Seguía Rufina preocupada con lo que ella creía que era su embarazo, todavía no le había dicho nada a su madre, y a su marido tampoco se lo había dicho. Estaba preocupada por no haber dicho nada hasta ahora y llevaba dos meses desde que tuvo lo que podía ser la primer noticia de un posible embarazo. No quería darle tres cuartos al pregonero, para que la noticia no se extendiera. Sabía que al estar embarazada cambiaba mucho su situación, y ya le había faltado la regla por segunda vez consecutiva y sin embargo tenía sus reservas para callarse y aguantar un poco más. No quería que su embarazo fuese un fiasco para todos, y en eso se justificaba ante sí misma, y al mismo tiempo, no quería decir estoy embarazada y luego tener que salir diciendo lo contrario. No tenía ningún síntoma, aparte de la ausencia de la llegada de la regla, que le hiciera pensar, que pudiera estar embarazada. Todavía no hacía tres meses que habían comprado a Dulcinea en la feria de Almodóvar, llevaba unos meses lavando ropa en Almagro, y si era verdad que estaba embarazada, pronto tendría que dejarlo, o buscar una sustituta, aparte de otros muchos problemas que ni siquiera quería pensar en ellos.
Las cosas le iban bien, trabajaban y ganaban dinero, pensaban que si en el verano, que ya estaba a punto de llegar, siempre se gasta menos leña, podían dejar en el huerto las cargas de leña que les sobraran, y llevarlas a vender cuando llegara el otoño, que era cuando más leña se vendía, lo que deje de venderse ahora, con la llegada del otoño lo recuperarían, el huerto que querían comprar, pensaban utilizarlo como almacén. Todo lo tenían previsto, hasta los más pequeños detalles, vivían contentos con la forma de organizarse que habían elegido. Lo más probable era que no llegaran a ricos, pero hasta ahora, vivían de una forma desahogada y estaban ahorrando una cantidad de dinero importante, o al menos eso les parecía a ellos. Apunto estaban de comprar casa, que era lo que más deseaba Rufina.
El domingo, y día de Santiago a la vez, después de haberse levantado más tarde, haberle echado pienso a los animales, y haber desayunado chocolate con churros, con su mujer, le preguntó Cipriano a Rufina si iba a ir a misa, o se conformaba con ir por la tarde a la procesión, a lo que esta le contestó diciendo, a misa no voy a ir, y a la procesión, creo que tampoco, lo más que pienso hacer, si es que lo hago, es acercarme a la esquina para verla pasar, para ver a la gente que va en ella. Me voy a echar un rato la siesta, y si quieres, cuando nos levantemos y pase la procesión, nos vamos un rato a dar un paseo a la plaza. Ahora voy a darle una vuelta a la casa, que falta le hace, y si tu quieres, sal ahora un rato con tus amigos, echáis a las navajas, a ver si os toca una, que hoy es un día muy de rifas y de navajas. Una cosa Cipriano, si te encuentras con los guardas de la leña, invita en el bar a los que veas, se están portando muy bien contigo, y eso siempre es digno de agradecer.
Había sido una hermosa primavera, había una gran cosecha. En el campo esto siempre hace felices a los que trabajan en él. Hace felices a los labradores y a los que no lo son. A los que lo ven y a los que le cuentan como está. Los años buenos son siempre para los que de él viven, o para los que a él se acercan un estallido de luz y de alegría. Cuando llueve, el monte deja de pinchar se hace más suave, crece la leña, y lo cubren las flores. Cuando Cipriano volvía a su casa con sus dos cargas de leña, venía eufórico, todo lo que en él encontraba, lo veía bueno y digno de contarlo. Todos los días Cipriano y su mujer se contaban lo que cada uno observaba desde sus distintas atalayas, lo que cada uno veía observaba. Tenían que hacer sus tareas, cada uno hacía la suya y volvían contentos. Como ya había observado Cipriano hoy tenía que hacer, lo que había hecho ayer, y mañana haría lo que iba a hacer hoy. Pero como también había dicho antes Rufina, la diferencia la encontrabas en los matices, en las pequeñas cosas. Eso era lo que hacía distintos, unos días a otros, y unos años a otros de otros años.
