A un montero

Con su cara de conejo,

sombrero en forma de plato

y botas del treinta y cuatro.

Sin merienda,  con puñal,

anda solo por la mancha

sin asiento, ni fijeza.

Lleva pluma en la cabeza,

y un fusilón de carlista.

Atormentando al vecino,

se pasa soltando tiros,

de la mañana al ocaso

y sin costarle trabajo

pone todos a cubierto.

Ya que tiros andan sueltos

en todas las direcciones

y hace tomar precauciones,

a todo bicho viviente.

Por evitar accidentes

que dadas las dimensiones,

de las armas que dispone,

pudieran llevar el luto

a cualquier sana familia.

Y al mismo tiempo, y de paso,

fueran a dar con huesos,

a cualquier calabocejo

que para el fuera aparente,

y allí,  terminar sus días,

sin más pena, que purgar ,

que no poder aguantar,

un puesto en la montería.

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