel su yunta, y terminar de pagar Cipriano su borrico. Se despidieron los labradores recordando la cita que tenían con Ángel y  Cipriano. Tenían los dos los asuntos terminados y llegada la noche, les quedaba cenar, y para eso fueron a la  galera de Anastasio a terminar el pisto, la carne y la sandía gorda que les quedaba.

Cipriano estaba contento, más contento que por  la mañana, cuando Antonio le preguntó por qué no hablaba, y éste respondio: no hablo, pienso. Estás más contento ahora, que cuando estabas dispuesto a quitarle las piedras a todas las eras de Almagro para encontrar el burro que habías soñado, le dijo Antonio. Eso era un decir, cómo vas a pensar que creía que le ibamos a quitar las piedras para buscar allí un borrico. Eso es hablar en sentido figurado, eso es una alegoría, eso no lo he pensado nunca ¿Cómo iba a pensar eso, acaso piensas que con el burro me he vuelto loco? Hablas muy bien Cipriano, hablas como si hubieras estado estudiando, o como si hubieras estado en el seminario muchos años. No, no he estado en el seminario, de cura tengo poco. Sí he estudiado, en la escuela de mi pueblo, he tenido un buen maestro y he faltado poco a la escuela, sólo cuando he estado enfermo. No me ha venido grande ir a la escuela. En la escuela he pasado los mejores años de mi vida, no os quepa la menor duda. En la escuela se aprende a pensar y a razonar, y aprender gusta, lo que aprendes en la escuela lo recuerdas siempre, durante toda tu vida.

Asintieron todos con la cabeza las palabras que Cipriano había dicho, y durante un rato permanecieron callados hasta que Anastasio dijo: bueno, vamos a cenar que si no cenamos pronto, la cena se nos va a echar a perder, hace mucho calor, y con el calor se echan a perder las cenas y muchas cosas más. Podemos cenar y cuando terminemos seguimos, ha sacado Cipriano un tema que nos gusta a todos, saber es bueno, a todos nos gusta, yo también guardo un buen recuerdo de la escuela, y como tú, también tuve un buen maestro.

Durante la cena continuaron hablando, eran muchos los recuerdos que habían aflorado a la cabeza de todos, quién no se iba a acordar de su estancia en la escuela, quién no iba a tener recuerdos de aquellos años. Terminaron de cenar y seguían aflorando los mismos recuerdos. Cuando ya cansados, se fueron distanciando las palabras, acordaron irse a acostar. Era más de media noche, y se tenían que levantar al alba.

Cuando llegaron Ángel y Cipriano a la puerta del ayuntamiento, allí estaba la viuda del Pirata con su hijo de once años, se saludaron y muy pronto llegaron los labradores sin que el ayuntamiento hubiera abierto todavía. Delante de ellos había tres o cuatro grupos de dos o tres personas cada uno, que por sus curtidas caras pensaron que serían labradores como ellos, y que estarían esperando a que el ayuntamiento abriera sus puertas, para llevarse sus correspondientes documentos. Basados en esto le preguntaron quién de ellos era el último, para ponerse a continuacón. Un municipal les indicó que se pusieran en fila para evitar problemas en la entrada, y muy pronto llegaron dos funcionarios, que abrieron  la puerta, diciendo al tiempo que abrían las puertas: pasen los primeros.

Pasaron en primer lugar los que habían llegado antes que ellos, y pronto los vieron salir. Muy pronto los llamó el municipal para que subieran a arreglar sus documentos y en pocos minutos resolvieron sus asuntos. Pensaron despedirse a la salida, después de haber cobrado la viuda del Pirata su burro y los labradores su yunta de mulas, pero tenían que recoger, Cipriano su burro y Ángel tenía que darle a los labradores la yunta de mulas que acababa de cobrar. Por la calle de la Feria bajaron juntos a la cuerda, fueron juntos a recoger el burro de Cipriano, que ya lo tenía dispuesto para que se lo llevaran el hermano de la dueña, se despidieron, se desearon suerte, y se dijeron adiós.