Que poco duran los días, como pasa el tiempo. ¿Qué hora está dando el reloj, las seis? No, el reloj está dando las ocho. El tiempo pasa, a veces, sin que nos demos cuenta, como la vida. Voy a levantarme, tengo muchas cosas que hacer. Anda déjalo, el reloj no se va a parar porque no lo hagas. Al final vamos a llegar juntos los que hagamos las cosas y los que no las hagamos, el final es siempre el mismo. Al final siempre encontramos un farol y una manta en el suelo. ¿Es el agua la que nos lleva? No, es el tiempo el que nos destruye. A veces me canso de pensar y dejo de hacerlo, y a veces, me pasa lo contrario y cuando esto me pasa me inquieto ¿Por qué será? Serán las nubes, que al pasar, nos inquieten. Será eso…
El veinticuatro de agosto llegaron al pueblo la hermana de la vecina de la madre de Rufina, y el veintisiete compraron la casa Rufina y su marido. Un auxiliar del ayuntamiento les hizo una obligación que firmaron ambas partes. En ella decía que el comprador entregaba al vendedor, a la firma del presente contrato la mitad del valor de la vivienda. Que el vendedor confesaba haberla recibido ya. Y que el comprador se comprometía a pagarle la mitad restante, que le faltaba por pagar en el plazo de un año, a contar de la firma del presente contrato. Había una cláusula adicional, que establecía que si el comprador no le podía pagar el total de la deuda reconocida en el plazo estipulado, el comprador se comprometía a pagar al vendedor, en concepto de intereses el veinte por ciento de la cantidad que no pudo pagar en la fecha de su vencimiento. Con la firma del contrato, ambas familias quedaron amigas y contentas.
Habían comprado la casa, sin que Rufina le dijera a su marido que estaba embarazada, no se atrevió a decirle nada, por miedo a que se pospusiera la compra, y ahora la preocupaba cargar con esta responsabilidad que ella sola tenía que asumir. Pensaba Rufina la forma de salir en el atolladero que se había metido, y no encontraba fórmula para salir adelante desde la situación en que se encontraba. Habló con su marido diciéndole la situación en que se encontraba y lo preocupada que estaba desde el día en que compraron la casa. Había empezado a pensar que estaba embarazada y que pronto iba a tener que dejar de ir a lavar, llevaba ya casi tres meses sin tener la regla, y le preocupaba mucho tener que dejar de lavar. Mucho más ahora que iban a necesitar todas las ganancias posibles para poder pagar la casa, en la forma convenida. Hasta entonces no se había preocupado por su posible embarazo, pensando que le iba a pasar lo que le había pasado en otras ocasiones. Al mes siguiente, volvería a la normalidad y otra vez a esperar que volviera a darse esta circunstancia.
Cipriano escuchó a su mujer y aceptó de buen grado la información que su mujer le estaba dando y la justificación que hacía de la misma. Le dijo también que cuando ella viera que su embarazo le molestaba, buscaban a una mujer en el pueblo que lo hiciera, y como quien recogía la ropa era él, y al mismo tiempo él era quien la devolvía en las casas, donde la había recogido, esto no iba a ser ningún problema para ellos. Lo único nuevo que iban a encontrar era que durante unos meses, iban a dejar de recibir el dinero que cobraban por lavar las cestas de ropa. Y esto tenía que ser así, porque si esto no hubiera sido ahora tendría que haber sido después, en el animo de los dos estaba tener hijos, cuanto antes viniera mejor sería para los dos.
Recibió Rufina con alegría las palabras de su marido y empezó a dejar de sentir la losa que sobre ella pesaba por no haber informado a su familia de su posible embarazo. Quedaba decírselo a su madre, pero en vistas de la forma que su marido lo había recibido, el decírselo a su madre dejó de preocuparle. Sabía que su madre, a ser abuela, no le iba a ver ningún inconveniente. Sabía por su madre que la única ilusión que le quedaba en la vida era ver crecer a sus nietos.
Continuaba la vida para la familia con una alegría más a compartir, y aunque el trabajo era el mimo de todos los días, como bien había observado Cipriano, los matices que le hacían distinguir unos días de otros habían cambiado a mejor. Ambos se sentían más felices y responsables, tenían marcado el camino a seguir, los dos sentían con alegría los hechos acaecidos la última semana y esta responsabilidad que habían contraído les hacía sentirse más unidos y alegres. Es la vida que pasa, le dijo Cipriano a su mujer. Mientras los dioses, no nos obsequien con uno de esos frutos amargos, con los que a veces nos suelen obsequiar a los mortales, todo irá bien. Ójala que los dioses para esto no se acuerden de nosotros, le contestó Rufina.
Con frecuencia preguntaba Cipriano a su mujer por su embarazo si sentía molestias, o cuando iba a dejar de ir a lavar, se preocupa por el hijo o hija que iban a tener. No quería que por prolongar los días de trabajo que pudiera tener su mujer antes de que el parto llegara, fueran a poner en riesgo la vida de su hijo. Por eso preguntaba estas cosas con tanta frecuencia. A veces, Rufina contestaba a su marido diciéndole, desde ayer que me preguntaste, no he tenido ningún cambio apreciable en mi estado. Yo misma iré a buscarte para decirte lo que siento, cuando lo que sienta deje de pertenecer al diario acontecer de los días que pasan.