Continuaron éstos hacia donde Ángel tenía la galera hablando con los labradores de la buena impresión que a éstos le habían causado los cuatro burros del Pirata que acababan de ver, y de la buena suerte que Cipriano había tenido al encontrarlos, antes de que otros se los llevaran. Allí, en las galeras, estaba Anastasio con sus hijos esperando que llegaran los compradores de los animales para carne, pero hasta ese momento, no habían llegado. Anastasio había salido antes, buscando que alguién le informara si  habían visto a los compradores de los animales viejos y ninguna de las personas con quien habló los había visto, parece que se los ha tragado la  tierra, dijo, son ya más de las diez, si a mediodía no estan aquí los del matadero, nosotros también nos vamos a comer a casa. Los embutidos se venden mal, no hay quien los quiera, y las consecuencias las vamos a pagar nosotros, alguién las tiene que pagar.

Preguntó Anastasio a Cipriano si se iban ahora, o si se quedaban a los toros como tenían previsto, nos vamos ahora contestó Cipriano, lo estuvimos pensando anoche cuando nos acostamos, como lo que teníamos que hacer aquí lo hemos resuelto pronto esta mañana, cuando Ángel termine con estos hombres, recogemos y nos vamos, además si os vais también vosotros, qué vamos a hacer nosotros aquí esta noche solos. Vamos, a no ser que Ángel haya pensado otra cosa.

Mientras esto hablaban Cipriano y Anastasio, Ángel le preparaba a los labradores la Parda y el Romo, que era la yunta que se tenían que llevar. Ya le habían dicho estos hombres a Ángel, que eran de Valenzuela de Calatrava. Eran hortelanos, sembraban cebollas, tomates, pimientos, unos tablares de berengenas, ajos, y unos lomos de perejil, que luego durante el año bajaban con sus carros a venderlos a Almagro, los días de mercado. No es un oficio para hacerse rico dijeron pero de esto vivimos. Habían venido andando desde allí y andando se pensaban ir. Pensaban estar en sus casa antes de la hora de comer.

Se despiedieron de Ángel y de Cipriano, se desearon suerte, se dijeron adiós y con la yunta en sus manos fueron a despedirse de Anastasio y de sus hijos, que ya estaban recogiendo para marcharse, los del matadero no habían llegado.

A toda prisa guardaron sus bártulos Ángel y Cipriano, llevaban comida de sobra para comer y cenar, aunque pensaban llegar antes al pueblo.  Se iban a  pasar a la salida por el pilar del agua para darle a las mulas, y al mismo tiempo cambiar el agua al tonel que llevaban, estaba ya el agua dos días en el tonel sin cambiarla y  casi quemaba como el caldo del cocido. Pusieron las antojeras, las colleras y los arreos a las mulas. Y  pusieron  cada una a cada lado de la lanza, le engancharon las ramaleras y las amadrinaron, dejándoles los cejadores enganchados y los tiros sueltos para que las mulas no arrancaran por su cuenta y fueron a  despedirse de los vecinos.

Estos también estaban ya preparados para salir, tenían todo recogido y estaban enganchando a los animales.  Cuando los vieron llegar, interrumpieron lo que estaban haciendo y salieron a su encuentro, las despedidas siempre son tristes, dijo Anastasio, cuesta decir adiós, pero es mejor que nos despidamos, hemos estado dos días juntos y parece que llevamos juntos toda la vida, espero que nos volvamos a ver,  que nos busquemos si nos hacemos falta, y que guardemos todos, un recuerdo imborrable de esta feria. Después de las palabras de Anastasio no habló ninguno, no podían. Se abrazaron y cada uno, volvía a lo que estaba haciendo tratando de esquivar disimuladamente las lágrimas, que  aparecian temblando entre sus párpados.